Martes, 17 de diciembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
El éxito de Lula como líder politico de proyección mundial generó una especie de consenso a escala internacional. Hubo países –como Argentina o Perú– en que todos los sectores políticos reivindicaban al líder brasileño. Cada uno haciendo su lectura de lo que habría sido el gobierno Lula, reivindicándolo en contra de otras fuerzas políticas de gobierno o de oposición.
La prioridad de las políticas sociales en el gobierno Lula es lo que ha permitido que Brasil, el país más desigual del continente, más desigual del mundo, por primera vez, haya tenido grandes avances en la lucha en contra de la desigualdad, la pobreza y la miseria. Sin mayores análisis, de parte de algunos, de las condiciones que han permitido esos avances.
En Brasil, Lula sufrió una fuerte oposición de la derecha y de la ultraizquierda. La derecha no pudo asimilar el éxito, interno y externo, de Lula. Menos todavía después del fracaso del gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Primero intentaron desconocer las trasformaciones que Brasil ha vivido. Después se trató de atribuir los éxitos a una situación internacional favorable. Pero cuando ésta viró radicalmente hacia un escenario negativo, ya no quedó más que intentar definir que el modelo ya se habría agotado. La economía ya no lograba crecer como antes, decían, sería el final de un ciclo.
La ultraizquierda creyó que Lula había “traicionado” a la izquierda, que daba continuidad al gobierno de Cardoso, que pronto sería repudiado por el pueblo y derrotado. Nada de eso ocurrió. Rápidamente, el gobierno de Lula pudo superar la ofensiva de las oposiciones para derrumbarlo. En 2002 ganó la presidencia, en 2006 se hizo reelegir, en 2010 eligió a su sucesora, que está a punto de reelegirse. Salió del gobierno con el 83 por ciento de apoyo y 3 por ciento de rechazo, a pesar de tener el monopolio de la prensa privada en su contra.
Cuando surgieron las manifestaciones en junio de este año, el coro –de la derecha y de la ultraizquierda– volvió a subir de tono. El encanto Lula habría terminado. El gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), después de más de diez años, se derrumbaría frente a manifestaciones populares. Todo habría sido una ilusión pasajera –de diez años–, pero finalmente todo se desmoronaba: Brasil, Lula, Dilma, el PT.
No logran entender y dar cuenta entonces por qué Dilma es más favorita que antes de las manifestaciones de junio y Lula es todavía más popular. Quien no logra descifrar el enigma Lula termina devorado por él. Pasó así con la derecha brasileña y con la ultraizquierda brasileña. Ahora pasa con sus críticos internacionales.
Es que Lula supo, mejor que nadie, dar pelea en la lucha por la superación del modelo neoliberal. De movida, su obsesión por la prioridad de las políticas sociales, el lado más frágil del neoliberalismo. En segundo lugar, la primera medida de su política internacional fue la inviabilización del ALCA (Tratado de Libre Comercio Continental), en el que Brasil y EE.UU. habían quedado en cerrar los arreglos finales. Fue ese bloqueo de Brasil lo que frenó el proyecto del ALCA y abrió los espacios para la prioridad de los proyectos de integración regional, centrales en los gobiernos progresistas de América latina.
Además, Lula supo reaccionar fuertemente a la crisis recesiva internacional que empezó en 2008, haciendo que el Estado brasileño tuviera un accionar claramente anticíclico, valiéndose de los bancos públicos del país.
Con eso y el éxito de la política internacional brasileña, Lula se ha proyectado como el más importante líder popular contemporáneo –como lo ha reconocido Perry Anderson, que lo puso al lado de Nelson Mandela en esa posición–. Uno en el combate al racismo, el otro en el combate al hambre.
¿Por qué incomoda el éxito de Lula? Incomoda a la derecha porque su referencia esencial, Fernando Henrique Cardoso, fracasó donde Lula tiene éxito. Todas las fuerzas de los países quieren identificarse con Lula, que a su vez se proclama de izquierda y apoya a los candidatos de izquierda.
Incomoda a la ultraizquierda, porque Lula logró viabilizar un gobierno de inmenso apoyo popular, de amplias alianzas, que ha logrado lo que ningún otro gobierno había logrado, en términos de políticas sociales y de reconocimiento de parte del pueblo.
Hoy Lula desarrolla intensas actividades a partir del Instituto Lula, tanto hacia América latina cuanto hacia Africa, además de todo el trabajo que hace Lula hacia el mismo Brasil. En una reunión reciente, realizada en Santiago de Chile, se han elaborado y discutido propuestas de integración latinoamericana en coordinación con el BID, con la Cepal y con la CAF.
Al mismo tiempo, en el Instituto Lula se elabora un documento que se denomina Informe Lula, que incorpora los discursos que el ex presidente brasileño desarrolla en sus constantes reuniones con intelectuales, con dirigentes políticos y sociales de varios países y continentes, con organismos internacionales, así como cuando recibe los incontables títulos de doctor honoris causa en universidades. El documento pretende hacer desembocar los análisis en propuestas de integración regional en los varios planes. Un documento que debe ser lanzado en 2014, con grandes eventos y debates constantes en varios países.
En un mundo donde han desaparecido los grandes estadistas, donde cada uno parece dedicarse a defender los intereses inmediatos de su país, el liderazgo de Lula se proyecta con más fuerza todavía. Porque él representa la visión y las propuestas del sur del mundo, de América latina en particular, la prioridad del combate al hambre, el destaque que Africa debe tener en el mundo, la posibilidad real de contornar las dificultades producidas por el neoliberalismo y construir alternativas reales y posibles de un mundo más justo, menos desigual, más humano. De ahí su liderazgo, aun cuando ya no es más presidente. Por lo que significa para las necesidades urgentes del mundo de hoy.
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