Viernes, 20 de mayo de 2016 | Hoy
Por Ariel Mora
Simplificando demasiado podría decir que dentro de lo que se considera arte queer hoy en Argentina hay dos grandes ramas. Hay artistas con una postura queer pero no un discurso directo sobre el tema. Pero lo queer se expresa en la realización, en sus materiales. Mis obras, por ejemplo, parecen responder a un arte minimal, metálico, industrial, pero cuando te acercás ves que la terminación, el detalle, es casero. Puedo envolver una instalación súper fría con un moño de regalo. Son obras que cuando las ves no decís: “¡que gay!”. Pero esa sensibilidad está. Ahí entran Gumier Maier con sus esculturas Art Decó y barrocas, que cuando le preguntás por qué usa esos colores pastel, te dice que le recuerdan a la peluquería de su tía. Entra Pombo, que sus obras parecen hechas por una señora de Utilísima. Por la manualidad, el detallismo, recursos precarios (claro, estamos haciendo arte en Argentina). Los artistas gay a veces elegimos cierta sutileza, rescatamos técnicas consideradas menores, pero nuestros popes son súper locas, como Warhol. Ya sea por lo obsesivo o por lo pop, no se puede escapar del eje maricón. Del otro lado están los que van por una vía más explícita, más Mapplethorpe, como: Mauro Guzmán, Kuropatwa, Maresca. Nuestra tradición queer es tan reducida que es difícil encontrar artistas trans consagradxs. Está Bianca Bárbara Lavogue, que es una artista trans conocida, pero que por supuesto no está en ArteBA: el sistema del arte es demasiado careta para bancarse a una mostra como ésa.
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