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Viernes, 12 de junio de 2015

A LA VISTA

Los sospechosos de siempre

Según fotos dudosas y rumores varios, ¡estaría peligrando la heterosexualidad de Cristiano Ronaldo y de Brad Pitt! Lo cierto es que un mecanismo machista y disciplinador se desata en cada alerta rosa.

 Por Alejandro Modarelli

El relato de la industria cultural sobre los galanes se volvió farsa cuando a mediados de los ochenta Rock Hudson certificó que había contraído la peste rosa, y abría al público la ventana (inevitable) de su soterrada homosexualidad. La fiesta gay bebía por entonces casi en soledad la última copa, apenas en compañía del sida, y nadie quería ya ser parte. Los heterosexuales compasivos o de vanguardia, las estrellas con sentido de la oportunidad, dejaban sobre los cuerpos agónicos su beso midiendo el riesgo; arrimaban su diamante de sobra para la subasta en la cena de beneficencia. La homosexualidad reculaba como discurso de libertad suprema, o como ejercicio de lo distinto por parte de la bohemia, cuando se iba agotando el catálogo de las innovaciones (“ayer lo intenté, y la cosa no fue tan difícil”). Se retiraba, como otras veces, hacia el desván de lo trágico. Sola, sin que nadie quisiera quedar contaminado por su cercanía. Apenas en yunta con los taxi boys, con las viejas drag queen, con los policías homófobos roedores de siempre mordiéndoles los talones en las escaleras de la Notre Dame que imaginó Copi. En fin, que corriera el rumor de sus goces maricas, para un galán, no añadía una nota de color a su carrera ni misterio a su alcoba, sino que más bien significaba que carrera y alcoba podían llegar a quedar sepultadas como en la anticuada Sodoma.

Pasaron más de treinta años, el cóctel de retrovirales fue haciendo olvidar el amargo sabor de la última copa que creíamos estar tomándonos los putos que seguíamos en la lucha erótica. Se habla ahora de la venalidad oculta de los famosos sólo mientras la sorpresa, a fuerza de repetida, mantenga el rating de la semana, y después a otra cosa. No sé si se fue cumpliendo el programa descripto por Néstor Perlongher en 1991: que la homosexualidad, como esplendor revulsivo, se iría diluyendo en el cuerpo social sin llamar la atención ni la admiración de casi nadie, como apenas otro dato curioso, una intriga más.

Lo cierto es que el cotilleo mediático (las bromitas) sobre supuestas prácticas homosexuales de Brad Pitt y un escort, o la imagen-indicio de Cristiano Ronaldo cazado por un paparazzi en un abrazo dizque sensual con un amigo en un yate, no desmienten a Perlongher. Ni desmienten la masculinidad de los protagonistas. Hasta uno intuye que producen mayor combustión libidinal en el público, femenino y masculino. ¡Pero qué bribones estos chicos, no dejan títere con cabeza!, se lee entre los comentaristas. O, mejor, alguien acredita que cuando un varón es demasiado bonito termina por hartarse del hábito heterosexual, el halago de las mujeres, y busca las reconfiguraciones del deseo. Pero qué tolerante es Angelina Jolie, claro, si ella también es muy curiosa... y así. Hasta el bostezo. La noticia salpimenta los magazines, los programas de chimentos, sin que merezca otra reflexión que la liviandad de las opciones sexuales en estos tiempos, como si se tratara de un lifting de apuro. Porque otro tema es la velocidad de las decisiones eróticas personales, tan intensa como la de la noticia. Si la imagen de Cristiano Ronaldo en su yate con un grupete de musculosos, y uno de ellos especialmente cariñoso, y la confesión del escort de Brad Pitt (que produce en Angelina Jolie apenas una mueca de complicidad), no pueden ser explotadas más allá del cierre del próximo número, es que todo escándalo sexual es hoy en los medios equivalente a un chispazo, y el chispazo, en general, a una competencia pasajera de stand up machista.

La broma masculinista en los medios masivos cuando surge la supuesta homosexualidad de los chongos famosos, antes tan espinosa, quizá no esté marcando otra cosa que el declive de Lo Prohibido en beneficio del Extasis Soporífero. La pequeña intriga vence al drama. La velocidad a la fuerza del relato. En el set, el anacronismo revestido de estupidez al reconocimiento de los derechos civiles lgbtti. Mientras, el fantasma de Rock Hudson pareciera ir retirándose de escena... tanto sufrimiento al pedo.

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