Viernes, 25 de enero de 2013 | Hoy
Por Christopher Makos
Andy Warhol, quien por sobre todas las cosas amaba el éxito y a los jóvenes que lograban conseguirlo, también se fijó en mí por mi cabello rubio y la energía ilimitada que le ponía a todo lo que hacía en esos tiempos. El público todavía no distinguía algo que para Warhol era intrigante: el hecho de que la cultura visual de las celebridades no se reflejaba en la cultura urbana del punk, que recién estaba empezando. Andy estaba tan entusiasmado con White Trash (mi colección de fotos publicada en 1977, que incluía retratos de Liza Minnelli, Tennessee Williams, Paul Getty, John Lennon, Halston, Marilyn Chambers, quien comenzó su carrera promocionando el jabón Ivery para luego convertirse en una estrella porno, Debbie Harry –Blondie–, Richard Hell y Patti Smith) del cual compró 1000 copias y me pidió que firmara cada una de ellas para sus Cápsulas del Tiempo. Le pedí un dólar por firma, diciéndole que había aprendido de él que “el arte es dinero y el dinero es arte”. Pareció apreciar mi actitud.
Dos años después me eligió para que fuera el director de arte de Exposures, su primer libro de fotografías, retratos de todo tipo de personas realizadas con su pequeña Minox. Sin duda aprendí muchísimo de él, pero él también aprendió de mí, sobre todo de fotografía. Siempre estábamos confrontando, intercambiando expresiones e ideas constantemente. Andy, quien por años tuvo una cámara colgando de su cuello, me definió como “el fotógrafo más moderno en América”. Por mucho tiempo fuimos amigos en el sentido más sincero del mundo.
Cuando era chico, en Lowell, Massachusetts, solía divertirme cosiendo pedazos de papel con la máquina de coser de mi madre. Se me ocurrió hacer exactamente lo mismo con las fotos de Andy, y le comenté que sería una buena forma de vender muchas de sus fotos. Quedó tan entusiasmado con la idea que les dio lugar a “las fotos cosidas” que luego fueron impresas en mi estudio, y exhibidas en la galería Robert Miller, en la calle 56th. Recuerdo que dejé todos los bordes sin terminar, agrandando las tomas menos exitosas para mejorarlas, y reduciendo las mejores para resaltarlas.
Warhol dio el puntapié de sacarle fotografías a todo, y le gustó la forma en que había impreso su trabajo y los formatos que sugerí para sus temas favoritos: vagabundos, bloques de departamentos, perros y celebridades.
Nos entendíamos perfectamente. Sexualmente reprimidos por una educación fanáticamente religiosa, los dos veíamos la vida y el mundo de la misma manera, y ambos nos beneficiábamos de nuestra relación: él tenía a su disposición una joven estrella de la fotografía en crecimiento, y yo un brillante, famoso, rico y poderoso amigo, icono del momento. El me hizo viajar alrededor del mundo, llevando todas nuestras cámaras. Viajamos casi constantemente, sobre todo a fines de los ’70 y a principio de los ’80, cuando nuestra relación se hizo muy fuerte.
Cuando los ’80 estaban llegando a su fin, Andy y yo decidimos que íbamos a trabajar juntos en un proyecto. Impaciente como estaba, había una cosa de la que estaba seguro: íbamos a hacer algo realmente único, sin imitar nada que Andy ya hubiera hecho, contando que para esa época él ya tenía un nombre muy reconocido.
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