Miércoles, 17 de febrero de 2010 | Hoy
VERANO12 › “LA CAUSA JUSTA”, DE OSVALDO LAMBORGHINI
Por Carlos Gamerro
“La causa justa” parece, en principio, un relato que no sabe a dónde va: empieza con la improbable presentación de un “linotipista erudito”, pasa luego a una reflexión sobre la tragedia, encarnada en la figura del culón o nalgudo, cuyo destino inevitable será ser “violado y puto”; enseguida aparece el culón en cuestión, Nal, enredado en un partido casados vs. solteros del asado de fin de año de la empresa, donde vinacho mediante se producen las efusiones sentimentales (“Mirá hermano, yo te quiero tanto, que te lo juro por mi madre te chuparía la pija si fuera puto”) que desencadenan el conflicto trágico: de la nada aparece el protagonista y Némesis de toda esta chantada argentina: el japonés Tokuro. De nada valdrán las explicaciones que le aseguran que se trataba de un mero chiste, o que se hizo un lío con el idioma. Tras décadas de vivir en el país y tratar de entenderlo (“complicadísimo”), Tokuro, un “fanático de la verdad”, de la palabra empeñada y del honor, decide que, por una vez en estas tierras, la palabra incumplida se volverá palabra cumplida, que habrá algo que no sea chiste en la inmensa “llanura de los chistes”: “Señor Heredia, usted tiene que chupar pija a señor Mancini”.
David Cronenberg dijo que con Dead Ringers (Pacto de amor) se propuso hacer una película sobre la ginecología y los mellizos, y le salió una película sobre la inefable tristeza de ser humano. En su impredecible deriva, “La causa justa” termina siendo un cuento sobre la tristeza de ser argentino. Naturalmente, para sentirla hay que ser japonés: quienes somos nacidos y criados en “la llanura de los chistes” estamos constitutivamente incapacitados de sentirla.
Y, sin embargo, Osvaldo Lamborghini logra lo casi imposible. El final de “La causa justa” es uno de los más tristes de nuestra literatura: lloramos por Tokuro, y también por todos nosotros (“En este país llanura, chistes terminan con muertos”). Y revela, no por primera vez, que detrás de todo escritor maldito hay un moralista que se dio por vencido.
El contexto de La causa justa, el chiste más grande de todos: la Guerra de Malvinas: “Yo me alisté como voluntario para Malvinas. Yo voy a dar mi vida por este país tan raro, Argentina: ¡todo era un simple chiste!”
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