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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
02 ABRIL 2000








 BUENA MONEDA
 por Alfredo Zaiat


¿Feliz cumpleaños?

Ayer, hace nueve años, se fijaba por ley la paridad cambiaria 1 dólar=10.000 australes. Nacía así la Convertibilidad, que luego emprolijó su estética sacando cuatro ceros al signo monetario enterrando al austral por el peso. Domingo Cavallo prometía que ese régimen venía para instalarse por décadas. Roque Fernández, después, aseguraba que había razones para pensar que podría ser eterno. Y José Luis Machinea, ahora, dice que no hay que dudar que seguirá vigente por lo menos en los próximos ocho años (se refiere, obviamente, al actual mandato de Fernando de la Rúa y a los eventuales cuatro años siguientes en el caso de su reelección). Se dijo en un momento que la Convertibilidad es lo mismo que encerrarse en una jaula y tirar la llave afuera. Muy gráfica y cierta esa imagen de un sistema que limita extremadamente las alternativas de políticas económicas. Pero lo que no se dice es que nadie revisó si en la celda hay una ganzúa y que, para quien se atreva, no hay prohibición de utilizarla.
Resulta evidente que la convertibilidad no es el régimen cambiario preferido de economistas y, mucho menos, de políticos. Pero ni unos ni otros se animan a desafiar a los rehenes del 1=1. Estos son, entre otros, los trabajadores asalariados que ante una devaluación se les licuaría sus ingresos y la numerosa legión de cuotistas de créditos en dólares para comprar la casa, el auto u otros bienes de consumo. Esos rehenes sufren, se angustian con sólo pensar que puede quebrarse la identidad monetaria que dominó la economía argentina en los ‘90. Pero pocos le recuerdan a esos rehenes que esa misma Convertibilidad que tanto los alivió en su momento y que tanto defienden ilusionados con que así cuidan lo poco que les queda, es la misma que define el cuadro económico que, a la vez, tanto critican. Escenario caracterizado por el elevado desempleo, desindustrialización, concentración económica, empeoramiento de la distribución de los ingresos y fragilidad social.
No es cuestión de echar culpas a los rehenes de la Convertibilidad por esa entendible contradicción de intereses. Pero si parece interesante observarla para pensar cómo emplear de la mejor manera la ganzúa para abrir la puerta de esa cárcel. Y esa apertura no es la simple devaluación, sino la búsqueda de salidas alternativas, como una canasta de monedas o una moneda única del Mercosur. Cada vez es más evidente que el 1=1 es en estos momentos más un problema que una herramienta útil para el crecimiento económico. Tuvo su utilidad para salir de la hiperinflación y fue efectiva para lograr la estabilidad de precios. Pero ya no ofrece la potencia que tuvo para precipitar un aumento sostenido de la actividad económica.
Varias son las razones que explican la actual debilidad de la Convertibilidad como instrumento de crecimiento. Una de ellas es que, precisamente, ya pasaron nueve años de un esquema estático, período en el cual el mundo siguió girando y los países adaptándose a los vertiginosos cambios en las reglas de juego. Y la economía argentina sólo se reservó el papel de actor pasivo, que recibió los efectos de todas las crisis internacionales, desde la mexicana en 1995, pasando por la rusa en 1997, hasta la brasileña en 1998. En cada una de ellas, para poder mantener la Convertibilidad la opción fue tratar de compensar la pérdida de competitividad derivada de las devaluaciones ajenas con un mayor ajuste. Ajuste no sólo de las cuentas públicas con reclamos de más y más recortes del gasto, sino también del sector privado con presiones de más impuestos y con empujones a aplicar más recortes de los salarios.
Dicen que “el que quiere celeste que le cueste”. Da la sensación, sólo la sensación, no sea de que haya acusaciones de atentar contra una institución patriótica como la Convertibilidad, que éste celeste ya tiene un precio demasiado elevado.