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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
02 ABRIL 2000








 EMPLEO

EN EL MERCADO LABORAL YA EXISTE UNA FLEXIBILIZACION DE HECHO

Trabajar de sol a sol

Durante los 90 la flexibilización de hecho se tradujo en una extensión de la jornada laboral. Con ese antecedente, el autor sostiene que la actual reforma profundizará el deterioro de los ingresos de los trabajadores al tiempo de aumentar las ganancias empresarias.

Por Martín Schorr
Flacso, Area de Economía y Tecnología.

En la Argentina existe un amplio consenso acerca de la necesidad de “flexibilizar” las relaciones laborales. Ello permitiría, según sostienen distintos actores sociales (el oficialismo y la oposición, los grandes grupos económicos, los organismos multilaterales de crédito, e incluso cierto sector del sindicalismo), que la economía local, en particular su industria, ganaría en competitividad e ingresaría en un sendero sostenido de crecimiento. Asimismo, se señala que un mercado de trabajo más “flexible” permitiría reducir la tasa de desocupación.
Sin embargo, las evidencias disponibles indican claramente que el mercado laboral ya se encuentra de hecho sumamente “flexibilizado”, lo cual se refleja en un profundo deterioro en las condiciones laborales de la mano de obra ocupada, una importante disminución en el poder adquisitivo de los salarios y una creciente regresividad en materia distributiva. Basta con analizar lo acontecido en el ámbito del sector manufacturero local durante la década de los 90.
Entre 1991 y 1998 la producción industrial se incrementó en términos absolutos cerca de un 24 por ciento. Buena parte de dicho crecimiento se dio en el marco de ostensibles aumentos en la productividad media de la mano de obra del sector, que subió un 46 por ciento. Si bien esa mayor productividad laboral está relacionada con una importante recuperación en el coeficiente de inversión del sector (que durante los años 80 había caído a niveles tales que ni siquiera alcanzaban para cubrir los requerimientos mínimos de reposición del capital utilizado), también está vinculada, y de manera significativa, a un incremento en la extensión e intensificación de la jornada laboral. Efectivamente, mientras en los 90 creció la producción industrial, la cantidad de obreros ocupados por el sector disminuyó más de un 15 por ciento y las horas-obrero trabajadas cayeron casi un 6 por ciento, lo cual determinó un importante incremento (cercano al 13 por ciento) en la duración de la jornada media de trabajo.
De esta forma, una parte sustancial de las significativas ganancias de productividad que registró el conjunto del sector manufacturero durante la década pasada se sustentó en un importante incremento en la extensión –y la intensidad– de la jornada laboral. Ese proceso tiene lugar cuando en numerosos países se evalúa –y, en algunos casos, se instrumenta– la reducción de la jornada de trabajo como un mecanismo indirecto para aumentar la demanda de empleo y, de esa forma, reducir los elevados niveles de desocupación vigentes.
Al respecto, puede señalarse que si bien el proceso de expulsión de obreros puede ser explicado, en cierta medida, por el hecho de que las firmas del sector han avanzado hacia funciones de producción más capitalintensivas, nada indica que el aumento en la tasa de inversión deba darse necesariamente a la par de una prolongación de la jornada de trabajo. En efecto, el impacto negativo que, sobre la generación de puestos de trabajo –y, en consecuencia, sobre la tasa de desempleo–, se deriva de la incorporación de tecnología por parte de las firmas industriales podría haber sido mucho menor si no se hubiera apelado a un incremento en la duración de la jornada laboral.
Asimismo, en el marco del importante crecimiento de la producción y la productividad laboral del sector, el salario medio de la mano de obra industrial continuó deteriorándose, al disminuir casi un 9 por ciento. A partir de este patrón diferencial de comportamiento entre la productividad y el salario real de los trabajadores cabe inferir una significativa transferencia de ingresos desde los trabajadores hacia los dueños de las empresas del sector y, por lo tanto, una creciente apropiación del excedente fabril por parte de estos últimos. En otras palabras, ello estaría reflejando el carácter socialmente regresivo del crecimiento industrial registrado en los años 90, por cuanto el sector empresarial, en rigor, sus fracciones más concentradas, se apropiaron de buena parte delos recursos generados por la mayor productividad –y “flexibilidad”– de la mano de obra.
En definitiva, mientras que en la actualidad existe en vastos sectores de la sociedad un “rígido” consenso en torno de la necesidad de “flexibilizar” o “modernizar” las relaciones laborales, la información analizada refleja con notable contundencia que el crecimiento del producto y la productividad laboral en la industria argentina durante la década pasada estuvieron vinculados a uno de los mecanismos más arcaicos –y menos “flexibles”– de intensificación en el uso de la fuerza de trabajo (la prolongación de la jornada laboral).
En función de ello, cabe concluir que el objetivo último de la “modernización” del mercado de trabajo que hoy se promueve no es el crecimiento económico y la reducción del desempleo sino, sobre la base de una creciente precarización laboral, continuar realizando –y cristalizar legalmente– una ingente transferencia de ingresos desde los trabajadores hacia los empresarios (en especial, hacia las grandes firmas oligopólicas, que son las que se encuentran más “afectadas” por la vigencia de los contratos colectivos de trabajo que la nueva ley busca eliminar), para, de esta manera, seguir potenciando las ganancias empresarias, deprimiendo los ingresos asalariados, profundizando el deterioro en las condiciones laborales de la mano de obra ocupada y acentuando aún más el patrón de distribución regresiva del ingreso que se viene registrando en el país con particular intensidad desde la segunda mitad de los años 70.