Viernes, 6 de abril de 2012 | Hoy
La avanzada del fundamentalismo religioso sobre las políticas públicas brasileñas.
Por Alejandro Modarelli
Aquel sacro comercio que se creyó muerto cuando estados e iglesias se separaron vía constitucional en la mayoría de Occidente, regresa ahora a América, por una puerta de la democracia liberal. No se trata esta vez de pastores o curas predicando la felicidad en la resignación mediante el telemarketing de la ley bíblica (además ser convencido es el derecho fundante de todo consumidor, sobre todo del más miedoso o el más inocente), sino del regreso literal del orden bíblico sobre el orden político. Hoy, los líderes religiosos brasileños, estructurados en una prolífica bancada parlamentaria llamada “evangélica”, se arman desde el corazón mismo del Estado contra las organizaciones defensoras de la afirmación del cuerpo. En la mira están, pues, la defensa del derecho al aborto y la diversidad sexual. Quién dice si la nueva tendencia a golpear gays de noche en la Avenida Paulista no sea la contracara obscena de estos ventrílocuos del cielo para quienes somos abominaciones contra la naturaleza. Pero si la injuria de los pastores se hace hardcore en el templo, en el Congreso se estiliza en las paradojas del discurso del amor, que hiere para salvar.
Los evangélicos acusan ahora al activismo Glttbi de impulsar una tiranía de la opinión. Hay que oír al senador Crivella en el debate sobre la ley contra la homofobia –obstruida desde diciembre pasado– advertir que “garantías especiales a favor de los homosexuales tendrán el daño colateral de una mayor discriminación”, y al diputado Magno Malta pedirnos amorosamente tolerancia: tu estigma es la cáscara del pecado y no el efecto de mis sermones. “Si no reaccionamos seremos atropellados por el activismo gay”, escriben en los sites evangélicos y alguno hasta interviene una foto de Hitler para dejarlo como una Barbie de bigotes con su cruz gamada pero arcoiris. Los gay-bashers de San Pablo, supongo, no acordarán con el chiste.
A pesar de su notable anacronismo, no confundamos los manifiestos evangélicos con mogigaterías victorianas. Ahora se busca someter a Oscar Wilde en nombre mismo de la libertad de expresión y negarle la igualdad justo en nombre de la democracia. Este conflicto moderno entre principio de igualdad y religión es una pelea donde –se sabe– el uso de lo anacrónico es redituable estrategia de dominio en los que mandan, y refugio de las emociones en los que siempre obedecen. Vean si no en la CNN el intercambio de ideas entre presidenciables republicanos para las próximas elecciones yanquis. Créase o no, junto con la apelación antiinmigratoria y contra el Estado de bienestar social resurge el remanido asunto de la anticoncepción, la abstinencia sexual en los jóvenes y el fin del auxilio a las ONG promotoras de la salud reproductiva. Lo que se dice, gestión política de la vida para una economía fanática de mercado. Desde los reaganomics, el fundamentalismo cristiano se viene expandiendo en América y también en Africa (las leyes antihomosexuales en Uganda no son resultado de viejas concepciones tribales, sino el impacto de la neoevangelización). Y Brasil, por su peso continental, puede ser el gran experimento latinoamericano. Justo en el país de la colosal Parada Gay de San Pablo y del Carnaval más sexy y millonario.
La última embestida, precisamente, ofende al Carnaval 2012, por su peligrosa ñoñería: por presión de los líderes religiosos el gobierno federal vetó para la Campaña contra el VIH-Sida la difusión mediática de un video donde se ve a dos varones darse arrumacos higiénicos en una disco y a un hada aconsejarles el uso de la “camisinha”. El Ministerio de Salud cree que el video de los chicos gay debe ser también el video del gueto gay. Que se exhiba sólo en las discotecas, en los saunas propicios, en fin, en esos sitios donde se supone que hacemos nuestras cosas minoritarias. Como si no existiesen adolescentes con actividad sexual sólo bajo los tinglados del secreto, o chicos de pueblo sin boliches cerca donde educarse en salud.
Mientras el diputado federal Jean Wyllys, defensor de los derechos Glttbi exige explicaciones al gobierno de Dilma Rousseff, la Red Nacional de Adolescentes viviendo con VIH-Sida llama “a salir a las calles antes de que sea demasiado tarde...a preguntar al gobierno brasileño –que históricamente y con éxito enfrentó a la epidemia del sida a través de la promoción de derechos– por qué está practicando y reforzando justamente aquello que siempre combatió: la homofobia”. Ni siquiera la intimidad bajo foco de la nueva secretaria de Política para las Mujeres, Eleonora Menicucci, pro aborto y bisexual sin eufemismos, atenúa las críticas de las organizaciones. Es que, a diferencia de los parlamentarios evangelistas que hacen de su subjetividad un triunfo sobre el Estado, las circunstancias personales de la funcionaria se limitan al testimonio. Su Yo asciende a estrella en los medios pero no a política del gabinete: “Mi gobierno no favorecerá ninguna opción sexual”, se disculpó Dilma cuando, por amenaza de congresistas evangélicos, censuró el llamado “kit escolar contra la homofobia”, material didáctico para que los niños brasileños no lleguen a la adolescencia imitando a los gay basher de San Pablo. Además, el senador Crivella es ahora el nuevo ministro de Pesca.
La prescindencia de Rousseff es una toma de posición que ya sufre el colectivo Glttbi, que no consiguió todavía ni una sola ley relevante a su favor, depende por eso de las decisiones judiciales y mira con envidia los progresos de Argentina. Jorge Beloqui y Veriano Terto J. son activistas en ONG de lucha contra el VIH-Sida, uno miembro de la Red Nacional de Personas VIH+ (RNP+) y el otro coordinador de la Asociación Brasileña Interdisciplinaria de Sida; y aseguran que es lamentable ver la decadencia del programa federal contra la epidemia: “En el nuevo video para TV se decidió evitar incluso la imagen del preservativo. Se cree que un lenguaje de números, porcentajes y proporciones es más comprendido que el de abrazos, besos y revolcones playeros. Para colmo terminan con el anuncio de que el sida no tiene cura. Imperdonable en un programa que fue vanguardia en el mundo”.
El combate entre hierofania evangélica y activismo Glttbi prosperaba ya en 1992 en otro gigante americano, Estados Unidos, cuando el Family Research Council denunció la existencia de una agenda gay oculta para demoler los valores. La conspiración equivaldría a aquella que se adjudicó a los judíos mediante el libelo Los protocolos de los sabios del Sión. En 2003 el presidente de la Alliance Defense Foundation, supongo que inspirado en un diagnóstico de Teodor Adorno pero sin entenderlo, recordó al SA Ernst Röhm: su homosexualidad habría sido decisiva en la militarización extrema de la Alemania nazi. La militancia evangélica exhuma, para acreditar la conspiración, un manifiesto satírico del activista gay Michael Swift donde la revolución se vuelve rosa-sade y se convoca a sodomizar a los jóvenes y suprimir la heterosexualidad del planeta. Una ironía de 1979 con su moraleja, avisada desde el principio. “Este ensayo es una cruel fantasía de cómo un oprimido sueña desesperadamente en ser opresor”, abunda el autor, por las dudas. Pero la paranoia pasa por alto las exegesis, porque precisa situarse al pie de la letra.
En la ciudad de Fortaleza, el misionero católico Anderson Luis dos Reis sube hace unos meses en YouTube un video con ambición de estilo contra el proyecto parlamentario antihomofobia. La bandera de la ONU se trasmuta en la de nuestro Orgullo, la boca de los ciudadanos aparece tapada con un adhesivo arcoiris, y se transcribe parte de aquel texto de Swift. Acá va una de las frases delirantes del manifiesto gay que sirven a la loca indignación del líder religioso: “El grupo familiar, que sólo enfanga la imaginación y limita el libre albedrío, debe ser eliminado. Muchachos perfectos serán concebidos y cultivados en el laboratorio genético. Ellos serán vinculados juntos en la educación comunal, en el control y la instrucción homosexual”. Incapaz de descubrir en esa república platónica delirante los destellos de su propia locura (y su comicidad involuntaria), Dos Reis se desespera como si no fuese él quien, por ahora, estuviera ganando en la guerra.
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