Viernes, 1 de abril de 2016 | Hoy
ADIóS
Poeta, ensayista, traductor, antropólogo y profesor en Letras, Juan José Sena fue uno de los primeros putos públicos de La Pampa, pionero en delinear una cartografía del deseo homosexual en su infierno grande: General Pico. En febrero, el autor de Los condenados de este mundo, que con su pluma dio voz a mujeres, pueblos originarios y maricas, murió en el anonimato, indigente y marginado, dejando una enorme obra literaria que permanece en su mayoría inédita.
Por Silvio Lang
Juan José Sena murió, a los 71 años, el mismo fin de semana que Lohana Berkins, pero en la soledad de la marica con el don de la escritura. Juan Soledumbre, Juan Desgracia, Juan Quejumbre fueron algunas de sus transfiguraciones literarias maricas. Juanjo, fue el primer puto público de La Pampa, mi lugar de origen. Llegó al hospital solo, indigente, loco, marginado por la Cultura pampeana. Transitó el camino de la descomposición del mártir. Escritor santón y maníaco aunque contra-fóbico: siempre disparaba en contra, pero por amor de. Ya en la década de 1970 se travestía y se floreaba por las calles de General Pico, una pequeña ciudad donde te pueden matar por puto. Salía montado de Marilyn Monroe, a pleno sol. Una tarde unos albañiles, desde los andamios de una obra en construcción le gritaron “maricón”. Y Juanjo enfurecido empezó a agitar las estructuras de los andamios con todas sus fuerzas y a gritarles que bajaran, que los iba a cagar a piñas con tacos y todo. Todo muy Hermes Villordo. Su casa fue incendiada por un atentado homofóbico, en 2004, y no hubo justicia, ni reparación del Estado. Vivió en las ruinas hasta sus últimos días. Allí dejó una obra literaria de más de 6.000 páginas, ordenada en 20 carpetas. Un mega archivo de literatura trans que ejercitó la diversidad de géneros: cuentos largos, novelas cortas, poesía, obras de teatro, ensayos, guiones de cine, literatura para niños y adolescentes, epistolarios, traducciones, artículos periodísticos. Hay publicado sólo el 10 por ciento; un poco más de 600 páginas. Son dos tomos editados por la Subsecretaría de Cultura de La Pampa: Los condenados de este mundo, y Los hombres mueren y no son felices. La editorial Arisco prepara Cuentos grotescos de los mundos gay(o)s. Mujeres, indios y maricas, es lo que allí más habla. Juanjo, siempre se mandaba cualquiera contra los académicos, los funcionarios de la cultura, los artistas obedientes del orden conservador y reaccionario de la “literatura regional” pampeana. Los acusaba de negacionistas, fundamentalistas y antipopulares. A lo Juan Rulfo, Juanjo, se remontó la historia de los pueblos agredidos y multiplicó las voces de los muertos de la llanura arrasada. Tenía una amiga para sus “juegos peligrosos”: Olga Orozco. La educación trágica en la muerte lxs unía.
A fines de los años 70, Juanjo, viajo a estudiar Filosofía y Letras, a la Universidad de Buenos Aires. Tuvo de profesor a Enrique Pezzoni. Y tuvo muchos amantes yirando por el Bajo y el Instituto Di Tella. Jean Le Fou fue el seudónimo con el que firmaba sus cartas de marica ensoñada. Su astrología aplicada devino en novelas breves. Drao, La Sorcière, fue su otro nombre de batalla. Se licenció de antropólogo en la Universidad de La Plata, “por el devenir de sí mismo y su entorno”, decía la loca. Regresó a La Pampa, a Santa Rosa, y terminó de recibirse de profesor en Letras. Pagó su vida de joven estudiante ejerciendo de modelo vivo, en la Escuela de Bellas Artes –rubio rizado, cuerpo escultórico. En los 80 se volvió a General Pico. Hiperbólica, la marica, envalentonada con los viajantes que se garchaba llegó a declarar: “Paraíso gay”, “Orgullosa ciudad gay del país”, “Capital homosexual del mundo”. Y se lamentaba de la hipocresía social piquense. Juan José Sebreli, le instó a escribir el libro: General Pico, vida cotidiana y alienación, proyecto antropológico del cual dejó algunos apuntes. En las cartas, en los mails, en los inbok’s, en las conversaciones y toda la literatura su habla era exuberante: extensiva como la llanura e intensa como la pulsión desbocada que la recorre. Verborrágica, la marica, pero elíptica. En la naturaleza excesiva de su estilo la elipsis, en tanta oración derivativa y alambicada, marcaba el ritmo de la desmesura del deseo barroco. Casi como funciona la puesta rítmica de la voz asmática en Proust. No lo conoció a Pedro Lemebel, sin embargo, llegó a escribir una carta con las condiciones para encontrárselo algún día. Serían una Colibrí y la otra Maytreya, las dos travas sudacas de Severo Sarduy: parlanchinas, reinas y reventadas. Si me apuran, digo que escribía mejor que Manuel Puig. Pero su Hollywood era Buenos Aires. En sus historias de pueblos pampeanos con adolescentes varones enamorados entre sí y mujeres engañadas y abandonadas por algún mercachifles, que terminan mal –suicidios, crímenes pasionales o sociópatas– siempre aparecía Buenos Aires como la ciudad-puerto de salvataje. Una ciudad donde se podía amar libremente. Porque La Pampa fue para Juanjo y para mí nuestro campo concentracionairo, lo decíamos en canon. En el 2004 monté una obra de teatro con esos relatos: El deseo de la Petra Polanco. Juanjo, se asustó por la oscuridad que emanaba de su literatura, pero luego se entusiasmó porque sus fantasmas se materializaban y perdía consistencia el terror social que lo había perseguido durante toda su vida. “La Petra Polanco soy yo”, me dijo una vez. Se escribe porque la voz te falta y no usurpando la voz de los excluidos. “No se elige la homosexualidad, se asume en la pasión de la vida que te encuentra”, declaró al diario de mayor tirada de la provincia. La peripecia sexual del amor y del odio lo encuentra en cada relato, entre el amor fatal y la rebelión existencial.
Nutrido de chiquito por Rimbaud, Rilke, Lautréamont y Faulkner. Desde esa constelación la marica del Juan Soledumbre, va a construir un “enterratorio de amantes”, en su castillo (“El cementerio de los crueles amantes”). Una suerte de Condesa sangrienta de las pampas, con la fantasía de matar a todos los amantes que desenterraron sus corazones de su cantero y lo convirtieron en “una tumba sin nadie, un cenotafio”. “Vos, patrón, tenés sangre y culo de mártir”, le dice su peón enamorado y despechado, al Juan Soledumbre. O como en el cuento “Sagrada historia de la transmutación del Juan Desgracia en marica de yeso”, el personaje es una travesti a la que le agarran ataques de epilepsia cuando le hablan de amor, hasta que puede vengarse del albañil que la engrupió. La literatura de Juanjo se propone descomponer la metafísica sacrificial y criminal de la sexualidad moderna, mediante una dialéctica de los extremos, que le provee el formato del diálogo teatral. En esta escena el conocimiento del amor sexual se habla en femenino, como hace Sócrates cuando tiene que decir lo más importante sobre el amor y cita a una mujer, Diótima. Porque como ya dijo Lacan de El banquete, de Platón: “Es una especie de asamblea de mariconas, una reunión de viejas locas”. Y Juanjo aceptó el convite: en sus últimos años se dedico a traducir del griego original ese diálogo filosófico. O sea que, las maricas, hemos producido una verdad-desplazamiento sobre el amor sexual que el mundo patriarcal ordenó. Por eso la paráfrasis sexual, en la escritura de Juanjo, avanza con decoro e hipérboles. Porque hablar las cosas del sexo como todo el mundo las habla es pasar por alto la represión originaria de la cultura. Todxs estamos enfermxs de la represión patriarcal en nuestra lengua materna y capturados en la producción subjetiva del cis-hetero-patriarcal del capital, y desde ahí hablamos y hacemos nuestras cosas. Pero nunca, nunca seremos totalmente la máquina del Marqués de Sade. Por eso, aún, hay literatura y hay lucha.
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