Sábado, 9 de julio de 2016 | Hoy
18:48 › OPINION
Por Luis Bruschtein
Los festejos oficiales por el bicentenario de la Declaración de la Independencia son sobrios y conservadores si se los compara con los del kirchnerismo en el 2010. Dicen que es para resaltar esa diferencia con el populismo. Existe la diferencia, pero en este caso no se trata solamente de forma, sino que ésta revela la importancia que cada quien le asigna a la historia y la propia identidad. Para seguir con las comparaciones, el gobierno macrista festejó con más entusiasmo el 4 de Julio en la embajada, que el 9 de Julio en Tucumán. No es pecado asistir a las embajadas para acompañar los festejos de cada país, pero en este caso, hubo una orden a funcionarios y dirigentes de asistir y convertir este 4 de Julio en un hecho político. La asistencia fue casi perfecta, incluyendo al titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, el juez Claudio Bonadio y periodistas del oficialismo. El presidente quiso plantar esa imagen a pocos días de su llegada a los Estados Unidos en su hasta ahora poco fructífera gira en busca de plata.
Fuera de la embajada se estaban desplegando escenarios con mucha intervención mediática y judicial. Hubo jueces y movilizaciones que detuvieron el tarifazo del gas. Y al mismo tiempo, los medios oficialistas y otros jueces mantenían la ofensiva contra el kirchnerismo. Fueron las dos caras de la moneda: la problemática socioeconómica que han creado las medidas del gobierno y por el otro lado el ruido híperamplificado de la ofensiva contra el kirchnerismo.
Ibar Pérez Corradi dijo que Sebastián Forza le dijo que la Morsa era Aníbal Fernández. Pérez Corradi dijo que le dijeron. Encima el que se lo habría dicho está muerto y no puede declarar. Y además es un muerto al que el mismo Pérez Corradi está acusado, con muchas pruebas, de haberlo mandado asesinar. El circo que armó el gobierno con la caída del jefe de los hermanos Lanatta, condenados como autores materiales del asesinato de Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón, tuvo una cosecha magra pero mostró una negociación bizarra entre el acusado de encabezar una banda de narcos y asesinos y un gobierno empeñado en incriminar a un opositor.
El último día de junio, el juez Claudio Bonadio allanó distintas locaciones relacionadas con Cristina Kirchner, entre ellas, el estudio y el domicilio del contador de la familia. Los allanamientos fueron anticipados por un portal de noticias y cubiertos ese mismo día por un canal de cable que el día anterior había mandado a sus movileros. El único que les podía haber avisado era el mismo juez. Pocas horas después, Margarita Stolbizer amplió su denuncia usando información que estaba entre lo que se había incautado. Según la ex presidenta, el único que pudo entregarle en forma ilegal esa información era el mismo juez, conocido por su animadversión contra los Kirchner.
Cristina Kirchner hizo su descargo. Stolbizer había interpretado mal la información que le habría proporcionado Bonadio y la presidenta los denunció a ambos. El juez Julián Ercolini, que había tomado la ampliación de la denuncia hecha por Stolbizer, se lanzó a buscar también supuestas cajas de seguridad con dinero no declarado de la familia Kirchner en el Banco de Santa Cruz. Los medios oficialistas dijeron que se habían clausurado diez cajas de la familia, pero por la tarde fueron desmentidos por el juez. El tiro salió por la culata porque demostró que esas cajas no existen, que la denuncia de Stolbizer era falsa y que la ex presidenta tiene lo que declaró.
Con la poderosa colaboración de los fondos buitre, periodistas de Clarín buscaron infructuosamente cuentas de los Kirchner en el exterior. Sin embargo, la pelea entre el estudio Mozak Fonseca, de Panamá, y el fondo buitre de Paul Singer, facilitó la filtración denominada Panama Papers que mostró las empresas no declaradas en el exterior del presidente Mauricio Macri y de su ex ministro de Economía en la CABA, el actual intendente de Lanús, Néstor Grindetti. En los miles y miles de cuentas y empresas offshore que salieron a luz no apareció nada de la familia Kirchner.
La aparatosidad de las denuncias de Stolbizer, las decisiones sobreactuadas de Bonadío y sus mediáticos operativos dieron la impresión de que se estaba produciendo un gran avance en la investigación. Pero los resultados reales fue que hasta ahora no consiguieron nada. Lo demás son presunciones y prejuicios. En concreto fue mucho ruido y pocas nueces. Igual que la denuncia de Pérez Corradi. Sólo es lo que se dijo que iba a decir y lo que se dijo que se buscaba. Pero hasta ahora dijo muy poco y Bonadio y Ercolini no encontraron nada.
Más allá de la acusación de Cristina Kirchner sobre la asociación entre el juez Bonadio y la diputada Stolbizer, lo cierto es que se produjo un acercamiento insólito entre dos personas tan diferentes, a partir de la persecución judicial contra la figura de mayor peso en la oposición al macrismo, la que, además, constituye el principal obstáculo para el crecimiento de Sergio Massa en su ambición de suceder a Mauricio Macri.
Claudio Bonadio fue colaborador de Carlos Corach en el gobierno menemista y por esa afinidad fue designado en el juzgado federal número 11, aunque no provenía del sistema judicial. En 1996 fue denunciado por Domingo Cavallo, como uno de los jueces de la servilleta menemista. Fue apartado de la causa de encubrimiento del atentado a la AMIA porque la durmió varios años. Tuvo otras intervenciones muy polémicas como en el proceso de privatización de Tandanor y fue acusado por la Oficina Anticorrupción por sobreseer a varios funcionarios menemistas acusados de corrupción, como el ex titular del PAMI, Víctor Alderete.
Bonadio es el juez que acumuló más denuncias en el Consejo de la Magistratura y hasta hace poco no era bien visto por sus colegas. Desde que comenzó a armar causas contra Cristina Kirchner se fue convirtiendo en un héroe del macrismo. Por lo menos eso es lo que trataron de mostrar algunos comentarios originados en el viejo menemismo residual. Según esa versión, Bonadio fue aplaudido el 4 de Julio cuando ingresó a la embajada norteamericana “y todo el mundo se quería sacar fotos con él como si fuera un rockstar”.
La asociación entre uno de los jueces menemistas con antecedentes más turbios y una política que compite con Elisa Carrió en el campo de las denuncias judiciales contra el kirchnerismo tiene ese punto de contacto. Stolbizer presentó la denuncia de Hotesur y la tomó Bonadio. Cuando este juez fue apartado de la causa porque no respetó los derechos de la defensa, la única que salió en su respaldo fue Stolbizer. Y cuando Bonadio armó la causa Los Sauces como excusa para seguir su ofensiva contra la ex presidente, volvió a encontrarse con Stolbizer en ese trámite. Forman así una dupla en la que ambos obtienen ganancia.
El afán judicial de la diputada Stolbizer tiene que ver más con sus preocupaciones electorales. La repercusión que está logrando con su campaña denuncista alertó a su competidora Elisa Carrió, que inmediatamente sacó de la manga una explosiva denuncia contra el jefe de la bonaerense, Pablo Bressi, por mantener vínculos con el narcotráfico, y poco después denunció que había sido amenazada.
La seriedad de las denuncias se pone en entredicho cuando se mezclan con procesos electorales. En círculos políticos ya se habla que Elisa Carrió será candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires por el oficialismo y Stolbizer por el massismo. La alianza de Stolbizer con el zar del Tigre es pública, no es una novedad. El problema para Sergio Massa es que mientras se mantenga la influencia de Cristina Kirchner sobre las bases del peronismo bonaerense, disminuyen sus probabilidades de ganarle a Cambiemos. Sectores del PJ dicen lo mismo desde el otro lado y tratan de sacarse de encima el liderazgo de Cristina para acercarse al massismo, con la incierta esperanza de que un acuerdo de dirigentes unifique la expresión política de las bases.
En ese punto hay una puja en el peronismo que tiene a Cristina Kirchner como protagonista principal. Si se ubica en la oposición abierta como plantea el kirchnerismo o si se instala como una especie de amigo del establishment pero con un control de masas y manejo político que no tiene Cambiemos. En esa disyuntiva hay cuestiones de convicción, pero además, el futuro de las dos opciones dependerá del futuro de la gestión macrista. Si el kirchnerismo se suma al massismo estaría muy cerca de perder identidad. Y en sentido contrario, el massismo sería subsumido por el kirchnerismo. Con Stolbizer y su extraña dupla con el menemista Bonadio, Sergio Massa busca destruir la imagen de Cristina Kirchner y sumar a una clase media antiperonista a su candidatura. Pero el sector social donde tiene más peso la ex presidenta es el menos afectado por las campañas mediáticas y judiciales y el más enojado con las medidas del gobierno macrista. Si a mediano plazo, las capas medias transmiten a la política su malestar por la economía, el peronismo kirchnerista con sus aliados no peronistas saldrá fortalecido y construirá desde allí la unidad mayoritaria del peronismo, dejando por fuera a sectores reducidos. Pero mucho depende de lo que haga o pueda hacer la ex presidenta.
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