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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
25 MARZO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Adivina, adivinador

Había una vez cierto presidente, nacido en el interior del país, pero afincado en Buenos Aires, incluso profesor de la UBA, al que apenas iniciada su gestión le estalló una severa crisis económica. Por circunstancias de hecho, cayeron los ingresos del Estado, a la vez que los egresos se dispararon, en parte debido a créditos en el exterior tomados por la administración precedente. La crisis, pues, se manifestó como un déficit de las cuentas públicas. El presidente ya había tenido un ministro de Hacienda, con experiencia previa en administrar la economía, al que reemplazó por L. Lo llama a L y le pregunta: “¿Cómo se arregla esto? ¿Hacemos una vaca entre los poderosos? ¿Postergamos el servicio de la deuda externa?”. “Ni pensarlo”, respondió L, “apenas insinuemos la más mínima quita o el menor diferimiento del pago de la deuda, los acreedores externos se pondrán nerviosos y ello puede ser el principio de nuestro fin. Todo lo contrario, debe anunciarse que las fuertes cantidades con que atendemos los servicios de la deuda externa estarán al cobro antes del día designado para los pagos”. “¡Pero eso significaría –replicó el presidente– poner antes de la educación popular, la Justicia y la defensa nacional, el pago de la deuda externa!” “De eso se trata precisamente -rubricó L– y es lo único que les interesa oír a nuestros acreedores externos.” “El capital es duro y sin entrañas –se quejó amargamente el presidente– y no le importa hambrear a toda una población.” Todo llega, y arribó la hora de hacer el anuncio del plan: “Es necesario reducir el gasto público; se paralizará el plan de obras públicas; se harán todas las reducciones posibles en el número de empleados y en sus sueldos; se disminuirá con severidad el presupuesto de educación pública; se eliminarán las distintas formas de subsidios que se acuerdan a las provincias”. La única que no prestó oídos al plan fue la crisis misma, que prosiguió devastadora. En unos pocos días se llevó consigo al ministro L, quien debió ser reemplazado por el ministro N, virtualmente colocado por los acreedores externos, quien a su vez sólo duró en el cargo poco más de tres meses. ¿Quiénes eran el presidente y los ministros L y N? ¿Qué pasó con la convertibilidad? La solución, al pie de esta nota.Había una vez cierto presidente, nacido en el interior del país, pero afincado en Buenos Aires, incluso profesor de la UBA, al que apenas iniciada su gestión le estalló una severa crisis económica. Por circunstancias de hecho, cayeron los ingresos del Estado, a la vez que los egresos se dispararon, en parte debido a créditos en el exterior tomados por la administración precedente. La crisis, pues, se manifestó como un déficit de las cuentas públicas.
El presidente ya había tenido un ministro de Hacienda, con experiencia previa en administrar la economía, al que reemplazó por L. Lo llama a L y le pregunta: “¿Cómo se arregla esto? ¿Hacemos una vaca entre los poderosos? ¿Postergamos el servicio de la deuda externa?”. “Ni pensarlo”, respondió L, “apenas insinuemos la más mínima quita o el menor diferimiento del pago de la deuda, los acreedores externos se pondrán nerviosos y ello puede ser el principio de nuestro fin. Todo lo contrario, debe anunciarse que las fuertes cantidades con que atendemos los servicios de la deuda externa estarán al cobro antes del día designado para los pagos”. “¡Pero eso significaría –replicó el presidente– poner antes de la educación popular, la Justicia y la defensa nacional, el pago de la deuda externa!” “De eso se trata precisamente -rubricó L– y es lo único que les interesa oír a nuestros acreedores externos.” “El capital es duro y sin entrañas –se quejó amargamente el presidente– y no le importa hambrear a toda una población.” Todo llega, y arribó la hora de hacer el anuncio del plan: “Es necesario reducir el gasto público; se paralizará el plan de obras públicas; se harán todas las reducciones posibles en el número de empleados y en sus sueldos; se disminuirá con severidad el presupuesto de educación pública; se eliminarán las distintas formas de subsidios que se acuerdan a las provincias”. La única que no prestó oídos al plan fue la crisis misma, que prosiguió devastadora. En unos pocos días se llevó consigo al ministro L, quien debió ser reemplazado por el ministro N, virtualmente colocado por los acreedores externos, quien a su vez sólo duró en el cargo poco más de tres meses. ¿Quiénes eran el presidente y los ministros L y N? ¿Qué pasó con la convertibilidad? La solución, al pie de esta nota.Había una vez cierto presidente, nacido en el interior del país, pero afincado en Buenos Aires, incluso profesor de la UBA, al que apenas iniciada su gestión le estalló una severa crisis económica.
Por circunstancias de hecho, cayeron los ingresos del Estado, a la vez que los egresos se dispararon, en parte debido a créditos en el exterior tomados por la administración precedente. La crisis, pues, se manifestó como un déficit de las cuentas públicas. El presidente ya había tenido un ministro de Hacienda, con experiencia previa en administrar la economía, al que reemplazó por L. Lo llama a L y le pregunta: “¿Cómo se arregla esto? ¿Hacemos una vaca entre los poderosos? ¿Postergamos el servicio de la deuda externa?”. “Ni pensarlo”, respondió L, “apenas insinuemos la más mínima quita o el menor diferimiento del pago de la deuda, los acreedores externos se pondrán nerviosos y ello puede ser el principio de nuestro fin. Todo lo contrario, debe anunciarse que las fuertes cantidades con que atendemos los servicios de la deuda externa estarán al cobro antes del día designado para los pagos”. “¡Pero eso significaría –replicó el presidente– poner antes de la educación popular, la Justicia y la defensa nacional, el pago de la deuda externa!” “De eso se trata precisamente -rubricó L– y es lo único que les interesa oír a nuestros acreedores externos.” “El capital es duro y sin entrañas –se quejó amargamente el presidente– y no le importa hambrear a toda una población.” Todo llega, y arribó la hora de hacer el anuncio del plan: “Es necesario reducir el gasto público; se paralizará el plan de obras públicas; se harán todas las reducciones posibles en el número de empleados y en sus sueldos; se disminuirá con severidad el presupuesto de educación pública; se eliminarán las distintas formas de subsidios que se acuerdan a las provincias”. La única que no prestó oídos al plan fue la crisis misma, que prosiguió devastadora. En unos pocos días se llevó consigo al ministro L, quien debió ser reemplazado por el ministro N, virtualmente colocado por los acreedores externos, quien a su vez sólo duró en el cargo poco más de tres meses. ¿Quiénes eran el presidente y los ministros L y N? ¿Qué pasó con la convertibilidad? La solución, al pie de esta nota.
RESPUESTA

 

Hoy como ayer (1976-2001)

Qué pudo sentir un africano, perseguido por la selva, capturado, encadenado y transportado a través de un lago inmenso, durante días, acaso sin comer ni poder hacer sus necesidades sino de un modo humillante? Creemos que terror. Terror por no tener bajo sus pies al suelo natal. Terror por no ver alrededor a sus padres o sus hijos. Terror por su propia vida, a merced de seres contra los que ni luchar podía. Era el “horrendo comercio de negros”, como lo denominó Manuel Belgrano. El horror de la trata de esclavos, sin embargo, no fue mucho peor que el horror del mercado laboral bajo el capitalismo liberal o salvaje.
Ya Adam Smith señaló que, en ausencia de sindicatos, los patronos podían siempre imponer sus condiciones a los obreros, ya por ser poco numerosos, por estar comunicados entre sí, o por dominar los medios de comunicación e influir en las decisiones parlamentarias. El propio Smith indicaba que para un empresario el trabajo asalariado era más rentable que el trabajo esclavo, pues el primero eximía al patrono de proveer la alimentación, vestido y vivienda al trabajador. Pagado el salario, fijado por el mismo patrón, éste quedaba liberado de toda obligación hacia el trabajador. Por otra parte, el mercado laboral era un mercado más, donde la oferta superior a la demanda inevitablemente provocaba una caída del precio: cierto margen de trabajo desempleado llevaba inexorablemente a la caída del salario. ¿Por qué? El capitalismo no da otra opción que la de obtener los bienes a través del mercado. Luego, si no tiene plata para el alquiler, no tiene vivienda. Si no tiene para ropa, se viste con harapos. Si no tiene para comida, se muere de hambre. Esa lógica lleva a la lucha entre los trabajadores por acceder a las fuentes de la plata: los empleos. Y para ser tomados han de reducir su precio de oferta. Hace poco se anunció un plan de ajuste en que se reduciría el número de puestos de trabajo en el Estado, pero no se recortarían salarios. ¡Lo uno lleva a lo otro! El gobierno de Videla ejecutó esa misma estrategia. Su política aperturista inundó el mercado con importaciones de bienes de consumo: muchas industrias locales cerraron y echaron a su personal. A la baja salarial no se opuso un poder compensatorio, sindical o político, y operó vía mercado, sin violar el principio del Estado prescindente. El terrorismo de Estado tenía su contracara en el terrorismo de mercado.

RESPUESTA:
Presidente: Avellaneda. Ministros: (Lucas) González, (Norberto) de la Riestra. Convertibilidad: suspendida el 16/5/1876, 15 días después de anunciarse el ajuste.