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Viernes, 4 de julio de 2014

La feminista con son

 Por María Moreno

Como Judy Gerowitz se despojó de todos los nombres que le fueron impuestos por la dominación patriarcal, eligiendo libremente su nombre, Judy Chicago, en su infancia, allá en Pico, Lily Daunes (pronunciar Lilí Doné) eligió un autobautizo privado para la asunción de un nuevo yo. No fue su responsabilidad que el pueblo (el de la plaza y el del bailongo) que sabe leer le devolviera el “Daunes”. Lily Doné quedó en Pico, donde durante las siestas ya ensayaba con su hermano Oscar las coreografías que cimentarían su gloria en el pasillo feminista con son (es aún impresionante verlos unos cuantos años más tarde hacer la misma pareja bien llevada en sus meneos de caderas, vueltitas y una suerte de pasitos manuales en donde los deditos hacen cuernos o mingas sincopados y burlones; así deben haber empezado los Pimpinela).

Liliana Daunes baila con una gracia inimitable por los culitos y las tetitas colonizados por gustar-gustar, pies ligeros y giros veloces de trompo carnal, revoleando sus ojos verdes libidinosamente un poco oblicuos y agitando con arte su melena hermana de la de Renata Schussheim (alguna vez en La Casa de las Lunas, por los ‘90, se la vio bailar La Internacional). Cocina como sólo lo hacen aquellos a los que les gusta comer, sobre todo en mexicano y en cubano, para eso viaja en busca de sabores, olores y sonidos (el chup chup cuando se llega al carozo de un mango). En privado (Primer Congreso Feminista de San Bernardo, un rinconcito de salón) hace una perfo de trance macumbero orgásmico y salvaje (una Meredic Monk sin corset) que se espera público, pero ella se rehúsa. Canta dentro de una tradición de sur y medio americanos en donde caben guarachas, calipsos y rumbas con una voz ajustada y sensual sin que falte cierto fondo cachador para atenuar la seriedad de una ogresa bonachona parecida a Mayssa Matarazzo.

Pero es la voz lo que Liliana Daunes puso al servicio del axioma de Emma Goldman: “Si no se puede bailar, no me gusta tu revolución”. Grave, honda y conmovida en la Plaza de Mayo, en donde dona a los derechos humanos, cachondera y subrayando la palabra “orgullecida” (guiño lésbico militante) cuando canta “Orgullecida estoy de ser divina / Y de tener tan linda perfección / Tal vez será que soy alabastrina”. Esa voz no divide su activismo. Irrumpe en actos más o menos oficiales con los versos de la Eroica de Diana Bellessi (“Cuando digo la palabra nuca / ¿te chupo suavemente / hasta hundir / el diente aquí? / ¿Estoy tocándote acaso? / Cuando digo pezón, / ¿la mano roza / las dilatadas rosas de los pechos tuyos? / ¿Te toco acaso?”) con el mismo énfasis de cuestión principal con que hace crítica política desde la radio junto a Eduardo Aliverti o arenga desde los principios de la campaña nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. No sé si le gustaría la palabra “queer”.

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Imagen: Sebastián Freire
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