Viernes, 3 de octubre de 2014 | Hoy
Uno de los primeros efectos secundarios de la victoria terapéutica frente al VIH: adolescentes y jóvenes de entre 15 y 24 años piensan que la enfermedad no les concierne. En Francia y Estados Unidos, donde el acceso a la medicación no es un déficit, se comienzan a revisar los nuevos hábitos de una generación que le da la espalda al estigma y también a la prevención.
Por Didier Lestrade en Revista Slate
El novedoso término aparece en un artículo estadounidense: “los Invencibles”, que describe la generación de jóvenes gays bien asumidos de entre 15 y 24 años, que no conocieron la gravedad del sida y que no sienten ningún miedo ante la epidemia que sin embargo dejó una marca en la cultura lgtb.
Identificados tanto como gays o no, tienen una sexualidad sin equivalentes en la historia moderna de la homosexualidad. No tienen inhibiciones frente a la toma de riesgos frente al VIH y las drogas, incluso cuando pertenecen a un grupo muy expuesto a nuevas infecciones. Se testean cada vez menos. Sin embargo, el número de infecciones aumentó en un 132 por ciento en 10 años, en esta franja etaria, en los Estados Unidos. Sin forro, sin reproches, sin miedo. Y jóvenes.
Es el principal efecto secundario de la victoria terapéutica frente al VIH. Las nuevas clases de antirretrovirales son más efectivas, mejor toleradas, más fáciles de tomar. La más amplia mayoría de gays seropositivos en Francia recibe una correcta atención médica y su carga viral es en general indetectable cuando toman bien la medicación. Para algunos, ya hace más de 10 años que su carga viral está en cero. Evidentemente, esto cambia la percepción del riesgo. La palabra sexual clave del siglo XXI es “indetectable”.
Las nuevas generaciones están lejos de ser estúpidas y comprendieron muy bien que su llegada a la sexualidad activa del siglo XXI está mejor protegida ante el sida. Existen tratamientos para la atención de emergencia (tratamiento post exposición), el tratamiento como prevención (TasP), y la profilaxis preexposición (PreP), y en algunas ciudades de Estados Unidos comienzan a distribuir gratuitamente el Truvada a los gays expuestos a riesgos sexuales. Incluso si no están necesariamente al tanto de los últimos avances científicos, se imaginan que el sida no está en su entorno. Y si lo estuviera, circularía bajo una forma atenuada, mucho menos virulenta que en el año 2000, por ejemplo.
¿El preservativo? Los harta.
Los Invencibles tienen entonces esa certeza difusa de que el sida no les incumbe. Incluso frente a gays de más edad, más afectados, no les importa. No tienen ganas de conocer la historia porque tienen un argumento imparable: cuando nacieron el sida ya existía, sus padres les hablaban todo el tiempo del preservativo, están hartos. Como ya nadie habla de sida de manera social o sentimental, el término fue tan desplazado que desaparece rápidamente. Y si surge en una conversación o en Internet, es para abordarlo con ironía y sarcasmo. “Al final el sida es divertido”, como decían en South Park en 2002.
Los Invencibles hacen finalmente como los otros jóvenes de su generación, gays, bi o héteros, que tiene una actividad sexual que impresiona a los medios. Partuzas héteros entre teenagers, dobles penetraciones con las chicas, fist fucking entre chicos de 22 años, esperma por todos lados.
Sin embargo, un artículo reciente del Wall Street Journal recuerda que la sexualidad de los adolescentes escapa a los controles médicos. Librados a sí mismos, transforman esta libertad en rebelión. Incluso cuando en Estados Unidos una de cada cuatro infecciones recae sobre jóvenes de entre 13 y 24 años. Basta conversar con cualquier joven de 25 años que tengamos cerca: apenas conocen cómo se transmite el herpes, la clamidia y otras enfermedades de transmisión sexual. Están todo el tiempo conectados a Internet pero no se toman el trabajo de hacer una búsqueda en Google para protegerse mejor de estas afecciones bárbaras y antiguas.
Esta franja etaria fue tema de numerosos estudios que predecían que los jóvenes serían particularmente vulnerables frente al VIH y de las ETS. Entre los héteros, las epidemias de clamidia se desarrollan en Europa y en los países ricos. En Estados Unidos (y seguramente también en Francia, pero la ley prohíbe estudios basados en las etnias), las minorías étnicas en el interior de la comunidad lgbt están particularmente afectadas. Según el CDC (Centro de Control y Prevención de Enfermedades) de Atlanta, los jóvenes son el grupo más afectado por nuevas infecciones.
Relativicemos: la prevalencia del VIH en el seno de esta generación es mucho menos alta que entre las personas de entre 40 o 50 años. Pero si la negación del sida está ya bien instalada en la sociedad en general (pasamos a otro tema, lo que es también normal), es increíblemente más fuerte entre los jóvenes que entienden que el tema no los afecta. La educación sexual en las escuelas, siempre deficiente, es reemplazada por el porno. La educación national sigue traumatizada ante la idea de hablar de sexo y de prevención. Pero la triste constatación está ahí: los jóvenes no saben ni siquiera que el VIH es una infección sexualmente transmisible.
Entre los gays, los Invencibles tienen sus líderes, por lo general ya infectados, pero con su salud bajo control. Están en tratamiento médico y toman su primer cóctel (por lo general Truvada) que les cae mal, luego toman otro que toleran mejor, su carga viral es indetectable, son un ejemplo para los otros que, por supuesto, no quieren “hacerse drama” con el VIH. Toman drogas para coger, aprenden rápido, tienen éxito en el levante por Internet. Y si descubren que son seropositivos, a menudo sorprenden a los médicos por su conocimiento de los procedimientos a seguir.
Los Invencibles, por lo tanto, son para los otros jóvenes una especie de pararrayos virales. Atenúan la violencia del sida a su alrededor de manera que los otros se preocupen menos. Forman parte de esos gays recientemente infectados que tienen una relación desacomplejada con el VIH. Los Invencibles se sienten intocables, dado que son la primera generación de barebackers que surgieron de la polémica sobre la prevención gay desde el 2000 en adelante. Son la prueba viviente de que la homosexualidad sobrepasó al VIH. Son “clean”, como dicen.
Didier Lestrade es periodista, escritor, activista francés lgbt y fundador de Act up.
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