VERANO12

Black Alice

 Por Luisa Valenzuela

Queridas María Teresa, Gwendolyn y Bea,

Quiero pedirles un millón de disculpas, mil y mil disculpas por un par de imperdonables errores que cometí. Involuntarios, claro, pero en fin. Un desastre. Después de cuatro años de no verla, Alicia Dujovne está de regreso en Buenos Aires y con gran felicidad la invité a casa para que charláramos de todo lo que no pudimos llegar a decirnos la última vez que pasó brevemente por acá, y este mediodía cuando le abrí la puerta la encontré igualita a mi viejo recuerdo de ella, canas más canas menos. Nada que ver con... y por eso aun antes de abrazarla atiné a exclamar ¡Viena!, así, llena de sorpresa, yo. Y ella se sorprendió también. Porque no entendió nada. ¿Viena? me preguntó ¿qué querés decir con eso?

Y de golpe me cayó el veinte como dicen los mexicanos, it dawned on me, me desayuné para decirlo en argentino y en un fugaz instante tipo satori me pareció entender todo. Ella después hubo de explicármelo más claramente, ya verán.

Pero rebobinemos.

Como ustedes recordarán, llegué a Viena agotadísima después del feroz trote de la feria del libro de Frankfurt y la conferencia en Berlín y los madrugones previos y el whisky que me tomé en el avión para ver si recobraba fuerzas aunque todo lo contrario, y lo que más deseaba era llegar a una cama a desplomarme. Era tarde en la noche, ya, pero Walter que me había ido a buscar al aeropuerto –cosa que me emocionó– con toda gentileza me dijo que ustedes me estaban esperando después de la presentación de la antología de Gwendolyn para tomar un vino, y que debía ir, y no pude negarme. En el camino Walter me fue amablemente poniendo al tanto del evento, la sorprendente afluencia de público, lo interesante de las intervenciones. Me tuve que ir antes de que hablara Alicia Dujovne, me dijo, y agregó: No sé si puedo leer porque se siente algo mal, como engripada, muy afónica me pareció.

Hacia el final de la frase noté algo extraño en su voz.

–Qué bueno que haya venido Alicia –le contesté–. Qué ganas de verla. Hace como cuatro años que no la veo. Creo que me visitó en la clínica cuando yo estaba tan mal, pero tengo apenas un vago recuerdo. Cuando salí de mi inconsciencia ella ya se había vuelto a Francia con planes de pasar el verano en Granada, según me contaron. Me decís que está medio mal, ahora, pobre. Solía ser muy sana...

Walter se quedó en silencio y me preocupó. El, siempre tan caballero, no podía permitirse el lujo de demostrar que algo lo estaba incomodando. Me asombró cuando al cabo de un rato dijo como al pasar que Alicia era tan distinta de las otras argentinas que conocía. Bueno, le dije yo, el padre era ruso. Ah, Pushkin, dijo Walter como si entendiera algo y yo no entendí nada y ni recordé en ese momento que el bisabuelo de Pushkin había sido un príncipe abisinio, esclavo del zar que el zar liberó nombrándolo general de su ejército para casarlo con una dama de la corte. La verdad que no podía pensar en nada, yo. Estaba agotadísima, ya lo dije. Y Walter después mencionó un artículo de Alicia sobre los afroargentinos que ustedes habían encontrado al googlearla, y claro, dije, su tío Néstor Ortiz Oderigo era un experto en eso. Y al rato llegamos al bello salón del primer piso donde ustedes estaban en pleno jolgorio, festejando el cierre del encuentro sobre Mujer y Poder en la literatura argentina, la estupenda antología de Gwendolyn Díaz. Me mareaba tanta gente, y después de efusivos abrazos creo que fue Bea quien me preguntó ¿No la saludás a Alicia, que está allá en el fondo? Y me la señaló, y la vi de lejos y la encontré muy cambiada. Pensé que era obra del sol de Granada y vaya una a saber, un nuevo look, Alicia es capaz de sorprendernos siempre. Me fui acercando a ella entre tanta gente y me pareció que me rehuía. Me preocupé temiendo que seguramente la había echado de mi pieza en la clínica, diciéndole No se admiten visitas, como según me contaron en mi semiconciencia les dije a otras amigas. Y ella estaría muy ofendida, claro, por eso nunca me contestó el mail que le mandé alentándola para que aceptara la invitación, contándole todas las maravillas de Viena y sobre todo de ustedes, amigas, tan hospitalarias y generosas y brillantes, y las ganas que tenía Gwendolyn de conocerla personalmente después de tanta entrevista electrónica y tanto correo intercambiado. Esas cosas. Le rogué que se quedara unos días más, así nos encontrábamos en serio después de tanto tiempo.

Creo que fuiste vos, María Teresa, que me dijiste que Alicia no había podido hablar en la presentación a causa de su gripe, y entonces pensé que me eludía para evitarme un contagio suponiendo que yo seguiría delicada y no era aconsejable arriesgarme a un nuevo virus. Y me contaste lo contenta que había estado Alicia hasta esta tarde cuando se empezó a sentir mal, y lo mucho que la habían llevado a pasear los días anteriores y los lindos lugares donde la habían llevado a comer, y lo raro que era que se hubiese olvidado tanto el castellano pero claro, después de más de veinte años en París... Pero siempre es un placer hablar en francés, aunque ella conservara todavía un extraño acento. Y lástima que no pudo leer su bello cuento hoy, eso sí que le saldría perfecto en castellano, su cuento en la antología.

A mí la gente me tironeaba de un lado y del otro, todos querían saludarme, reencontraba viejos conocidos de mi anterior e inolvidable paso por Viena. Me desentendí de Alicia sabiendo que al día siguiente iríamos a cenar a casa de Bea donde ella estaba alojada, “como una princesa”, me aclararon.

Y al otro día fuimos a cenar a lo de Bea. Y Alicia ya no estaba. Se había ido esa misma mañana de madrugada, sin avisar a nadie, y pensé que se habría enamorado de alguien la noche anterior y quizás había recuperado la impulsividad de su juventud. Me alegré por ella. Y no me preocupé cuando Bea nos ofreció un trago y yo pedí snaps y ella dijo que tenía varias botellas nuevas de distintos sabores pero no encontró ninguna, como tampoco pudo encontrar las pequeñas y delicadas copas talladas o el antiguo poncho de vicuña de su Bolivia natal que con todo cariño me ofreció para cubrirme porque estaba yo un poco destemplada, después de tanto viaje y traqueteo. Me sorprendió que una mujer tan meticulosa como Bea fuera desordenada como yo y no encontrara nada. Pero esas cosas pasan cuando una está organizando grandes eventos como había sido la presentación de la antología de Gwen y al día siguiente mi nueva novela en alemán y esas cosas. Todo me iba pareciendo entre natural y loco, pero ¿qué hay de raro con eso cuando de escritoras se trata?

Nada raro, hasta hoy. Cuando la tuve ante mis ojos una vez más después de cuatro años de no verla, y era la misma Alicia de antes, no se había hecho la croquignolle ni su piel estaba tan pero tan bronceada por el sol andaluz que parecía una negra del Africa. No. No. Era la Alicia de siempre, con unos añitos más pero ni se notaban. Y nunca había recibido mi mail ni ningún otro invitándola a Viena, porque, según me dijo, Vos seguramente tenés mi vieja dirección y se la pasaste a las otras, la dirección de mail que me robaron, ¿te acordás? Te lo conté todo cuando estabas internada.

Y flashes de palabras volvieron a mi memoria, conceptos abstrusos tales como “piratas cibernéticos”, y “hackers” y “robo de identidad”. Entonces busqué en la web hasta encontrar el siguiente link del viernes 28 de mayo 2010: dujovne piratas en la red y pude entenderlo todo. Porque a ella le habían robado su correo electrónico, con todas sus direcciones, y se habían puesto a mandar desde el Arica e-mails a todos los amigos de Alicia en Francia diciéndoles que ella estaba presa en un hotel de Abidjan y que por favor mandaran dinero para su rescate. Por suerte nadie lo creyó y la llamaron por teléfono para cerciorarse, algunos muy alarmados, pero una vez enterada de la patraña a Alicia le resultó imposible recuperar sus direcciones de correo o defenderse de modo alguno.

Se los cuento con detalle para aclararles que la Alicia Dujovne Ortiz de aquella noche del 12 de octubre 2010 en la Österreichische Gesellschaft für Literatur (lo que quiera significar esto) y días anteriores, fue una Alicia pirata y yo fui la culpable. Les pasé a ustedes sin querer la dirección electrónica equivocada, le hicimos llegar la invitación con todos los datos no a ella sino a sus hackers, al correo que habían hackeado, y yo para alentarla le ponderé las bondades y maravillas vienesas y hasta le mandé el afiche gracias al cual la falsa Alicia pudo reconocer el libro con el que una de ustedes fue a recibirla al aeropuerto. Y yo que era la única allí que la conocía personalmente me dejé engañar, a causa quizá de mi previa enfermedad y la medicación que aún debo tomar, o por el espejismo de un convencimiento ajeno. Y cuando alguien me comentó lo distinta que se la veía a sus fotos ni supe inmutarme porque creo en la magia de la verdadera Alicia y porque estaba medio aturdida. Vuelvo a pedirles disculpas a todas. Algún día trataré de reponerle a Bea las botellas de snaps y quizá hasta sus copitas de cristal tallado. El antiguo poncho de vicuña, imposible. Y me temo que tantas otras cosas que han de faltarle y que ni mencionará porque es una verdadera dama. Nunca podré reponerles los paseos y banquetes que sin duda supieron brindarle a la Alicia negra, pero quizá ustedes también pasaron un buen momento con ella y podrán ahora sentir que de alguna forma atravesaron el espejo.

Les mando mil abrazos y de nuevo, disculpas,
Lu

Para María Teresa Lichem y Gwendolyn Díaz.

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Imagen: Ana Dangelo
 

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