Martes, 2 de febrero de 2016 | Hoy
Desde muy chica tengo una leve psoriasis que cuido obstinadamente hasta el punto de que muchas personas no llegan a notarla. Es una herencia genética que no beneficia ni honra al que le toca en suerte porque es nada menos que un trastorno de las células de la piel: éstas crecen demasiado rápido haciendo que las muertas se acumulen en la superficie y luzcan como escamas. Si bien no va a matarme, es muy probable que muera con ella. De hecho, he aprendido a convivir en una suerte de batalla cotidiana muy parecida a la famosa escena en que la Pantera Rosa quiere deshacerse de una manchita verde: no bien la elimina, la manchita verde reaparece en otro lado, y cuanto más acelera su labor, aparece otra más grande. Está claro que no es una enfermedad para obsesivos ni muchos menos para coquetos. ¿Qué no hice, haría o haré para que mi piel se vea mejor? ¿A qué médico, homeópata, acupuntor, gurú o bruja no acudiría si me dijeran que pueden darme la solución? Todo esto ha fortalecido mi teoría, tal vez no muy seria, de que cuando la medicina no tiene la menor idea sobre ciertas “enfermedades” les da el rótulo de “psicosomáticas”. Total, después de Hipócrates, la relación mente y cuerpo sigue siendo una especulación interesante pero poco verificable por la ciencia. Cuántas veces he leído y escuchado que la piel es el órgano más grande, lo que nos conecta con el exterior y los otros. Me parece que, después del falo, es el órgano más metafórico que hay. Y cómo no dejarse seducir por la belleza de las metáforas y el lenguaje en general para hablar del cuerpo, sus síntomas y padecimientos.
Mi cuento nació de toda esta amargura y no tardé en darme cuenta de que un cuento así no tenía que ser realista, que las cremas con corticoides o con alquitrán, las medicinas alternativas, la típica pregunta del médico (“¿Está estresada?”) y la mirada de los otros eran temas patéticos y que no valía la pena escribir un cuento para que los demás se compadecieran del protagonista. Y entonces un día me pregunté: ¿Qué pasaría si dejara caer todos los paliativos y promesas de tener una piel normal? ¿Y si la psoriasis no fuera una enfermedad sino el comienzo de otra cosa, digamos una metamorfosis? Evidentemente no me expuse al experimento. Para esto los escritores creamos a los personajes, para que hagan lo que nosotros queremos pero jamás podríamos hacer.
Es muy probable que en lo que a mi vida respecta, la ciencia no llegue a darme una explicación o una solución. No importa. No es tan grave. Siempre resistiré con la imaginación.
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