Adivina, adivinador
Había una vez cierto presidente, nacido en el interior del
país, pero afincado en Buenos Aires, incluso profesor de
la UBA, al que apenas iniciada su gestión le estalló
una severa crisis económica. Por circunstancias de hecho,
cayeron los ingresos del Estado, a la vez que los egresos se dispararon,
en parte debido a créditos en el exterior tomados por la
administración precedente. La crisis, pues, se manifestó
como un déficit de las cuentas públicas. El presidente
ya había tenido un ministro de Hacienda, con experiencia
previa en administrar la economía, al que reemplazó
por L. Lo llama a L y le pregunta: ¿Cómo se
arregla esto? ¿Hacemos una vaca entre los poderosos? ¿Postergamos
el servicio de la deuda externa?. Ni pensarlo,
respondió L, apenas insinuemos la más mínima
quita o el menor diferimiento del pago de la deuda, los acreedores
externos se pondrán nerviosos y ello puede ser el principio
de nuestro fin. Todo lo contrario, debe anunciarse que las fuertes
cantidades con que atendemos los servicios de la deuda externa estarán
al cobro antes del día designado para los pagos. ¡Pero
eso significaría replicó el presidente
poner antes de la educación popular, la Justicia y la defensa
nacional, el pago de la deuda externa! De eso se trata
precisamente -rubricó L y es lo único que les
interesa oír a nuestros acreedores externos. El
capital es duro y sin entrañas se quejó amargamente
el presidente y no le importa hambrear a toda una población.
Todo llega, y arribó la hora de hacer el anuncio del plan:
Es necesario reducir el gasto público; se paralizará
el plan de obras públicas; se harán todas las reducciones
posibles en el número de empleados y en sus sueldos; se disminuirá
con severidad el presupuesto de educación pública;
se eliminarán las distintas formas de subsidios que se acuerdan
a las provincias. La única que no prestó oídos
al plan fue la crisis misma, que prosiguió devastadora. En
unos pocos días se llevó consigo al ministro L, quien
debió ser reemplazado por el ministro N, virtualmente colocado
por los acreedores externos, quien a su vez sólo duró
en el cargo poco más de tres meses. ¿Quiénes
eran el presidente y los ministros L y N? ¿Qué pasó
con la convertibilidad? La solución, al pie de esta nota.Había
una vez cierto presidente, nacido en el interior del país,
pero afincado en Buenos Aires, incluso profesor de la UBA, al que
apenas iniciada su gestión le estalló una severa crisis
económica. Por circunstancias de hecho, cayeron los ingresos
del Estado, a la vez que los egresos se dispararon, en parte debido
a créditos en el exterior tomados por la administración
precedente. La crisis, pues, se manifestó como un déficit
de las cuentas públicas.
El presidente ya había tenido un ministro de Hacienda, con
experiencia previa en administrar la economía, al que reemplazó
por L. Lo llama a L y le pregunta: ¿Cómo se
arregla esto? ¿Hacemos una vaca entre los poderosos? ¿Postergamos
el servicio de la deuda externa?. Ni pensarlo,
respondió L, apenas insinuemos la más mínima
quita o el menor diferimiento del pago de la deuda, los acreedores
externos se pondrán nerviosos y ello puede ser el principio
de nuestro fin. Todo lo contrario, debe anunciarse que las fuertes
cantidades con que atendemos los servicios de la deuda externa estarán
al cobro antes del día designado para los pagos. ¡Pero
eso significaría replicó el presidente
poner antes de la educación popular, la Justicia y la defensa
nacional, el pago de la deuda externa! De eso se trata
precisamente -rubricó L y es lo único que les
interesa oír a nuestros acreedores externos. El
capital es duro y sin entrañas se quejó amargamente
el presidente y no le importa hambrear a toda una población.
Todo llega, y arribó la hora de hacer el anuncio del plan:
Es necesario reducir el gasto público; se paralizará
el plan de obras públicas; se harán todas las reducciones
posibles en el número de empleados y en sus sueldos; se disminuirá
con severidad el presupuesto de educación pública;
se eliminarán las distintas formas de subsidios que se acuerdan
a las provincias. La única que no prestó oídos
al plan fue la crisis misma, que prosiguió devastadora. En
unos pocos días se llevó consigo al ministro L, quien
debió ser reemplazado por el ministro N, virtualmente colocado
por los acreedores externos, quien a su vez sólo duró
en el cargo poco más de tres meses. ¿Quiénes
eran el presidente y los ministros L y N? ¿Qué pasó
con la convertibilidad? La solución, al pie de esta nota.Había
una vez cierto presidente, nacido en el interior del país,
pero afincado en Buenos Aires, incluso profesor de la UBA, al que
apenas iniciada su gestión le estalló una severa crisis
económica.
Por circunstancias de hecho, cayeron los ingresos del Estado, a
la vez que los egresos se dispararon, en parte debido a créditos
en el exterior tomados por la administración precedente.
La crisis, pues, se manifestó como un déficit de las
cuentas públicas. El presidente ya había tenido un
ministro de Hacienda, con experiencia previa en administrar la economía,
al que reemplazó por L. Lo llama a L y le pregunta: ¿Cómo
se arregla esto? ¿Hacemos una vaca entre los poderosos? ¿Postergamos
el servicio de la deuda externa?. Ni pensarlo,
respondió L, apenas insinuemos la más mínima
quita o el menor diferimiento del pago de la deuda, los acreedores
externos se pondrán nerviosos y ello puede ser el principio
de nuestro fin. Todo lo contrario, debe anunciarse que las fuertes
cantidades con que atendemos los servicios de la deuda externa estarán
al cobro antes del día designado para los pagos. ¡Pero
eso significaría replicó el presidente
poner antes de la educación popular, la Justicia y la defensa
nacional, el pago de la deuda externa! De eso se trata
precisamente -rubricó L y es lo único que les
interesa oír a nuestros acreedores externos. El
capital es duro y sin entrañas se quejó amargamente
el presidente y no le importa hambrear a toda una población.
Todo llega, y arribó la hora de hacer el anuncio del plan:
Es necesario reducir el gasto público; se paralizará
el plan de obras públicas; se harán todas las reducciones
posibles en el número de empleados y en sus sueldos; se disminuirá
con severidad el presupuesto de educación pública;
se eliminarán las distintas formas de subsidios que se acuerdan
a las provincias. La única que no prestó oídos
al plan fue la crisis misma, que prosiguió devastadora. En
unos pocos días se llevó consigo al ministro L, quien
debió ser reemplazado por el ministro N, virtualmente colocado
por los acreedores externos, quien a su vez sólo duró
en el cargo poco más de tres meses. ¿Quiénes
eran el presidente y los ministros L y N? ¿Qué pasó
con la convertibilidad? La solución, al pie de esta nota.
RESPUESTA
Hoy
como ayer (1976-2001)
Qué pudo sentir un africano, perseguido por
la selva, capturado, encadenado y transportado a través de
un lago inmenso, durante días, acaso sin comer ni poder hacer
sus necesidades sino de un modo humillante? Creemos que terror.
Terror por no tener bajo sus pies al suelo natal. Terror por no
ver alrededor a sus padres o sus hijos. Terror por su propia vida,
a merced de seres contra los que ni luchar podía. Era el
horrendo comercio de negros, como lo denominó
Manuel Belgrano. El horror de la trata de esclavos, sin embargo,
no fue mucho peor que el horror del mercado laboral bajo el capitalismo
liberal o salvaje.
Ya Adam Smith señaló que, en ausencia de sindicatos,
los patronos podían siempre imponer sus condiciones a los
obreros, ya por ser poco numerosos, por estar comunicados entre
sí, o por dominar los medios de comunicación e influir
en las decisiones parlamentarias. El propio Smith indicaba que para
un empresario el trabajo asalariado era más rentable que
el trabajo esclavo, pues el primero eximía al patrono de
proveer la alimentación, vestido y vivienda al trabajador.
Pagado el salario, fijado por el mismo patrón, éste
quedaba liberado de toda obligación hacia el trabajador.
Por otra parte, el mercado laboral era un mercado más, donde
la oferta superior a la demanda inevitablemente provocaba una caída
del precio: cierto margen de trabajo desempleado llevaba inexorablemente
a la caída del salario. ¿Por qué? El capitalismo
no da otra opción que la de obtener los bienes a través
del mercado. Luego, si no tiene plata para el alquiler, no tiene
vivienda. Si no tiene para ropa, se viste con harapos. Si no tiene
para comida, se muere de hambre. Esa lógica lleva a la lucha
entre los trabajadores por acceder a las fuentes de la plata: los
empleos. Y para ser tomados han de reducir su precio de oferta.
Hace poco se anunció un plan de ajuste en que se reduciría
el número de puestos de trabajo en el Estado, pero no se
recortarían salarios. ¡Lo uno lleva a lo otro! El gobierno
de Videla ejecutó esa misma estrategia. Su política
aperturista inundó el mercado con importaciones de bienes
de consumo: muchas industrias locales cerraron y echaron a su personal.
A la baja salarial no se opuso un poder compensatorio, sindical
o político, y operó vía mercado, sin violar
el principio del Estado prescindente. El terrorismo de Estado tenía
su contracara en el terrorismo de mercado.
RESPUESTA:
Presidente: Avellaneda. Ministros: (Lucas) González, (Norberto)
de la Riestra. Convertibilidad: suspendida el 16/5/1876, 15 días
después de anunciarse el ajuste.
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