Viernes, 13 de noviembre de 2015 | Hoy
Por Roberto Jacoby
Yo ingresé a Roland Barthes a través de la Retórica de la imagen. Pienso que existen muchos cruces entre aquel libro y toda una dimensión en la vida de Barthes relacionada con el placer, los encuentros con chicos, sus pieles, sus cuerpos. Era la Buenos Aires de los 60 y recién, de su mano, entre otras, empezaba a llegar la perspectiva semiológica al país. Era todo muy novedoso. Todo un descubrimiento empezar a pensar el mundo como un conjunto de signos descifrables. Y sobre ese mundo de signos se podía trabajar a través de claves. A uno le daba la sensación de que el mundo y sus imágenes podían por fin ser estudiadas, desencriptadas y que así se podría llegar a los sentidos de las cosas, de las prácticas, de los mensajes. Yo volqué esas ideas en mis primeros trabajos como artistas. Mis primeras obras fueron potentemente semiológicas. Eran reflexiones sobre el objeto, el signo, el significado, los significantes, las funciones del mensaje, el mito, los niveles y planos de sentido. En la obra de los medios, un happening que no existió, pusimos en acción esos conceptos. Jugábamos con la multiplicación de los sentidos, los detournements a los que Barthes aludía con la frase: la mejor arma contra el mito es quizá mitificarlo a su vez. Esta sobre-mitificación estuvo presente también en mi trabajo como periodista y analista de los medios de comunicación. Debo decir que ese Barthes de Mitologías me rindió mucho. Me pregunto cómo funciona la recepción productivamente en relación a las operaciones de lectura que se pueden hacer de (y entre) los textos Barthes. Las operaciones de la retórica son vitales aquí. Retórica de la imagen es quizás uno de los textos menos ponderados de Barthes. Tal vez porque son notas, con algo de manual, textos que toma de otros lados. O tal vez por el sentido peyorativo que se le ha dado y se le sigue dando a la retórica. Todavía se dice cuando queremos decir que algo es verso: “Eso es pura retórica”. Sin embargo, la retórica es la clave de toda comunicación, ya sea comunicación política, ya sea comunicación amorosa o poética. Es imposible hablar sin retórica. Está metida en todo lo que decimos: en la organización de la frase, en la proximidad que puede haber entre adjetivos, sustantivos, en las repeticiones, en los cortes. Los recursos de la retórica están presentes ahora mismo en este texto como cuando decimos “algo es verso”. Creo que es posible relacionar el amor por los muchachos de Barthes con las figuras retóricas. El se quedaba sentado en un bar mirando a los chicos durante horas. ¿Qué operación sería esa? ¿metonimia? Estar cerca de los chicos en un bar, ¿le transmitiría por proximidad juventud y belleza? El cuenta que se dedicaba a mirarlos y no necesariamente hacía gran cosa. ¿Y sus viajes? Cuando viajaba a Marruecos, por ejemplo, y se dedicaba a observar a los chicos marroquíes… ¿Qué figura sería esa? ¿Serían metáforas? ¿Cómo podrían funcionar esas metáforas? La sensación que tengo con respecto a Barthes, a su persona, a su relación con la mamá, es que era un hombre sumamente tímido, formado en la cultura católica, que no se atrevía demasiado en Francia… Se me ocurre que para él esos chicos africanos funcionaban como representación de otros, quizás, de los chicos franceses.
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