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La épica del precario submarino que combatió en la Guerra de Secesión
Llega al video “El primer submarino”, un telefilme que relata un curioso episodio de la historia naval de los Estados Unidos.
Por Horacio Bernades
La primera ocasión en la que los submarinos adquirieron un rol decisivo en combate fue durante la Segunda Guerra Mundial, cuando naves aliadas se enfrentaron reiteradamente con el enemigo alemán en aguas del Atlántico. Lo que resulta menos conocido es que no fue esa la primera ocasión en la que este tipo de embarcaciones entró en acción. Ya a fines del siglo XVIII una pequeña nave sumergible –que admitía un único tripulante a bordo– fue botada, con resultados fallidos, durante la guerra de independencia estadounidense. Cien años más tarde, un nuevo submarino, de mayores dimensiones aunque sumamente precario aún, logró finalmente hundir un barco enemigo, durante la Guerra de Secesión. Esta última es la historia que narra El primer submarino (título incorrecto, como puede verse), producción para televisión que en Estados Unidos emitió la cadena TNT hacia fines del año pasado, y que permite conocer un capítulo sumamente ignorado en la historia de la ingeniería bélica y naval. Por estos días, el sello AVH la lanza en video en la Argentina.
No se habían inventado aún el motor a explosión ni la presurización, y ya el comandante Hunley se sumergía, junto a un pequeño grupo de marineros, a bordo de un pequeño submarino diseñado por él. Corría el año 1864, el ejército norteño tenía sitiada a la ciudad de Charleston y el submarino de Hunley, que avanzaba y se sumergía a manivela y cargaba un único torpedo, parecía el único modo de romper el bloqueo naval enemigo. Durante uno de los ensayos alguien no cerró completamente una válvula y la nave se inundó, muriendo ahogados todos los miembros de la tripulación. Esa es la historia que se cuenta en la introducción de El primer submarino (The CSS Hunley). Con la población de Charleston sitiada, hambrienta y desesperada bajo los incesantes cañonazos enemigos, la caída de la ciudad parece cuestión de días. Es entonces que el general Beauregard, francés al servicio de las fuerzas del sur (un Donald Sutherland de barba perita y cabello renegrido) encarga al teniente Dixon (Armand Assante) que reflote la nave, reclute a un grupo de voluntarios y salga a hundir naves enemigas.
El primer submarino narra esa odisea, desde los primeros preparativos hasta un final que representará a la vez un triunfo histórico y un trágico martirologio. Como en toda producción bélica estadounidense, por más que entre los participantes haya nervios, miedos y rencillas internas, a la larga todos se comportarán a la altura de las circunstancias, aunque intuyan desde el vamos que se trata de una causa perdida. Por suerte, la producción dirigida por el realizador de televisión John Gray no abusa del subrayado heroico, en beneficio de la credibilidad. Tampoco es ésta la típica “película de submarino”, por la sencilla razón de que el CSS Hunley está a años luz de ser un submarino típico.
Tampoco se pasea la cámara a través de salas y pasillos, ni entra a las habitaciones o a la sala de mando, ya que el Hunley consta de un único y estrecho recinto, de menos de dos metros de ancho por unos diez de largo. En él, los siete tripulantes y el comandante se arraciman, transpiran por la escasa aireación y cuentan los minutos que les quedan antes de que se les termine el oxígeno. Y rezan para, en caso de hacer finalmente contacto con un barco enemigo, poder disparar el torpedo y salir huyendo, cuestión de no inmolarse en el ataque. La realización aprovecha muy bien las constricciones de tiempo y espacio, transmitiendo con exactitud la maldita parada frente a la que esos hombres se hallaban.
Por otra parte, y más allá de que Armand Assante es uno de esos actores que confunden presencia con poses de bravucón, su teniente Dixon aparece investido de ciertos matices que le dan densidad. Cojeando de una pierna por un disparo recibido durante la batalla de Shiloh (el mayor desastre bélico sufrido por los ejércitos del sur), Dixon intenta ahogar entre litros de whisky el recuerdo de la mujer que amó, una enfermera muerta enacción naval. Aceptar una misión visiblemente condenada al fracaso puede ser interpretado así como el acto suicida de quien sólo desea compartir el trágico destino de su amor perdido.