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El cuento por su autor

Elegí estos dos relatos, pensados y escritos bajo un mismo plan, porque tienen dos cosas en común: la historia y la locura.

Siempre me ha interesado hacer ficción literaria partiendo de una situación histórica, de unas coordenadas espaciales y temporales, sociales y políticas. En todo caso, mentir desde una verdad. Suponer episodios que jamás ocurrieron pero que hubiesen podido ocurrir.

Para hacerlo, proyecto desde una situación que me conmueva (creo muy difícil hacerlo de otro modo) y le agrego a eso la premisa de unas constantes en los comportamientos humanos (reconocibles, al menos de una buena parte de nuestras sociedades). Leyendo la antigüedad se puede verificar que nuestras reacciones y nuestra emocionalidad se han modificado infinitamente menos que nuestros contextos materiales. Del vapor a la cibernética, ¿cuánto habrán cambiado el miedo, la furia, la codicia, la ternura?

Quizás sea bueno aclarar que cuando hablo de leer la antigüedad no me refiero solamente a las muy idolatradas Grecia y Roma. Me refiero también al clasicismo azteca, a las épicas orientales, a la lírica oral de algunas etnias africanas, etc.

Y después está la locura. Esa que en palabras del extraordinario maestro Antonio Machado sirve para purgar un pecado ajeno: la cordura. “La terrible cordura del idiota”. La locura por soledad, por traición, por desesperanza. La locura que a todos nos pisa los talones. La que ya preparó el café cuando nos levantamos.

Los personajes de estos dos cuentos, Marcelino Sautuola y Salomón Adret, provienen de la historia. Uno de ellos, el primero, fue de “carne y hueso” y yace entre las tantas injusticias que se le pueden endilgar a la soberbia. El otro, en cambio, es un hombre posible en una situación real que yace, también, entre las tantas injusticias que se le pueden endilgar a la soberbia.

Como suele ocurrirme, no me detengo demasiado a pensar en la edad de los lectores. Prefiero detenerme a pensar en mi propia edad y decirme que, a los cincuenta y dos años, lo mejor es deshacerse de los rótulos, caminar al ritmo del alma, obrar por convicción apasionada.

Y es así como procuro escribir.

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