Viernes, 12 de junio de 2015 | Hoy
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¡Otra serie sobre telepatía! Pero ahora desde una perspectiva ciber y postidentitaria. Sense8, uno de los estrenos de Netflix de este mes, promete a fuerza de juegos mentales y de grandes nombres: los hermanos Wachowski y el legendario J. Michael Straczynski.
Por Dolores Curia
Ocho personas diversas y dispersas por el mundo –apodados “sensates” siguiendo el juego de palabras que da título a la serie, que no tiene traducción literal pero que podría ser algo así como “los sensibles”– de pronto se descubren conectados física y psíquicamente. Comparten sensaciones, experiencias, memorias, de un modo inexplicable pero que parece anticipar, según se sugiere, modos de “interacción por venir”, y lo hacen unidos por una “red sináptica biológica”. El manido tema de la telepatía –recalculado desde una perspectiva ciber y postidentitaria– podría resumir la trama de Sense8, uno de los estrenos de Netflix de este mes, prometedor a fuerza de grandes nombres: es una colaboración entre los hermanos Wachowski (Bound, Matrix, Cloud Atlas) y el veterano guionista de TV de fantasías científicas y toda una contraseña nerd vintage en sí mismo, J. Michael Straczynski (Babylon 5). Sense8 también promete a fuerza de billetes: es una superproducción grandilocuente; fue filmada en diez ciudades de distintos continentes, algo inédito para una serie online. Los ocho sensates, estando en países diferentes, desarrollan la habilidad de verse, hablar entre sí, intercambiar posiciones, tomar el control del cuerpo del otro y compartir destrezas y conocimientos. Ellos son: el alemán, Wolfgang, cerrajero y heredero de un linaje de ladrones de guante blanco. Kala, una científica hindú atrapada en un matrimonio no arreglado pero casi. Riley, una DJ islandesa que triunfa en pistas comandadas por varones y ahora huye de un grupo de narcos. La coreana Sun: de día una introvertida ejecutiva oculta en el rascacielos de la multimillonaria empresa familiar; de noche, una estrella de kickboxing, capaz de romperles el alma a luchadores que la doblan en peso (“los que saben le apuestan a la perra flaca”, dicen las voces del fondo del ring). Un policía bueno de Chicago, que empieza a escuchar las historias de las personas contra las que en otros tiempos hubiera disparado. Capheus, un joven de Nairobi obsesionado con Jean Claude Van Damme que se involucra en una mafia local para conseguir los medicamentos para su madre que vive con VIH, y Lito Rodríguez, el clisé del galán latino de telenovelas que mantiene la relación con su novio dentro del closet. Sin dudas, el personaje con mayor desarrollo es el de Nomi, una lesbiana trans –identidad poco visitada por el cine y la TV–, esta vez ideada por Lana Wachowski, la primera directora trans en llegar a la cima de Hollywood. Nomi es una torta bloguera y hacker con una hermosa novia cis, Amanita; ambas son activistas de San Francisco. Nomi es interpretada por Jamie Clayton, una actriz que también es trans. Es decir: después de Laverne Cox (Orange Is The New Black, también de Netflix), éste es el segundo personaje, no trágico, de una mujer trans (representado por una trans) que llega a millones de pantallas en plan mainstream.
Hasta más de la mitad de la serie (son doce capítulos) no abundan las escenas en las que aparezcan todos juntos. Sólo una de sexo grupal en la que algunos de los involucrados están en cuerpo presente, mientras los demás se suman mentalmente. Si bien casi todo el tiempo lo que motiva la acción son los dramas particulares de cada sensate, no hay aquí individualidades superpoderosas al modo de los héroes clásicos, sino más bien un don interpersonal, de identificación con otro. Cierto espíritu de optimismo multicultural recorre los capítulos desdibujando fronteras nacionales, pero también las de los géneros, sexuales y narrativos. Avivados por la esperanza de un humanismo mestizo y tech, y con la herramienta de un nuevo esperanto que es, curiosamente, el inglés, los sensates les ganan a los malos –que no tienen más profundidad que el ejercicio de la pura crueldad–, traspasan barreras étnicas, ingresan al país extranjero sin visa y hacen el bien sin mirar a quien.
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