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Viernes, 11 de marzo de 2016

Pepa de Amor

A seis años del crimen de Pepa Gaitán, asesinada por lesbiana, una reflexión sobre el odio y su poder disciplinador. Una reflexión sobre la resistencia y su poder de cambio.

 Por Magdalena De Santo

Asesinato ejemplificador para las marimacho de la nación.

Sin palabras se disciplina a quemarropa y en el cuerpo de la víctima se inscribe un mensaje claro: si sos poco femenina y encima torta, no te metas con nadie porque así vas a quedar. Muerta. Matar es también inculcar un miedo extensivo a la comunidad, un correctivo medieval que introyecta valores de un único deber ser. Así como de un tiro se matan dos pájaros, el dogmatismo violento asesina a la Pepa y amenaza al resto. Con balas el temor se nos instala indeleble entre la piel y las uñas que, con esfuerzo, nos empeñamos en mantener cortas.

A Pepa la asesinaron por lesbiana marimacho. Por chonga masculina pobre. Podría tipificarse el delito como lesbicidio, y, aunque muchos puedan reírse, de marimachicidio. Pero en el juicio apenas se reconoció como agravante su condición de mujer: se lo trató en términos de feminicidio. Fue entonces que Daniel Torres fue imputado a catorce años de prisión por homicidio simple agravado por uso de armas de fuego.

Pero a Pepa le arrancaron la vida también en vida. Una carga de condenas pesaba sobre sus dos hombros erguidos. Soñaba con un trabajo en blanco, que nunca tuvo. Soñaba entrar a un boliche sin ser señalada. Soñaba que la policía no la detuviera y con mirada incisiva e incrédula sospechara ¿qué sos? ¿qué sos? La mamá lo expone con crudeza: “La Nati ya ni iba a los boliches porque se cansaba de que la discriminaran en la calle. Prefería quedarse acá, con la familia, tomarse unas cervezas con las amigas o las novias, porque nosotros desde que nos dimos cuenta ya no la jodimos más. ¡Pero sabés las veces que nos ha parado la policía! ¡Se gastaban los codos entre ellos mirándole el documento y mirándola a ella! ‘¿Qué? ¿Nunca viste una mujer macho?’, les decía yo mientras ella se hacía la que estaba en otra cosa, mirando el celular. Una aprende, aprende a la fuerza. La Nati ya a los 12 años empezó con eso de cortarse el pelo, de hacer todo lo contrario a lo que hacen las nenas. Con mi marido decíamos, bueno, será una machorra, hasta que quiso suicidarse, no una vez sino tres veces seguidas. Y ahí estuvo internada en un psiquiátrico para niños como tres meses. Después seguimos con la psicóloga como un año, que decía puras pavadas. Hasta que yo un día me di cuenta y le dije a mi marido: ‘¿Querés que te diga una cosa, José? La Nati no es una nena, mi hija es un varón’.”

La Pepa bien podría haber sido varón trans al que no le llegó, en esa Córdoba pobre y profunda. Quizá hubiera sido varón reconocido jurídicamente gracias a la ley de identidad de género que llegó dos años después de su asesinato. Quizá no. Es que allí nos quedamos con el vacío de la especulación, hipotetizando sobre contrafácticos porque un crimen de odio arrebató cualquier horizonte de posibilidad. Lo que los hechos muestran es que fue hostigada por los tipos por ocupar un lugar indebido, tratada por instituciones jurídicas, médicas, educativas y psicológicas como enfermita y atravesada por la violencia estructural de la pobreza y el desempleo que acecha nuestro territorio.

“Nosotros luchamos mucho con mi hermana en el barrio. Porque la discriminaban mucho. Ella se hacía querer muy mucho, era muy entradora la gorda –yo le digo la gorda de cariño, porque era una gorda hermosa–, pero tenía sus bajones. Su sueño era tener un trabajo en blanco y eso parecía imposible, porque la veían y listo, ya no la llamaban más. Uno quiere pensar que no es por eso. Pero yo trabajé en una empresa y empezaron a tomar mujeres para barrer el pasto después que lo cortaban en las veredas. Y le dije al jefe de mi hermana y me dijo que sí, que por supuesto. Y cuando la vio ya no la tomó. Me dolió tanto, porque fue en mi cara, que dejé de trabajar ahí”, dijo Mauricio, uno de los hermanos de Pepa, frente al tribunal.

El movimiento lésbico nacional reconoce en la Pepa su bandera.Este 7 de marzo se marchó por la visibilidad, una de las formas de contrarestar el odio y de imponer las vidas. En la calle, en las casas. Un día antes de conmemorar el Día de la Mujer Trabajadora, la historia nos recuerda que las machonas empobrecidas del país siguen luchando por sobrevivir.

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