ESPAÑA LA CIUDAD AMURALLADA DE CáCERES
Esplendores de piedra
El casco histórico de la ciudad de Cáceres, ubicada en el centro-oeste de España, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986, por ser uno de los que mejor conserva su aspecto medieval en toda Europa. Palacios-fortaleza, señoriales casonas con escudos heráldicos y gruesos portones de madera, encerrados por una muralla de piedra en los altos de una colina.
Por Julian Varsavsky
Cáceres es una de las escenográficas ciudades construidas en piedra medieval que se repiten como un calco a través de la región de Extremadura, en el centro-oeste de España. Esta ciudad extremeña es la más monumental de todas ellas, y por esa razón su casco histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986. Dentro de su perímetro amurallado, en los altos de una colina, se entreteje un laberinto de calles estrechas con empedrado irregular, que suben y bajan al antojo del terreno. Junto a cada pequeña vereda se levantan casonas señoriales de antiguo linaje, con fachadas platerescas, escudos heráldicos y recios portones de madera. Sus pequeñas ventanas y balcones están protegidos por gruesos enrejados negros de hierro forjado, lo cual supone que las construcciones eran verdaderos palacios fortificados donde la nobleza feudal se protegía durante los conflictos de intereses con otros miembros de su clase. Algunos palacios carecen incluso de ventanas, aunque por dentro se despliegan alrededor de grandes patios.
Entre los antiguos palacios abundan las torres –un diseño estratégico para la defensa–, aunque la mayoría fueron “mochadas” (recortada su altura) por orden de Isabel la Católica a finales del siglo XV, como castigo al orgullo y la rebeldía de la nobleza feudal que gobernaba la ciudad.
La faceta mística del Medioevo floreció a sus anchas en la antigua Cáceres. Los grandes conventos barrocos y las suntuosas iglesias –en parte financiadas por las riquezas sustraídas de América– tuvieron su época de oro con los Reyes Católicos, luego de que la Reconquista expulsara a los moros.
Un rasgo distintivo de Cáceres –y de casi toda Extremadura– es la llamativa profusión de cigüeñas que tienen por costumbre anidar en pareja encima de los campanarios. Con los años, las cigüeñas han logrado entenderse con el clero, e incluso hay casos extremos de buena convivencia como en la iglesia de la vecina ciudad de Alcántara, donde las atrevidas aves zancudas han establecido 22 de sus nidos de amor entre cruces y santos. La cigüeñas de Cáceres, en cambio, son algo más recatadas, lo cual no quita que se las vea todo el tiempo entre cúpulas y lugares altos, y se escuche el repetitivo “toc-toc-toc” de su “canto” como golpeteo de maderas por los techos.
Romana, arabe y cristiana Cáceres ha sido siempre una ciudad de carácter guerrero. Casi desde su fundación romana bajo el nombre de Norba Cesarían –en 25 a. C.–, su núcleo fue una fortaleza amurallada. Del período visigodo quedan algunos restos desperdigados, pero más tarde los árabes almohades conquistaron la ciudad convirtiéndola en una impenetrable medina perfectamente delimitada, a la que llamaron Qarci. Ubicada en una región de paso, todo cuanto los moros construyeron aquí era de carácter militar para defender así el avance hacia Andalucía.
Sucesivas civilizaciones están representadas en las murallas. Cuando los arqueólogos excavan su basamento, descubren siempre la piedra granito colocada en el tiempo de los césares. Pero el legado de Roma incluye también una gran puerta en forma de arco por donde se accedía a la ciudad a través de su avenida central (el decumano).
Los árabes, que dominaron España entre el 711 y 1492, dejaron huellas mucho más evidentes. Su paso se puede rastrear tanto en la muralla –muy bien conservada– como en algunas torres almenadas y los asombrosos restos de un depósito de agua subterráneo, que se visita en el Palacio de las Veletas erigido sobre el antiguo Alcázar árabe.
En 1229 llega a Cáceres la Reconquista de la mano del rey Alfonso IX de León, y años después comienzan a instalarse las grandes familias aristocráticas que levantarán en los siglos siguientes la mayoría de los suntuosos palacios y mansiones renacentistas. Un sitio de interés histórico y arquitectónico es la parroquia de Santiago, donde nació la Orden Militar de Santiago Apóstol, en 1161. La Orden estaba compuesta por doce caballeros que tenían como fin proteger a los peregrinos que iban a Compostela. El edificio fue reconstruido en el siglo XVI en forma de templo gótico con reminiscencias del románico.
La Vieja Juderia En 1479 había en Cáceres unas 130 familias judías. Vivían en dos barrios propios conocidos en su momento como las Juderías Vieja y Nueva. Actualmente, en toda Extremadura se están demarcando los antiguos barrios judíos que mantengan elementos de su arquitectura original. En Cáceres, a partir de la expulsión de los judíos en 1492, la Judería Vieja pasó a llamarse Barrio San Antonio y sus estrechas callejuelas aún mantienen el aspecto de antaño. Las calles Pintores, Moret, De la Cruz y Panera demarcan los límites de un barrio sencillo de casas blanqueadas, sin la pompa de otros sectores antiguos, donde habitaban numerosos judíos que ejercían las profesiones de zapatero, mercader y médico.
Tierra de conquistadores Extremadura en general y Cáceres en particular jugaron un papel fundamental en la conquista de América. Desde esta región, un grupo importante de conquistadores como Francisco Pizarro, Vasco Núñez de Balboa y Francisco de Orellana se lanzaron a la mar impulsados por una extraña mezcla de hambre y ambición desmedida, en busca de El Dorado. Un testimonio de piedra de aquel violento proceso es el Palacio de los Moctezuma-Toledo, construido en estilo renacentista con el oro de la princesa Tecuixpo –Copo de Algodón–, hija del emperador Moctezuma que luego fue esposa del cacereño Juan Cano de Saavedra.
La cantidad de palacios, casonas, iglesias y conventos que ostenta Cáceres es prácticamente imposible de abarcar. Se trata de un todo monumental, que se extiende incluso extramuros del centro histórico, con el agregado de una tranquilidad absoluta que nos traslada, sin abstracciones, a la oscuridad monástica que reinaba en ese mundo de piedra que fue la Edad Media.
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