¿Feliz
cumpleaños?
Ayer, hace nueve
años, se fijaba por ley la paridad cambiaria 1 dólar=10.000
australes. Nacía así la Convertibilidad, que luego
emprolijó su estética sacando cuatro ceros al signo
monetario enterrando al austral por el peso. Domingo Cavallo prometía
que ese régimen venía para instalarse por décadas.
Roque Fernández, después, aseguraba que había
razones para pensar que podría ser eterno. Y José
Luis Machinea, ahora, dice que no hay que dudar que seguirá
vigente por lo menos en los próximos ocho años (se
refiere, obviamente, al actual mandato de Fernando de la Rúa
y a los eventuales cuatro años siguientes en el caso de su
reelección). Se dijo en un momento que la Convertibilidad
es lo mismo que encerrarse en una jaula y tirar la llave afuera.
Muy gráfica y cierta esa imagen de un sistema que limita
extremadamente las alternativas de políticas económicas.
Pero lo que no se dice es que nadie revisó si en la celda
hay una ganzúa y que, para quien se atreva, no hay prohibición
de utilizarla.
Resulta evidente que la convertibilidad no es el régimen
cambiario preferido de economistas y, mucho menos, de políticos.
Pero ni unos ni otros se animan a desafiar a los rehenes del 1=1.
Estos son, entre otros, los trabajadores asalariados que ante una
devaluación se les licuaría sus ingresos y la numerosa
legión de cuotistas de créditos en dólares
para comprar la casa, el auto u otros bienes de consumo. Esos rehenes
sufren, se angustian con sólo pensar que puede quebrarse
la identidad monetaria que dominó la economía argentina
en los 90. Pero pocos le recuerdan a esos rehenes que esa
misma Convertibilidad que tanto los alivió en su momento
y que tanto defienden ilusionados con que así cuidan lo poco
que les queda, es la misma que define el cuadro económico
que, a la vez, tanto critican. Escenario caracterizado por el elevado
desempleo, desindustrialización, concentración económica,
empeoramiento de la distribución de los ingresos y fragilidad
social.
No es cuestión de echar culpas a los rehenes de la Convertibilidad
por esa entendible contradicción de intereses. Pero si parece
interesante observarla para pensar cómo emplear de la mejor
manera la ganzúa para abrir la puerta de esa cárcel.
Y esa apertura no es la simple devaluación, sino la búsqueda
de salidas alternativas, como una canasta de monedas o una moneda
única del Mercosur. Cada vez es más evidente que el
1=1 es en estos momentos más un problema que una herramienta
útil para el crecimiento económico. Tuvo su utilidad
para salir de la hiperinflación y fue efectiva para lograr
la estabilidad de precios. Pero ya no ofrece la potencia que tuvo
para precipitar un aumento sostenido de la actividad económica.
Varias son las razones que explican la actual debilidad de la Convertibilidad
como instrumento de crecimiento. Una de ellas es que, precisamente,
ya pasaron nueve años de un esquema estático, período
en el cual el mundo siguió girando y los países adaptándose
a los vertiginosos cambios en las reglas de juego. Y la economía
argentina sólo se reservó el papel de actor pasivo,
que recibió los efectos de todas las crisis internacionales,
desde la mexicana en 1995, pasando por la rusa en 1997, hasta la
brasileña en 1998. En cada una de ellas, para poder mantener
la Convertibilidad la opción fue tratar de compensar la pérdida
de competitividad derivada de las devaluaciones ajenas con un mayor
ajuste. Ajuste no sólo de las cuentas públicas con
reclamos de más y más recortes del gasto, sino también
del sector privado con presiones de más impuestos y con empujones
a aplicar más recortes de los salarios.
Dicen que el que quiere celeste que le cueste. Da la
sensación, sólo la sensación, no sea de que
haya acusaciones de atentar contra una institución patriótica
como la Convertibilidad, que éste celeste ya tiene un precio
demasiado elevado.
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