UNIVERSIDAD › OPINION

La enseñanza en Arquitectura

Por Miguel Angel Gutiérrez *

¿Cuántos dibujos traigo para la entrega?
–No se trata de cantidad, ni de “cumplir” con una demanda personal o de la cátedra, sino que incorpores las herramientas conceptuales para comprender este ejercicio de materialización de una idea preconcebida.
–Pero, ¿no es que si no traigo lo que ustedes me piden, no voy a aprobar la materia?
–No. A nosotros nos interesa que hagas menos cantidad de producción y a conciencia, a que nos inundes de dibujos sin sentido.
Este fue un diálogo entre un alumno y un docente de una materia de 4º año de la carrera de Arquitectura que denota ciertos “problemas” en la transmisión de conocimientos para el desarrollo de una disciplina, a saber: 1º) la total pasividad del educando, que se posiciona en un lugar de “paciente”, en función de lo que la “autoridad” le indique; 2º) la suposición de que la cantidad vaya a ser garantía de calidad, denotando un marcado espíritu mercadotécnico; 3º) la final intención de aprobar, que se podría entender como “zafar”.
En estas cuestiones subyace una cantidad de factores que inciden en que a lo largo de muchos años, desde el autodenominado proceso de reorganización nacional a esta parte, no se haya modificado sustancialmente la educación superior en nuestra facultad. Esto obedece a una concepción específicamente cultural que a lo largo del tiempo se fue tergiversando, como si las condiciones adversas hubieran sido de orden económico, político o social, es decir que se le endilgaron los malos resultados a los exiguos presupuestos oficiales, a las políticas educativas que emanaban de las autoridades o, en su defecto, a que los alumnos o los docentes no cumplían ciertas normas de excelencia. Estas situaciones se traducían en una pobreza de ideas y resoluciones a la que la universidad nos tiene acostumbrados por su (al decir de ciertas voces del más exasperante cinismo) alto contenido de politización. Es cierto que esta problemática fue incidente en infinidad de circunstancias, pero la discusión de fondo pasa por otros carriles.
En la carrera de Arquitectura, a los alumnos se les imparte una serie de mensajes cifrados que hacen que se vaya formando una “enajenación de la conciencia”, es decir que el alumno piensa desde el “afuera”, remedando aquellos carteles de las estaciones del ferrocarril que los ingleses imprimieron en estas pampas, donde rezaba “Trenes para afuera” cuando en realidad eran “Trenes para adentro”. Pues bien, para la enseñanza de la arquitectura en nuestra facultad el “afuera” es el “adentro”, sin importar el rasgo ideológico por el que se tamicen políticamente las cátedras. Quiero decir que el alimento de los intelectos que forman y de los que son formados se nutre de una intensa batería de seductoras imágenes del exterior globalizado, en las que las formas y los desarrollos de la alta tecnología insultan las desgracias de nuestros andurriales.
El complejo escenario que tenemos delante obliga a los más profundos desafíos, porque la universidad no contiene los elementos ideológicos para formular estrategias, ora para pensar el horizonte, ora para sostener el presente. Nuestro papel en esta hora es el de proponerlos, dibujar una facultad que se proponga ubicar los lugares en su lugar. Pues a esta discusión que se produce en los centros del poder que hablan de los “no lugares”, nosotros oponemos la discusión del lugar, del lugar no en el sentido geográfico o poblacional de un vacuo aeropuerto o un gélido museo, sino más bien de lo que tiene que ver con el “estar en el ser” y no fuera de él, en un costado sucio y desamparado del planeta. Nuestros alumnos nos lo van a reclamar, más temprano que tarde, cuando verbalicen que el dogma de los claustros no debe obedecer al pasaje de ida a un estudio en NuevaYork, Madrid o Londres, para que sintonicen el “afuera” que le enseñaron en nuestra facultad con el “afuera real”, para que finalmente la alteridad se unifique.

* Arquitecto.

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