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El cuento por su autor

Preguntarme sobre los motivos que me llevaron a escribir una ficción equivale a que me inviten a escribir otra ficción. El efecto se parece a un paseo por el palacio de los espejos donde, al cabo de unos segundos, ya nadie sabe ante qué panel se encuentra el modelo original de los reflejos. Es fantástico, en el sentido más extenso del término. O monótono, como la tautología de Gertrude Stein a rose is a rose is a rose, una frase que de tanto decirse a sí misma termina por volverse perfectamente absurda.

El propósito de la idea que interroga ha de basarse en algún punto oscuro de la descreencia humana cuyo anhelo mayor es creer, ser convencida, por eso tal vez la pregunta expande esa sombra de inutilidad amable que la torna casi admisible, casi amena: “¿Qué es lo que usted quiso decir cuando dijo ‘la casa estaba a oscuras’, y qué fue aquello que lo llevó a decirlo precisamente de ese modo?”.

Posiblemente, ese sea el verdadero principio de la ficción. Porque lo más probable es que el autor no recuerde los motivos iniciales de su cuento y no tenga la más remota idea de los propósitos que lo animaban antes de sentarse a escribir, si es que lo animaba alguno. Y es entonces que se siente obligado a alguna forma de la cortesía y se larga a inventar ya que, después de todo, es lo que mejor sabe hacer o lo que él, o ella, cree que mejor sabe hacer. Bueno, le diré (comenzará a explicar), la casa estaba de verdad a oscuras, era en mi infancia, digamos...

Y es sobre esas vacilaciones iniciales que se construye en ocasiones una rápida leyenda, una suerte de argumentación blanda, ligera, acaso irónica o sarcástica y sobre todo escéptica, una especie de interpretación, postulación y noticia al fin que irá circulando un poco por ahí hasta calar –si tiene suerte– en la poderosa imaginación constructiva de algún crítico que, sin nada mejor que hacer, se pondrá de golpe a anotar conjeturas e hipótesis alrededor de lo que el autor ya no recuerda haber dicho nunca.

Por esto mismo, mentiría si dijera ahora que más de dos ideas concurrentes pero distintas hicieron que yo imaginara esta historia que transcurre en un shopping. Lo único que recuerdo sin apelar a ninguna mentira para sostener la memoria es que compuse este cuento a principios de 2003, en el otoño tal vez, y lo hice para descansar de una novela muy larga que estaba ya terminada pero no del todo y para olvidarme del mal año de la crisis. Podría igualmente añadir que por ese entonces concebí la idea de que es posible vivir dentro de un shopping sin salir nunca, alcanzando de ese modo el confort extremo en términos de encierro y pesadilla.

Desde luego, había también otras razones y otros estímulos y otras preguntas y algunos enigmas, pero mejor dejarlos de lado para detener, por ahora, el desarrollo parasitario de una nueva ficción.

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