Viernes, 8 de agosto de 2014 | Hoy
¿Recuerda cuando los niños y niñas hablaban de repollos y de encargos a París? ¿De hadas y hombres de la bolsa? ¿Cuando el concepto de infancia ni siquiera existía y los locos bajitos eran adultos imperfectos? Las infancias cambian junto con las sociedades, pero la imaginación y la lucidez siguen siendo motivo de registro como el que puede leerse en esta nota. Una de los grandes desafíos que enfrentan las familias no heternormativas es liberarse de la necesidad de demostrar que sus hijos son tan normales como el resto o que son mejores. Graham Greene lo decía con una frase críptica y sabia: siempre hay un momento en la infancia en que una puerta se abre y entra el futuro. Ojalá esa puerta tenga la amabilidad de permitir que entre un futuro mejor.
Camila, que ahora tiene 9 años, es hija de Ariel de una pareja hétero anterior. Cuando nosotros nos conocimos ella tenía un año y medio. Desde chiquita ya intuía que nosotros no éramos solamente amigos, ya que cuando estábamos cerca ella nos juntaba las cabezas para que nos besáramos en el cachete. Y empezamos a preparar el terreno para contarle. Le dijimos: “Cami, ¿viste que ahora es común que las familias sean papá y mamá, mamá y mamá y papá y papá?”. Y ella nos respondió: “¿Por qué decís ahora? ¿Antes no era normal?”. Cuando Ari le explicó (con muchísimos nervios) que éramos pareja, Camila con naturalidad le dijo: “Tranquilo, pa, ya lo sabía. Ustedes se dicen ‘gordo de aquí’ y ‘gordo de allá’ y los amigos no se dicen ‘gordo’”.
Camila vive con su papá Ariel Ghiglione y el novio de su papá, Federico Hoffmann.
Nuestro hijo Vicente creció en un hogar con dos mamás. Me acuerdo de una anécdota en donde la prima de Vicente, que se ve que se había quedado pensando en nuestra familia, salta con la pregunta: “¿Vicente tiene dos mamás?”. “Sí”, le respondemos. Lo medita unos segundos y remata: “Y a mí qué me importa. ¡Yo tengo dos abuelas!”.
Abril es la prima de Vicente, hijo de dos mamás que en este momento están separadas y comparten la tenencia.
Domingo familiar de enero. Un calor sofocante apenas mitigado por unos manguerazos en el patio. Una adulta cómplice que me pregunta pudorosamente: “Helian, no te fajaste, ¿no? Fijate que se te nota mucho y está la nena”. La nena, Titi: mi prima de cuatro años, obsesionada desde hacía unos meses con los cuentos de princesas, los colores de nenas y los de nenes. Mientras su madre se lamenta: “¡Trato de comprarle juguetes que no sean sexistas y me encuentro permanentemente con la corrección de las maestras que se manejan entre el rosa y el celeste y te condenan si elegís un camioncito para la nena! Años de feminismo para que los nenes jueguen a la pelota mientras las nenas se quedan jugando a planchar en la salita”. Primita y primo (yo) jugamos en el patio a la maestra y al maestro, a las princesas, a los fantasmas y a los “monstros” hasta la quinta o sexta vez que nos llamaron a almorzar. Plato va, plato viene, y entre bocado y bocado, la voz aguda y potente de mi primita: “Ma, ¿por qué el primo tiene tetas?”. En un microsegundo en el que una tía entró en pánico, la abuela se rió incómoda y una de las adultas me miró con expresión de fastidio y condena. Mi tía, madre de la primita, con una voz dulce y paciente explicó “porque algunos señores tienen tetas, unos más, otros menos; como las señoras, que a veces tienen mucho y otras veces poquito”. La nena pareció convencida: “¡Como el tío Oscar, que tiene tetitas!”. El tío Oscar tuvo que aceptarlo, entre risas. Las tensiones se aflojaron para el resto de l*s adult*s, y el domingo transcurrió en paz (por lo menos hasta la hora de hablar de fútbol y política).
Titi vive con su papá y su mamá y es la prima de Helian Katz, que es trans.
Hace pocas noches, antes de dormir, Jazmín viene a darme un beso y con esa excusa se atrinchera en la cama. Como quien no quiere la cosa me dice: “Mamu, ¿no hay muchas familias como la nuestra, no?”. Le contesto: “No creas, en tu mismo grado tenés una compañera que tiene dos mamás, está el amigo de Juan, Furio, Nina...”. Entonces Jazmín dice: “Ya sé que con dos mamás hay muchas, ¡lo que yo te decía que no hay tantas familias que tengan trillizxs!”.
Santiago tenía 4 años y en el jardín había empezado a surgir el famoso cántico de “¡Tiene novio/a!” como forma de cargada. En un momento a un nene le dicen que tiene novio y se arma un revuelo. Santiago pide silencio, se para en medio de la ronda y asegura con tono firme: “¡Todos podemos tener novio o novia! El que piensa que no se puede es porque todavía no se lo explicaron. A mí me lo explicaron hace un montón de tiempo”.
Otro día, durante el beso de las buenas noches, Santi nos abraza a las dos y nos dice: “Cuando todavía no había nacido, antes de estar en la panza, yo ya había decidido que mejor me gustaban dos mamás. Quería dos mamás yo. ¡Buenas noches y que sueñen con árboles de colores!”.
“Mi tía antes era un señor alto que no me acuerdo casi porque no lo veía tanto, y ahora es mi tía Lelia, que es más joven. Es como que se desarrolló, es como crecer. Y además te dan un documento. Nunca venía a mi cumple ni en Navidad porque se peleaba mucho con mi papá. Creo que a mi papá le gusta más tener una hermana.”
Renata vive con su papá y su mamá.
En el año 2008, estábamos empezando nuestra relación la Mari y yo. Ambas teníamos hijos de nuestros matrimonios anteriores. Los míos, adolescentes, y Tamara, la hija de la Mari, 7 años. No convivíamos. Habíamos decidido comunicarles a nuestrxs hijxs sobre la relación cuando se consolidara, salvo que aparecieran las preguntas, claro. En ese contexto iban la Mari con su hija Tamara en el auto y ésta le pregunta: “Ma, ¿viste que tu amiga Lili tiene novia? Yo no sé si podría ser novia de una chica... ¿y vos?”. Mari le contesta: “Yo sí, de hecho, la Silvia es mi pareja”. Y Tamara: “¿En seeeerio?, ¿y la Silvia lo sabe?”.
Tamara vive con su mamá Mari y la novia de su mamá, Silvia.
Lulú le tiene miedo a la oscuridad. Fede, el hermanito mellizo, se la pasa diciéndole que no tenga miedo. Entonces ella le contesta que él no tiene miedo porque es varón. Lulú es una nena trans, por eso el hermano le pregunta: “¿Por qué no cambiás a varón otra vez?”. Ella le contesta que ya tiene un montón de muñecas, que qué va a hacer con ellas, y que además tiene un DNI en el que dice que ella es nena, y que a ella lo que más le gusta es ser nena. La otra vez los bañé juntos porque estaban con fiebre. Era la única forma de que se quedaran jugando en la bañadera el tiempo suficiente para que les bajara la temperatura. Lu siempre se baña con una bombachita. Y jugando le dice a su hermano: “Estoy pensando en ir como varón a la escuela”. Y empieza a probar ideas. Se recoge el pelo (que tiene por los omóplatos) y pregunta: “¿Cómo me queda así cortito como de varón?”. “¿Y si me pongo tu ropa, Fede? ¿Me la prestás? Nadie me va a reconocer”. Fede abre los ojos como dos huevos duros como diciendo: “¿En qué quedamos?”. Y ella dice: “Yo nada más quiero ir a la escuela como varón un día para ver qué hacen todos”. Ella es tan segura de sí misma. La tiene muy clara y le encanta jugar con las reacciones de los demás. Un día me pregunta: “¿Y si Fede fuera un nene trans?”. Y yo le digo: “Si fuera un nene trans, tendría vagina”. Y Fede nos contesta: “A mí, déjenme en paz, no me quiero poner ni sacar nada”. Un día estábamos volviendo los tres de terapia y en el viaje Lulú me empieza a preguntar: “¿Qué va a pasar cuando crezca? Yo no voy a poder tener tetas, ¿no?”. Le explico que hay pastillas para eso, que se quede tranquila. Entonces dice: “¡Ah! Entonces me van a crecer. Pero yo quiero ser cantante. ¿Y si salto en el escenario, se me pueden caer las tetas?”. Fede, medio dormido, nos pregunta desde el asiento de atrás: “¿De qué hablan?”. Y ella le contesta: “Nada, nada, Fede, hablamos de dinosaurios, volvete a dormir”.
Luana es la primera nena trans en obtener su DNI por vía administrativa. Vive con su mamá Gabriela Mansilla y su hermano Federico.
Adopté a Octavio cuando tenía pocos meses, después de 4 años de trámites. Cuando Octavio (Oki) tuvo 5 años, decidimos con mi novio vivir juntos. Sergio, que ahora es mi ex y continúa teniendo una hermosa relación con Oki, vivió con nosotros hasta hace 5 meses. Oki decidió llamarnos a ambos “papá”. Durante las vacaciones de invierno de 2012, Oki tenía 6. Fuimos a la región de Cuyo. Una tarde, en San Juan, especialmente en una ciudad llamada Jáchal, de muy poquitos habitantes y con costumbres muy tradicionales, fuimos a tomar la merienda. Mientras aguardábamos la chocolatada y los cafés, Oki se puso a jugar con una nena de su edad. “¿Con quién viniste?”, le pregunta la nena. “Con mis papás”, dice Oki. “¿Cómo tenés dos papás?”, pregunta la nena. “Sí. Uno se llama Julio y el otro Sergio.” “Uy –contesta con angustia– ¡yo sólo tengo uno!”
Octavio vive con su papá Julio Pasquarelli.
La diversidad es un tema que Oli tiene renaturalizado obviamente. Con sus dos añitos sabe por observación que otros chicos tienen mamá, pero también ha visto dos mamás o dos papás, además de sus padres, Alejandro y yo. Soy de subir al Facebook sus ocurrencias sobre situaciones relacionadas con nuestra familia. En general, la respuesta es “me gusta”. Pero una vez subí una que causó bastante revuelo: “La otra noche al llegar a casa le doy un beso a Oli. Después me acerco a Ale y lo beso también. Entonces Oli grita ‘¡No!’. Le pregunto: ‘¿Por qué no?’. Oli dice: ‘Daddy es mío’. (Le dice ‘Daddy’ porque, si bien nos casamos en Argentina, vivimos en California.) Entonces le contesto: ‘Es tu Daddy pero es mi marido’. A lo que Oli responde: ‘¡No! Daddy es MI marido’”. A mí me causó gracia pero a alguien le pareció que era algo malo que se identificara como marido de su papá. Lo curioso es si eso mismo hubiese pasado en una pareja hétero. A esta persona le hubiera parecido una anécdota simpática. Acto seguido, en mi muro, saltó el Facebook entero a defendernos.
Olivier vive con sus papás Pablo Groba y Alejandro Méndez.
Catalina tenía seis años cuando en la escuela le pidieron que dibujara a su familia. Se dibujó en una página junto a su hermano, mi novia y yo. En otra página se dibujó ella con su hermano y con su papá, mi ex marido. La maestra se enojó y le pidió todo en la misma página, la nena se largó a llorar. Fui a la escuela. Le dije a la maestra que me parecía que si ella quería opinar sobre la familia de mi hija que por lo menos lo hablara conmigo. Pedí el dibujo y vi algo que la maestra no había visto: la nena había hecho una especie de teatro. Estábamos mi mujer, la nena, su hermano y en el medio, y alrededor, un montón de caras. Algunas caras nos miraban con rabia y otras con alegría. Cuando hablamos de familias diversas, no somos sólo nosotrxs con nuestrxs hijxs, hay mucha gente mirando desde otros ángulos, familiares, amigos, etc. Todas esas personas también les trasmiten sus propios relatos a nuestros hijos. Y está bien que pase. Me encantó que con sólo 6 años ella haya podido procesar que hay algunos que nos miran con rabia, pero hay otros que nos miran con felicidad. Y sobre todo que nuestra familia está en el medio de ese escenario con una sonrisa sin que nos importe nada cómo miran los demás.
Catalina vive con su mamá Eugenia Sarrias, su hermano y la esposa de su mamá, Roberta Saccoccio.
La campaña #FreeToWearPink de la marca estadounidense Quirkie Kids pretende volver el rosa apto para todo público. Vende remeras color chicle y alienta a que las usen tanto niños como niñas. Muestras imágenes de chicxs con la consigna “Que te guste el rosa está bien”. Su existencia es una buena noticia en un mundo en el que la rosificación (ya es concepto sociológico) de los productos infantiles es un mal naturalizado. Casi ninguna de las personas que pregunte por el sexo que sugiere la ecografía antes de comprar un regalo estaría dispuestx a considerarse sexista. Y probablemente no lo sea en muchas otras circunstancias. Todavía es una tarea espinosa aventurarse en una juguetería en busca de opciones neutras esquivando el disfraz de princesa o de Hombre Araña que lxs vendedorxs desenfundan detrás de la pregunta ¿es para un nene o una nena? Decir que no se conoce el sexo del bebé en camino y que unx quiere comprar una prenda de cualquier color descoloca a casi cualquier vendedxr, que ya tiene preparado un ticket de cambio para una posible rectificación de colores después del resultado de la ecografía. Y aunque la intención de #FreeToWearPink es bienvenida, cabe preguntarse si alcanza con enviar el mensaje libertario a lxs chicxs. Teniendo en mente que los de la campaña son niñxs con edades en las que difícilmente puedan consumir por sí mismxs, ¿no debería el mensaje apuntar a quienes no son conscientes de la cadena de obligaciones que se desata cuando un adulto le entrega un regalo a unx niñx? ¿No es cosa de grandes esto de, sin querer queriendo, poner a cada unx en su lugar?
Julieta tiene 4 años y fue concebida con un método in vitro con donante anónimo y los óvulos de mi pareja, Virginia. Julieta le dice “mamá” a Virginia y a mí, mami. Va al jardín, a salita de 4. Una noche yo le estaba leyendo un libro para dormir. En ese libro, al final hay que elegir una máscara de alguno de los animales mencionados. “Vos ¿cuál elegís, mami?”. “La cacatúa”, le contesto. “No, mami, ésa es de nenas, vos tenés que elegir el lobo, el sapo.” “Pero, Juli, yo soy una nena, bah, una mujer.” Me mira y me dice: “Ay, mami, vos no sos una nena, vos sos una mami”.
Julieta vive con sus mamás, Irina Kobriniek y Virginia Martínez.
Cuando Cami era chica me acompañaba a donde le proponía. El último paseo que recuerdo, por el Día del Niño, fue al Hospital Muñiz, fuimos con Carlxs, mi novio. Cuando estábamos los tres, les decía que me sentía feliz porque éramos una familia queer. Ellos se enojaban, pero la pasaban bien, creo. Llevamos libros, que compramos en el subte, y en un taper una torta de ricota que habíamos preparado, y que nos divertimos al hacerla. Cami no entendía por qué los chicxs del pabellón de oncología y lxs infectados con VIH se reían de las pavadas que hacían los payasos. Había un clima raro, de cierta tensión. Cuando volvíamos en el auto, Cami me preguntó por qué lxs chicxs del hospital tenían que estar internadxs y no andaban como nosotrxs por la calle. Le expliqué que necesitaban un cuidado especial y me quedé pensando en lo que le había dicho y en lo que me había preguntado.
Camila vive con su mamá y es la hija de Facundo R. Soto, reconocido gay, y colaborador de este suplemento
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