Viernes, 8 de agosto de 2014 | Hoy
Actúan en tándem, juegan con el doble y con el doblez entre moda y arte. Un atisbo de las fantasías imposibles creadas por Viktor and Rolf, dúo de diseñadores holandeses que sacude el mundo de la moda y hackea los vínculos entre consumidor e industria.
En abril último surgió un Tumblr dedicado a coleccionar imágenes de parejas de hombres gays que se asemejan, espejados uno y otro en su enamoramiento y apariencia. El site, cuyo adecuado nombre es “Boyfriend twin”, hace foco sobre un fenómeno preexistente a su creación y contribuye a que se propague. Allí se recopilan imágenes de dúos de toda edad y estilo, algunos de parecido perturbador, y a su vez se incita a que aquellos novios gemelos que se reconozcan como tales envíen sus fotos. Una pareja que bien podría considerarse como precursora del fenómeno es la de los artistas plásticos europeos Gilbert & George, que desde hace décadas vienen mostrándose en público con atuendos idénticos y jugando en algunas de sus obras con la idea de una identidad única desdoblada entre los dos, además de poner sobre el tapete el aplanamiento de individualidades inherente a todo contrato de pareja.
Los diseñadores holandeses Viktor and Rolf podrían ser dignos abanderados de esta corriente, con sus trajes iguales y siempre impecables, o sus combinaciones de camisas y moños. Sin embargo, y a pesar de que numerosos artículos se han encargado de nombrarlos como los Gilbert & George de la moda, los V&R nunca dieron detalles sobre su relación más allá de lo estrictamente relacionado con la marca, que es su obra, ni tampoco han hecho declaraciones sobre su vida personal. Podría describírselos como un dúo de diseñadores altamente conceptuales, que apelan casi siempre a un punzante sentido de la ironía tanto en sus colecciones como en sus catálogos y hasta en la disposición interior de sus tiendas.
Dieron sus primeros pasos en la industria a comienzos de los ’90 como pasantes en la maison del belga Margiela, cuyos vestidos hechos a partir de zapatos de danza deconstruidos o de ropa de trabajo de hace cuatro décadas constituyen el cenit de la arqueología fashion posconsumista. Irrumpieron algunos años más tarde en la escena europea con una serie de desfiles polémicos, como el que presentaron al margen de la semana de moda parisina (sin el aval indispensable de sus autoridades) o aquel otro que en rigor nunca hicieron pero que sí pregonaron al empapelar la capital francesa con carteles que decían “Viktor & Rolf en grève” (en huelga).
Su colección más recordada fue una de las primeras que presentaron de haute couture. Consistía en una puesta en la que una única modelo giraba sobre una plataforma mientras ellos dos iban sumando sobre su cuerpo una secuencia de prendas cada vez más elaboradas y voluminosas, como si se tratase de una muñeca rusa, hasta dejarla imposibilitada de todo movimiento, asomando su cabeza rubia encallada en un magma solidificado de brocatos y tafetas. Suele ocurrir con V&R que cuando la colección es tan conceptual la puesta tiende a ser mínima e incluye una gran entrega performática por parte de la dupla. Para el otoño prêt-à-porter 2010 retomaron la idea de las capas múltiples al iniciar el desfile con Kristen McMenamy, una de las top más top de los ’90, envuelta en un tapado de piel gris que podría describirse como un bloque de hormigón plisado. Ellos dos, paso a paso, iban removiendo prendas del cuerpo de la perenne modelo para ponérselas al resto de las chicas, resignificando cada elemento en el proceso. Cuando McMenamy quedaba despojada de casi todo, una segunda camada de conjuntos salía a la pasarela para reconstruir la serie en sentido inverso y petrificarla como al comienzo.
Son artistas de la construcción. Muchas de sus piezas más escandalosas parecerían haber emergido de una impresora 3D: conjuntos que semejan ropa de cama y que incluyen almohada de plumas a modo de espaldar, o smokings negros plagados de moños al tono que comienzan tímidos en la botamanga izquierda del pantalón y culminan desorbitados sobre el hombro derecho del saco. Este procedimiento involucra un guiño muy inteligente de su parte, y que otros artistas de la moda han sabido incorporar, que es una literalidad exagerada en lo que recorre la pasarela, siempre de la mano de un nivel de perfección técnica imposible de sospechar. Saint Laurent, seguramente sin el mismo tono irónico del dúo holandés pero con similar sentido del humor, homenajeó a lo largo de los años a artistas plásticos que admiraba al crear atuendos en los que algunos fragmentos de pinturas famosas protagonizaban el conjunto, como los vestidos cóctel de 1965 que reproducían en crêpe de lana las abstracciones hipnóticas de Mondrian.
En la mayoría de las colecciones de Viktor and Rolf subyacen deliciosos comentarios sobre temas tan centrales como las relaciones amorosas, el poder de la industria de la moda y la belleza o la obsesión desbocada por la fama. Cuando debutaron con su primer perfume, en 1996, se trataba de una edición limitadísima de botellas de vidrio cerradas con lacre que sólo podían abrirse de un martillazo; una década más tarde, con el respaldo de la monstruosa L’Oreal, presentaron su segunda fragancia (que podía destaparse sin necesidad de violencia) burlándose del tradicional slogan de la marca en un documental que recorría el proceso de creación de la misma. En 2010, cuando mostraron vestidos de fiesta a los que promediando la falda les faltaba un segmento inconcebible de tela, su explicación fue que preferían hacerle frente al clima de crisis económica mundial cortando en dos o perforando con grosería sus prendas más costosas.
No todo es inolvidable, claro, en el universo de moda conceptual que V&R renuevan cada temporada. Sus acercamientos a la ropa masculina han resultado siempre muy aburridos, a pesar de que en más de una ocasión ellos mismos han protagonizado los desfiles y lookbooks. Por otro lado, y tal como ocurre con muchas casas de moda, la presión por vender los llevó a que hoy en día presenten al menos ocho colecciones anuales con su firma, drenando el potencial creativo y revoltoso de la marca. Su última pasarela de alta costura estuvo compuesta por vestidos confeccionados a partir de alfombra roja que, dejando de lado lo obvio de la ironía, no funcionaban individualmente y producían un sabor amargo al verse contrastados con joyas (de)constructivas de años anteriores. Quizás el aparente declive de la dupla holandesa tenga que ver con un agotamiento lógico después de más de dos décadas creando en conjunto y poniéndose a sí mismos en el centro de la escena, siempre con intenciones de incomodar. Es seguramente ésta la moda que para una casa de diseño debe resultar más difícil de sostener a lo largo del tiempo, tanto en lo económico como en lo político: la moda que no sólo se presenta de factura impecable, sino que además pelea por decir algo, con sutileza en el mensaje y excentricidad en las formas.
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