Martes, 31 de julio de 2012 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Rodríguez entra a ver la nueva de Batman y sale transfigurado. Es decir: entró empujado por las ganas de cerrar la trilogía (y por nada de lo del loco de Denver) y salió pensando en las peligrosas aplicaciones de la película de Christopher Nolan a la actualidad de su país. Bane y todo eso. Bane es un malo malísimo que llegó a Gotham City mucho después de que Rodríguez se mudara de allí para viajar con el Corto Maltés a tierras más lejanas o a calles aún más dark con Alack Sinner. Eran tiempos en que el comic europeo (español incluido) se imponía al DC y al Marvel, la cara descubierta a la máscara y capa, y los superhéroes languidecían en el largo invierno de su descontento. Para cuando –triunfales y renovados y transgresores con su propio mito– retornaron de su exilio con la graphic-novel, Frank Miller y las múltiples líneas argumentales y refundaciones, Rodríguez no es que ya estuviera grande sino que estaba ocupado como paladín de su propia desventura con mujer, hijos y misiones más o menos imposibles mientras construía algo más parecido a la fortaleza de la soledad que a la baticueva.
DOS De ahí, su extrañeza con Ra’s al Ghul en la primera parte, su familiaridad con The Joker en la segunda y, ahora, otra vez, lo desconocido con Bane. Así que, advertido de lo que se venía, Rodríguez se documentó en la Wikipedia. Y a saber: Bane hizo de las suyas por primera vez en enero de 1993, es sudaca (más bien centraca, nacido en la prisión de Peña Dura, en la república caribeña de Santa Prisca), lleva una especie de barbijo metálico para combatir un dolor eterno, poco y nada se entiende de lo que dice, tiene look de luchador libre y mexicano y es adicto a una droga llamada Venom que lo ha dotado de fuerza colosal y de vertiginosa capacidad de cicatrización de heridas varias. Y sus idas y vueltas –como es habitual– han sufrido marchas y contramarchas, escrituras y reescrituras, llegándose a pensar que Bane y Bruce Wayne pudieran ser hermanastros consecuencia de una aventurilla del padre Thomas Wayne en Santa Prisca. Más allá de todo esto –aunque a veces sea una bestia unineuronal y otras orgulloso poseedor de un altísimo coeficiente intelectual/filosófico y memoria eidética así como conocedor de varios idiomas (incluidos el urdu, el persa y el latín) y creador de un sistema perfecto de aerobics-zen o algo así–, Bane ha sido constante en su sed de venganza e inolvidable en su proeza definitiva: en julio de 1993, Bane le rompió la espalda a Batman con un sonoro y onomatopéyico “Krakt” dejándolo parapléjico y jubilado. Ahora, en The Dark Knight Rises, Bane vuelve a poner a Batman sobre su rodilla y ay ay ay; pero la cosa no pasa de alguna vértebra dislocada, aunque vuelva a confirmarse lo más importante para que la cosa funcione: lo más importante, siempre, es el malo; porque es el malo rastrero quien le da altura al bueno. Así, si el malo no es muy bueno siendo malo, el bueno acaba resultándonos muy malo.
TRES Y, de acuerdo, no importa la calidad del villano: tarde o temprano será derrotado por un Batman de alto standing. Ergo, Bane –que en la película se nos presenta como una suerte de Robespierre heavy metal o sueño húmedo de un anarco-radical anonymous y/o cachorro del 15M– termina mal. Es decir: termina bien mal. Pero quién le quita lo bailado. Y ahí están esas escenas en la Bolsa gótica o aquellas otras donde los ricos son arreados como vacas hacia el matadero de un tribunal popular. Si The Joker buscaba el caos, Bane –tras los pasos de su maestro Ra’s– proclama un apocalíptico power to the people. Y ahí –más allá de toda interpretación ideológica que se le haya hecho a este último capítulo de la trilogía, acusada tanto de reaccionaria como de revolucionaria– Rodríguez se da cuenta del verdadero sentido de la trilogía: la verdadera heroína es Gotham City, y los auténticos superhombres sus habitantes conscientes –como afirma Batman antes de ascender a los cielos para pasar, sin necesidad de morirse, a mejor vida e irse a vivir lejos– de que “cualquiera puede ser un héroe”. Es decir: “Muchachos, arréglensela como puedan, hasta aquí llegué yo. Y aquí los dejo porque tengo que irme a vivir a Florencia con Catwoman”. Antes, por las dudas, propone proyecto de Robin o de Batman 2.0; pero cabe pensarse si –ante la ausencia del gran encapuchado– no desaparecerán también los heroicos malvados. Mientras tanto y hasta entonces, The Dark Knight Rises no es “una de Batman”. En realidad –y de ahí su rareza y audacia, Batman apenas aparece en el largo metraje del film– es más “una de Bruce Wayne”. Un millonario que, por una vez, lo pierde todo para poder salir ganando y ganarse su derecho a una verdadera personalidad secreta y a solas pero tan bien acompañado.
CUATRO En la vida real, en esa ciudad gótica que es Barcelona (y a la que llegó Batman a enfrentarse, en una de sus últimas aventuras, con un hombre dragón durante el Sant Jordi) hay algo mucho peor que malos malísimos. En Barcelona –y en España– hay buenazos ineptos y campeones de la injusticia. Nada por aquí y nada por allá que amerite la magia de la presencia de un superhéroe, pero sí los incesantes pésimos trucos de gente dispuesta a serruchar multitudes. Y, sí, pocas cosas menos épicas hay que un puñado de inútiles convencidos de estar haciendo las cosas bien. Existe, claro, la necesidad refleja y automática y desesperada de identificar un maligno externo y extranjero. ¿Merkel? ¿El Banco Central Europeo? ¿Libération (“¡Perdidos!”) o The Economist (“sPAIN”) dedicando a España primeras planas y portadas como torpedos en la línea de flotación? ¿La sombra ominosa del rescate total? ¿Importa? En realidad poco y nada. Porque todos saben –aunque no quieran saberlo– que detrás de todo este “Krakt” hay un enemigo interno y años de despilfarro, de corrupción y de mirar para otro lado. Lo verdaderamente preocupante para Rodríguez es tener que leer en El País otra larga entrevista (y van...) al sabio aconsejador Felipe González “preocupado y enfadado”; seguir oyendo a Mariano “Invisibleman” Rajoy diciendo esas cosas que dice que hace para que no pase nada (y comprobar que un vago e incierto comentario del presidente del BCE basta y sobra para que baje la prima de riesgo); sintonizar las comparecencias de los irresponsables de Bankia y cajas varias declarando que hicieron todo muy bien mientras se tiran flores entre ellos. Y todo ese sonido y furia de quienes apostaron al dinero no debajo de las piedras sólidas sino de los ladrillos mal cocidos y que no hace otra cosa que delatar la cruda y dura verdad: la hipotética solución a la crisis financiera en las altas esferas no implica la solución a la crisis económica en las pelotas inferiores. Y aquí vienen los otros números de la semana. No los números rojos, sino los números rojo sangre: el paro alcanzando un máximo histórico durante los supuestos meses “buenos” por las contrataciones estivales (5.693.100 de desempleados, 24,6 por ciento de la población activa, 53,3 por ciento de ellos jóvenes que no encuentra empleo y cada vez más trabajadores con un promedio de 55 años de edad que ya nunca volverá a fichar, uno de cada cuatro españoles sin trabajo, ya 1.737.600 hogares donde ninguno de sus miembros cobra un sueldo) y cada vez más gente con ganas de activar su propia y batmaniana Tábula Rasa para inventarse una nueva vida.
CINCO Ahora, Rodríguez camina de regreso a casa. Ya es de noche o está muy oscuro. Da igual. Rodríguez –rata con alas– camina desorientándose con su radar rumbo a otra noche de dormir cabeza abajo.
Le duele mucho la espalda.
Krakt.
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