Viernes, 12 de junio de 2015 | Hoy
Por Ernesto Meccia
Hemos sido socializados en la idea de que es posible manejar algo de nosotros mismos. Es una forma de sugerir que en la posmodernidad podemos estar muy conscientes de que existen condicionamientos sociales gravosos y que no los aplicamos sobre nosotros. Producto de la extensión de la cultura de la individuación, Eva Illouz plantea en La salvación del alma moderna que cada persona se siente responsable de su dicha o su desdicha. Esta cultura ha encontrado en la industria de la terapia y de la autoayuda dos poderosos aliados. Disponemos de un conjunto de recursos (libros, suplementos de revistas, grupos de autoayuda, psicoterapeutas, psicoanalistas, etcétera) que nos proponen una mirada en torno al yo. Si en otros tiempos el misterio era el mundo, lo que existía afuera de nosotros, ahora el gran misterio es lo que se halla dentro de uno mismo. Lxs lectores pueden plantear que esto ya lo dijo Sigmund Freud. Es cierto, pero aquí está la novedad que analiza Illouz en este libro de 2008. En aquellas formulaciones, la operatividad del inconsciente sobre la vida de las personas era implacable; allí estaban los “traumas” haciéndose presentes sin pedir permiso (recordemos a la pobre Marnie, de Alfred Hitchcock, 1964). El movimiento iba de adentro hacia afuera y se llevaba puesta la voluntad. La cultura terapéutica de la posmodernidad no desconoce esto, pero mezcla la clave psicoanalítica con la cultura de la superación personal, con lo cual el movimiento para curar el yo irá desde afuera hacia adentro. Será la fuerza de la voluntad individual el factor que operará para llegar al centro de las heridas internas. El problema es que esas industrias generan una estructura narrativa del yo donde siempre tendremos algo que curar, algo que superar, algo que modelar y, cuando nos queremos acordar, resulta que todxs estamos, de alguna forma, “enfermxs”, es decir, por fuera de los cánones que esta cultura difunde. Y si, en vista de ello, no hacemos nada, seremos responsables de nuestra insatisfacción. La hipótesis de Illouz ya está servida: eso nos convierte y reconvierte hasta el infinito en alimento balanceado para las industrias terapéuticas. Espero que a nosotrxs (gays, lesbianas y transgénerxs), que ya tanto hemos padecido ciertos psicoanálisis “serios”, no nos madruguen con esto.
Eva Illouz:
La salvación del alma moderna. Terapia,
emociones y la cultura de la autoayuda, Buenos Aires, Katz, 2010.
Outsiders, alucinante libro de 1963. Revolucionario por entonces. ¿Qué es un “desviado” se preguntaba el autor? El grado en que alguien será tratado como tal depende de quién sea y de quién se sienta perjudicado por él, no de lo que haga a secas. Las reglas suelen ser aplicadas con más fuerza sobre ciertas personas que sobre otras. Los procesos legales contra personas de clase media no llegan tan lejos como los procesos contra habitantes de barrios pobres. “¿Por qué repito estas observaciones tan obvias?”, dice Becker. Pues bien, para remarcar que, si dos personas de distinta clase social hacen lo mismo y sólo una es castigada, la desviación es una “etiqueta” que algunos que tienen poder han puesto sobre otros que no lo tienen. Por lo tanto, hay que dejar afuera el lenguaje del determinismo psicológico. La desviación es “solamente” la resultante de un proceso de etiquetamiento y, de parte de quien fue etiquetado, la experiencia de vivir bajo esas condiciones. Y digo la “experiencia” porque el autor señala dramáticamente que el acto de etiquetar a alguien inaugura una serie de profecías que se van cumpliendo. La etiqueta reduce el ser a la marca que le puso quien de esa forma se desmarcaba y se ponía del oscuro lado decente de la sociedad. Hablando de oscuridades, Becker escribió sobre los “impulsos” desviados y las “conductas” desviadas, es decir, sobre la diferencia entre lo desviado potencial y real. Es impresionante leerlo, ya que señala que le parece mentira que tanta sociología de su tiempo haya estado volcada a analizar las conductas desviadas reales y haya pasado por alto los impulsos. Más que investigar la conducta desviada, la sociología se anotaría un gran poroto si logra explicar por qué la gente normal no lleva a cabo la enorme cantidad de impulsos desviados que tiene en la cabeza desde que se levanta. La suya es una reflexión inteligente sobre el control social. Pienso a menudo en él cada vez que me doy cuenta de que uno de mis vecinos quiere decirme más cosas de las que le escucho en el ascensor. Llegará el día del descontrol. Lo sé.
Howard Becker: Outsiders. Hacia una sociología de la desviación, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.
La presentación de la persona en la vida cotidiana se publicó originalmente en 1959. Es uno de mis libros preferidos. Goffman sostiene que somos “máscaras” pero nos invita a pensar que nuestras máscaras o nuestras performances no son solamente una apariencia detrás de la que se escondería nuestro verdadero yo. Imaginaba que la vida social tenía lugar en un gran escenario teatral en el que todxs actuamos. En nuestra actuación no se re-cita sencillamente un guión preestablecido. Ocurre que las personas utilizamos los escenarios y a los interactuantes (el auditorio) para dejar un testimonio vívido de quiénes somos y/o de quiénes y qué anhelamos ser. Cuando se lo lee parece que está refiriéndose a los integrantes de las clases medias, quienes (en los años ’50, en EE.UU.) habían experimentado un ascenso social en los bolsillos y luego tenían que gestionarlo a través de la cultura, del estatus. Si una persona de clase media, mientras comparecía ante los demás, dejaba entrever que tenía una relación de hiperfamiliaridad con la “alta cultura” a pesar de que no la tenía, Goffman nos diría que lo que tenemos que ver ahí no es una mentira sino una actuación que nos revela “realmente” cómo quiere estar en el mundo, cómo quiere que se la considere. ¡Eso también es un dato sociológico! “Así como te ven, así como te tratan”, dice una eterna conductora de la televisión que parece haberlo leído. Y estaría bien que en el escenario de la vida todo el mundo tenga derecho a expresar ese deseo. Nuestra forma de actuar (que muchas veces adelanta el ser mediante el parecer) es una especie de promesa que nosotros mismos nos hacemos a nosotros mismos y eso ante los demás, a quienes convertimos en testigos que pueden reclamarnos más adelante que nos sigamos comportando como nos comportamos una vez. Nos piden que actuemos con responsabilidad sinecdóquica. Con viento a favor eso es fantástico. Gays, lesbianas y trans lo sabemos bien: ¿cuántxs de nosotrxs, aún no del todo orgullosxs, actuamos un guión que nos mostraba enterxs, con aplomo, con soltura lgtbi ante los demás? ¿Quién de nosotrxs no hizo de su cuerpo un texto público? Claro que a veces no nos salía bien, pero la actuación y el impulso estaban. Esa fue nuestra forma de proyectarnos, de construirnos, de hacernos inteligibles en público. Nunca olvido cuando en los primeros años ’90, en pleno mediodía, apareció un hombre cincuentón vestido todo leather en una confitería que estaba en Uruguay y Corrientes. Considero que a partir de entonces quedé condenado a disfrutar de este curioso autor.
Erving Goffman:
La presentación de la
persona en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 2009.
Ojalá traduzcan Telling Sexual Stories pronto. Me ofrezco a escribir el prólogo. Producto de haber recogido muchos testimonios (en entrevistas, libros de autoayuda, autobiografías y programas de televisión), el autor aborda el análisis de los relatos sexuales de las personas, tomando los relatos como recursos cognoscitivos de sí y del mundo social. Todos eran relatos nuevos, que recién comenzaban a inscribirse en el orden de lo decible que, bien entendido, es el orden de lo evidente. Recoge testimonios de mujeres violadas (cuyas narrativas denomina de “violación”), de recuperadas y recuperados de distintos padecimientos sentimentales de la vida en pareja (cuyas narrativas denomina de “recuperación”) y testimonios de gays y lesbianas (a las que llama con la clásica denominación de “coming out”). Me interesa resaltar el carácter “nuevo” de estos relatos sexuales. Existe una “historia real”, una “historia imaginada” y una “historia contada”. Quiero decir: a mí realmente me pasó algo. Sin embargo, enseguida lo imaginé de cierta forma. Y a veces, de esa forma es que pude contarlo. Pero, otras veces muchas historias no llegan a contarse. Bien, este hermoso libro se sitúa históricamente en un momento en que muchas historias tremendas realmente vividas por mujeres heterosexuales, varones gays, mujeres lesbianas y transgénerxs encontraron una coyuntura para empezar a contarse. Llevar experiencias traumáticas a la lengua no es cosa fácil, ya que no solamente hay que animarse a decirlas, sino encontrar un “estilo” que guarde correspondencia con la densidad del trauma, que lo exprese lo más posible. En este plano, y a modo de buen contrapunto con Eva Illouz, Plummer se muestra mucho más benevolente con la literatura y los géneros “vulgares” de buceo del yo. ¡Yo apoyo a Plummer! Amparado en Richard Rorty pensaba que los sufrimientos humanos sólo pueden ser reducidos a través de una mejora en la sensibilidad hacia las voces de los que sufren, lo que nos permitiría hacer una descripción detallada de cada asunto. La búsqueda de estas voces es un trabajo que hoy lleva a cabo la cultura popular y que no puede ser desestimado. Así, la novela, el cine y la televisión vienen disputando sostenida y constantemente al sermón y al tratado como los principales vehículos del cambio y del progreso moral.
Ken Plummer: Telling Sexual Stories. Power, Change and Social Worlds, London, Routledge, 1995.
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