VERANO12 › POR HEBE UHART

Cosas que pegan, cosas que no pegan

Y no, no nací para pobre. ¿Y qué? Preguntales si les gusta a los pobres esperar un colectivo cagados de frío en Villa Caraza, que no les ponen ni un refugio. Por otro lado está bien, porque si los ponen, los rompen. Yo a los ocho años supe que quería estar casada con un hombre que me tuviera bien: nada de ahorrar la luz, ni cuidar los zapatos de salir, ni el fin de mes, ni, ni, punto.

A los quince fui a pasar una semana con los parientes del campo y fue la peor semana de mi vida: que la tía Segunda se había quedado tuerta porque la pateó un caballo, que el tío Ramón se había quedado con un terrenito de la tía Lucía y la pejerta ni mu, seguía dándole el desayuno en la cama al zángano como si nada.

Yo siempre supe que lo mío es mío, así sea un alfiler, y que hagan la prueba de sacármelo.

Además en el campo almuerzan a las once de la mañana, una hora que no se puede creer. Yo dormía y la tía Segunda me despertaba diciendo “¡A almorzar!”, como si tuviese algo que festejar con ese ojo tuerto. Y a la noche se acostaban y se acostarán –lo que es yo no volví más– a las nueve como los canarios. Después me miraban y me decían a coro:

“¡Qué linda ropita!”. Ropita, no saben distinguir un velour de un fricassé, ni el cuero del plástico. Yo miraba esas polleras a media asta que llevaban, con las piernas gordas llenas de várices, que no las curan porque creen que es el destino, y ahí tuve una videncia y pensé: “Y la ropa que voy a tener para no pisar jamás tu casa”.

Ya no pegaba yo, en ese tiempo con esa casa; mi papá no bien podía me daba plata para pilchas. Y Ramón sentado a la mesa como un cacique pelotudo gritaba “¡Sopa!” y ahí iban ellas en caravana llevando la sal, el pan y la concha de la lora. Y nunca se sabe qué piensan –si es que piensan–. Todo el tiempo hablando pavadas a los gritos. No, no pega estar mirando si llueve o si no llueve cuando el hombre está llegando a Marte.

Llueve y punto. Obvio. Hay que saber las cosas que pegan y las que no: yo siempre lo supe. No me voy a poner lo mismo para una entrevista de la empresa que para un encuentro íntimo.

Para la empresa llevo el trajecito de terciopelo celeste grisado –que justamente pega con los sillones que son de terciopelo azul–, aunque hay que tener en cuenta si es de día o de noche, porque el terciopelo desluce con la luz, como no pega un vaquero con tacos altos. Punto. Sí, ella anda siempre de vaqueros, los detesto, uniforman todo para abajo.

Los dos andan de vaqueros pero deberían ir de uniforme, parados en la puerta a la tarde como se debe, y no todos de corrillo en verano, con sillas y todo. Ya hablé con la administración para que tomen medidas. Yo a esa administración le voy a hacer un juicio por una cosita que me tengo bien guardada. Y si se puede, le haría un juicio a la del tercero, que puso un toldo horrible, amarillo y negro, en vez del reglamentario.

¿Estamos todos locos o qué? Están todos locos o son una manga de mediocres, pero yo no me resigno a la mediocridad general. Soy de Aries con ascendiente en Tauro y los de Aries somos luchadores sin dejar de ser románticos.

Por eso yo me veo en el futuro en un departamento en Belgrano –no Cabildo y Juramento, que ya hay superpoblación– con una alfombra de piel de tigre a mis pies; amo a los felinos, en mi otra vida debí ser tigre y con unas almohadas con un diseño muy delicadito de tigrecitos azules.

Y también en el horóscopo chino soy tigre. Sí, debo haber sido tigre, gato, qué sé yo. Y si me labro un futuro y tengo un departamento, puedo elegir mejor: no es lo mismo jugarla de local que de visitante. Desde el vamos, no soporto que un hombre sea amarrete, así sea un dios que bajó a la tierra: porque una cosa es el amor y otra la pavada.

Porque no todo es la ropa, también la conversación: a un hombre bien vestido, que sabe hablar un poco de todas las cosas, se lo puede llevar a cualquier lado. Lo de la ropa es más fácil de corregir, porque instintivamente me convierto en madrina de vestuario, ahora en la conversación... he notado que no se dejan corregir.

Eso de la conversación es importante, tiene que estar en el punto justo, tampoco quiero un sabelotodo que me deje de cama. Por eso me quiero capitalizar y en su momento alquilo un terreno para plantar. ¿Qué? Lo que sea.

Acá hay que esperar la oportunidad: hay que tener en cuenta que el año empieza en abril, después de Semana Santa. Después vienen las vacaciones de julio que paran todo y yo me quedo bien guardada porque coincide con lo que me dijo la tarotista, julio no es un mes propicio para mí, cuando me va a salir todo mal, desaparezco.

Punto. ¿Qué voy a plantar? ¿Soja?, qué sé yo. Todo tiene su momento y a cada chancho le llega su San Martín, como le va a llegar al gerente de Cilsa, que no me quiso dar trabajo. Por suerte se le está cayendo el pelo y yo ya lo dije: si no me va a dar lo que quiero que se quede totalmente pelado. Yo creo que las cosas se cumplen, tarde o temprano. Y si algo está bien programado, tiene que salir.

Hijos, puede ser, pero hay que tenerlos bien. Con dinero; eso sí, de noche hay que hablarles. Y con servicio durante el día.

Cada cosa a su tiempo. Y si se me pasa el tiempo de tenerlos, yo adopto y punto. Además, ahora, con la clonación, ¿qué problema puede haber? Mucho mejor en el futuro, puedo elegir a mi gusto. He visto un ajuar de bebé que no se puede creer: todo al tono: el coche con los enteritos, las medias, todo pega. Y hay unos chupetes con control remoto que avisan cuando el chico se ahoga o se pone boca abajo.

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Imagen: Rafael Yohai
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