Martes, 17 de diciembre de 2013 | Hoy
UNIVERSIDAD › OPINIóN
Por Erica Carrizo *
Pocos pensadores en la historia de América latina dejaron un mensaje tan incisivo sobre el rol de la ciencia y la tecnología en el desarrollo como el brillante científico argentino Oscar Varsavsky, de cuya muerte hoy se cumplen 37 años.
Quizá la fuerza y permanencia de su legado radiquen en la claridad y vehemencia con que supo plantear los problemas centrales que enfrentan hombres y mujeres para forjar sociedades más justas. Mientras, en el marco de las “políticas del desarrollo” promovidas por los organismos internacionales en la segunda posguerra, el PBI se convertía en el indicador por excelencia para medir la calidad de vida, Varsavsky sentenciaba: la trampa está en la típica falacia cuantitativa de medir el desarrollo con un número y deducir de allí que debemos imitar a los países que lo tienen más alto. Sobre la base de esta interpelación, al carácter economicista del concepto de desarrollo que comenzaba a legitimarse a nivel mundial, y que transformó la concepción de progreso sin límites en una premisa universal impracticable, planteó la necesidad de definir un “estilo de de-sarrollo” propio, que se convierte en un proyecto nacional cuando se asocia a un estilo de consumo y de trabajo, así como al estilo científico, tecnológico, artístico y aún el de acción política.
El estilo de desarrollo que enfrentaba Varsavsky era el empreso-céntrico, orientado a la satisfacción de las necesidades de las empresas y de sus dirigentes, y en contraposición proponía un estilo pueblo-céntrico, que encontraba su razón de ser en la satisfacción de las necesidades básicas de la gente.
Las evidencias crecientes en la región de una CyT que se aislaba de su medio social y convivía con el estilo de desarrollo de los países centrales, que denominó “consumismo”, lo llevaron a remarcar con agudeza su carácter político e ideológico y a interpelar el sentido ético de su acción. Cientificista es el investigador que renuncia a preocuparse por el significado social de su actividad desvinculándola de los problemas políticos, sostenía.
Así, mientras las problemáticas de fondo de las sociedades latinoamericanas en el plano de la alimentación, la vivienda, la salud y la educación seguían irresueltas para grandes sectores, Varsavsky denunciaba la promoción de una ciencia preocupada por la producción de papers sobre temáticas ajenas a su realidad inmediata y de una tecnología destinada a atender la producción para el consumo suntuario de los sectores privilegiados.
¿Ciencia y tecnología para qué? ¿Ciencia y tecnología para quién?
En un contexto de creciente integración e independencia latinoamericanas, donde la consolidación de un proyecto político regional no nos permite darnos el lujo de dejar cabos sueltos, la determinación del papel que deben desempeñar la ciencia y la tecnología en el desarrollo no debe olvidar los interrogantes esenciales o, como insiste Sara Rietti, colaboradora de Varsavsky en su momento: ¿Ciencia y tecnología para qué? ¿Ciencia y tecnología para quién?
La tarea de politizar la ciencia y la tecnología era considerada por Varsavsky como un paso estratégico para dar cuenta de en qué medida eran capaces de contribuir en el tránsito hacia una sociedad más solidaria y menos individualista. Estas ideas contrastan especialmente en tiempos donde el capitalismo sigue siendo la única salida posible para aquellos que sufren sus consecuencias, y no sorprende que los índices de crecimiento económico y consumo continúen siendo los placebos recomendados para crear una relativa sensación de bienestar.
Es precisamente este hermetismo social de la ciencia y la tecnología, en pos del cual no asumen ninguna incongruencia ética en seguir alimentando indicadores que encubren la desigualdad social, el que Varsavsky denunciaría hasta el cansancio. Cuando es innegable la magnitud del avance científico y tecnológico de las últimas décadas, es obvio que estos vacíos de información no se explican por la falta de ideas sino más bien por el sostenimiento consciente de una ideología al servicio de los intereses de las minorías, que pocos se animan a desafiar.
No da igual que nuestra CyT se preocupe más por generar nuevos productos de mercado orientados a generar ventajas competitivas para incrementar el consumo, la mayoría de ellos poco amigables con el ambiente, que por desa-rrollar alternativas viables para garantizar el acceso a agua libre de contaminantes, alimentos de calidad y más económicos, o estrategias para el control de enfermedades endémicas que afectan a personas de los sectores más vulnerables. Sólo por mencionar algunos de los tantos problemas ligados al desarrollo que nuestros indicadores preferidos suelen no registrar.
La continuidad de altos niveles de pobreza y desigualdad en América latina hacen necesario priorizar políticas públicas orientadas a promover una CyT con impacto real en el desarrollo social de la región, reconociendo que el desafío nunca consistió en invocar en el vacío la siempre tan bien ponderada “inclusión” sino en dar muestras claras sobre qué medidas concretas se están implementando para garantizarla.
No pocas veces la obra de Varsavsky fue tildada de voluntarista, pero, ¿qué indicador será más significativo para avanzar en el camino del desarrollo: un científico revolucionario con decidida voluntad de cambio o incontables cómodos cientificistas dudando?
* Magister en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología (UBA), investigadora de la Unsam.
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