En
el tiempo y en el espacio
La
actividad económica se desenvuelve tanto en el tiempo como
en el espacio. La primera dimensión que percibió y
desarrolló más acabadamente el economista fue el tiempo.
La distinción entre stocks y flujos, debida a los fisiócratas
en el siglo XVIII, fue una primera elaboración del tiempo:
los stocks (la tierra, los instrumentos de producción) se
definen en un instante del tiempo, en tanto los flujos (consumo
de materias primas, de alimentos) se definen en un período
de tiempo. Otra elaboración del tiempo fueron los efectos
inmediatos (o de corto plazo) y mediatos (de largo plazo) de determinado
fenómeno económico, elaborados por David Hume en 1750:
dada una situación inicial de gran desempleo, un aumento
repentino de los medios de pago se traduce en más empleo
y actividad, y en última instancia en alzas de salarios y
precios. Alfred Marshall perfeccionó esta distinción
al distinguir plazo corto (en el que la producción es lo
ya existente para vender), de mercado (en el que la producción
puede incrementarse usando más a fondo las instalaciones
y equipos actuales), largo (en que la producción puede extenderse
o contraerse cambiando el capital fijo) y secular (en el que se
toman en cuenta variaciones muy graduales, como la técnica,
la población y su destreza, etc.). No fue tan afortunada
la dimensión espacial, que tardó en ser reconocida,
nunca fue elaborada acabadamente, ni está plenamente incorporada
al análisis económico usual. Además de atisbos
de reconocimiento de su importancia, en obras de Santo Tomás
de Aquino, Cantillon o Smith, sus estudiosos más característicos
fueron alemanes: Von Thünen en 1826, Launhardt en 1887 y Weber
en 1909. Ellos desarrollaron la teoría de la localización
de la actividad económica, el estudio de los factores que
determinan el lugar donde se realiza determinada actividad, ya sea
agrícola o industrial. Thünen investigó la localización
agraria: un agricultor racional produciría bienes perecederos,
que no admiten transporte a mucha distancia, lo más cerca
posible del centro de consumo, y los menos perecederos más
lejos. Launhardt investigó las redes de transporte y estableció
la forma y límites de los mercados de empresas competitivas
entre sí. Weber indagó las causas de determinada localización,
interrelacionando fuentes de materia prima y trabajo, facilidades
de transporte y distancia al mercado.
El
espacio económico argentino
Aunque
parezca una paradoja, el reconocimiento del espacio en países
con territorios tan extensos y deshabitados como los Estados Unidos
y la Argentina fue sólo cuestión de tiempo. Pero sólo
los primeros alcanzaron logros de importancia, a través de
las obras de Hoover y Isard. En nuestro caso, registramos atisbos
de economía espacial, de gran valor en sí mismos,
pero que no llegaron a transmitirse oportunamente a otros continuadores,
para su perfeccionamiento y preservación, y quedaron sólo
como perlas sueltas, que nunca formaron un collar. La obra de Pedro
Cerviño, escrita en 1801, anticipó el esquema de anillos
de Thünen. Esteban Echeverría no sólo vio la
pampa en sus poemas, sino también propuso un régimen
tributario con gravámenes diferenciales según el tipo
de suelo y la distancia de la unidad productiva respecto de Buenos
Aires. Sarmiento en Facundo dividió el país en grandes
zonas, según su geografía y su economía. Alberdi,
en Sistema económico y rentístico de la Confederación,
también se refirió al uso del suelo y destacó
el papel del ferrocarril en su aprovechamiento. Mitre instó
a desalojar al indio del desierto por la fuerza armada,
con el fin de poner al suelo en un papel productivo. Avellaneda,
como profesor de economía política en la UBA, escribió
Estudio sobre las leyes de tierras públicas, y puso en el
centro de su diagnóstico del atraso argentino el no poder
disponer del desierto. Schneidewind introdujo en la
UBA las teorías espaciales deLaunhardt, en relación
con el trazado de líneas férreas y la localización
de la actividad económica. Sus enseñanzas fueron continuadas
en la Facultad de Ingeniería por P. Palazzo y A. Constantini,
y en la de Ciencias Económicas por Ramallo, Castelo y Sánchez
de Bustamante. A. E. Bunge dividió el país en áreas,
en función de la carga transportada por ferrocarril. En los
60 se realizó un estudio de envergadura, Relevamiento
de la estructura regional de la economía argentina, por el
Consejo Federal de Inversiones y el Instituto Torcuato Di Tella,
con un equipo dirigido por Héctor J. C. Grupe, Norberto González,
Alberto Fracchia y Felipe S. Tami, y como encargados de grupos de
trabajo, Oscar Altimir, Horacio Núñez Miñana
y Juan V. Sourrouille. Este equipo incorporó las que en aquellos
años eran técnicas avanzadas, como la matriz de insumo-producto
regional o los modelos gravitacionales.
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