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“¿Dónde está la novia?” recuerda Gerardo que vociferó irónicamente un empleado del registro civil de la calle Bonpland cuando le tocaba el turno de entrar a la sala para contraer matrimonio. Pero inmediatamente la jueza que lo casó con Damián se emocionó visiblemente al escuchar por boca de ambos que hacía veinte años que estaban juntos y ante el hecho de que Damián haya declarado durante la ceremonia que “elijo a Gerardo cada día de mi vida”. También recuerda que, días después en su trabajo en el ministerio de Educación se le acercó un compañero al que apenas conocía que lo felicitó abrazándolo afectuosamente y diciéndole: “es muy importante el matrimonio”.

Por su parte, Esteban refiere que desde que contrajo matrimonio, las miradas del portero se hicieron más inquisidoras cuando llegan los dos o alguno de los dos acompañado de algún nuevo muchacho. “Estos ni casados se calman. No sé para qué se casaron si siguen viviendo en la misma promiscuidad de siempre”.

Fabio, casado con Adrián, relata que “El fotógrafo de nuestra boda dejó en la vidriera de su local una foto nuestra dándonos un beso con el río Limay de fondo en un hermoso atardecer patagónico. Fue una foto que hicimos para el típico video de boda. Resulta que muchxs de mis estudiantes se enteraron por ese medio de que su profe era gay e hicieron circular la foto hasta por grupos de whatsapp. Los pibes lo recibieron muy bien y muchos me dijeron: “¡qué buena onda profe!”. La actitud de ellos hacia mí no cambió para nada. El único comentario negativo que recibí y que refuerza mi conducta militante, fue el de un padre que fue a la dirección de uno de los colegios en los que trabajo horrorizado por que el profesor de su hijo era gay, estaba casado con un hombre y para rematarla ¡habían adoptado tres adolescentes! “Si hubiera sabido no mandaba a mi hijo a este colegio”. Afortunadamente el equipo directivo y de asesores supieron resolver la situación favorablemente. El estudiante sigue hoy en la escuela, fue alumno mío y nunca tuve un planteo de su parte ni de su familia. Yo me enteré bastante tiempo después.

En la historia de Occidente el matrimonio entre personas del mismo sexo aparece desde antiguo –pero más allá de las connotaciones y de los sentidos que tenía en la época en que acontecieron– ligado a la relajación de las costumbres, a la decadencia moral. Paradojalmente ahora se invierten los valores, ser civilizado es aceptar las uniones legales amorosas entre personas del mismo sexo, se asocia a países civilizados, democráticos y tolerantes que amplían los derechos de ciudadanía. “¿Qué define al matrimonio?”, se pregunta John Boswell en su excelente libro Las bodas de la semejanza donde rastrea uniones matrimoniales entre personas del mismo sexo desde la Antigüedad. ¿Qué significaba realmente ser una de las setecientas mujeres “casadas” con Salomón, quién además tenía trescientas concubinas? ¿Es el matrimonio la legitimación de la unión sexual entre hombre y mujer con finalidad procreativa tal como repite incansablemente el dogma religioso? Entonces, ¿cómo comprender matrimonios no procreativos, por ejemplo el de Zacarías y el de Isabel o como el de José y María que según los teólogos nunca se consumó? ¿Está relacionado con el amor o simplemente con un acuerdo de propiedad como era habitual en los casamientos de la Europa premoderna?

¿Es el elegirse día a día que señala Damián y que lo une a Gerardo en un compromiso sin sexo? ¿Es la posibilidad de amarse libremente entre dos y entre muchos pero con un vínculo y un compromiso tal como proponen Esteban y Ariel? ¿Es la estrategia para adquirir derechos como la adopción, la asignación universal, la herencia y para defenderse de la homofobia de las familias primarias? ¿Es el sentido –de placer, de alegría, de acompañamiento, de comprensión, de amistad– que cada pareja quiere darle a su proyecto? ¿Es aceptar que tiene múltiples formas y acepciones e implica muchas formas de amar y de vivir? Con un recorrido completamente diferente al matrimonio heterosexual y con la polisemia del término matrimonio a cuestas quizás la comunidad lgbti tiene la posibilidad histórica una vez alcanzada la igualdad de derechos en el plano formal civil de poner en tela de juicio aquello por lo que tanto luchó. Quizás el secreto esté en que lejos de buscar la normalidad y lo aceptable, el matrimonio igualitario ya totalmente legalizado cobre otros sentidos y se acerque nuevamente a una sensación del fin o de la decadencia –de la hipocresía, de la familia tradicional, de la moral hegemónica, de la burguesía, del capitalismo de lo que sea– a lo que fue asociado históricamente. Pero ya no como culpa sino como orgullo que pueda ser ejemplar a la mirada de los otros. Levantar la frente, mirar a los ojos al portero y decirle: “Sí, me casé para seguir con la promiscuidad”.