PLáSTICA › ANTOLOGIA DE HORACIO ZABALA EN EL FONDO DE LAS ARTES

En busca de las reglas del juego

Artista, arquitecto, teórico del arte, Horacio Zabala tiene una obra inquietante que atraviesa todos las técnicas. La antología recorre más de treinta años de producción.

 Por Fabián Lebenglik

Horacio Zabala es un artista lúcido, preciso y parco. En este mismo sentido se despliega la antología retrospectiva que presenta en el Fondo Nacional de las Artes (FNA) hasta fin de mes.
Artista y arquitecto, nació en Buenos Aires en 1943. Se dedicó a la arquitectura urbana y como artista integró el “Grupo de los 13”, nucleados alrededor del Centro de Artes y Comunicación (CAYC) a comienzos de la década del setenta.
Simultáneamente a su práctica artística tiene una interesante producción teórica. Realizó su primera exposición en 1967 y publicó sus primeros textos en 1972.
La última dictadura militar lo obligó a exiliarse y vivió en Europa -Italia, Austria y Suiza– durante 22 años. En 1994, fue arquitecto de una misión humanitaria de las Naciones Unidas en Africa.
Cuando fue convocado a Buenos Aires tres años después para participar de un trabajo de restauración edilicia, Zabala vino temporariamente a la Argentina, pero esa temporalidad se extendió hasta el presente.
A mediados de 1998 presentó una exposición antológica de su obra en el Museo de Arte Moderno (MAMba): Ejercicios y tránsitos 1972-1998.
A lo largo de todo su trabajo Zabala articula de un modo explícito estética e ideología, así como se propone una lúcida conceptualización de los materiales.
La realización de dos retrospectivas antológicas –la del MAMba y la actual, del FNA– en un período de cuatro años muestra su interés por historizar la obra y por dejar claro un proyecto artístico orgánico que lleva 35 años de desarrollo.
Su obra, sin dejar de ser concisa, se expande hacia todos los géneros: dibujos, objetos, intervenciones, pinturas, instalaciones, arte digital, páginas web, arte postal, video.
Parte de sus ideas las desarrolló en dos libros que ha editado en la Argentina: El arte o el mundo por segunda vez (1998), y El arte en cuestión –conversaciones con Luis Felipe Noé (2000)–, que resultó premiado por la Asociación Argentina de Críticos de Arte como uno de los mejores libros sobre teoría y crítica.
Las obras más alejadas en el tiempo son las premonitorias prisiones de 1972. “Se trata una larga serie de prisiones individuales –dice el propio artista– que comencé a proyectar en ese año. Los anteproyectos incluyen varios tipos de cárceles: subterráneas, elevadas sobre columnas, flotantes, etc. Utilicé estrictamente el lenguaje arquitectónico para darles verosimilitud a los proyectos. Todo el mundo puede reconocer fácilmente una planta arquitectónica y eso facilitó la comunicación. Fue un proyecto obsesivo y que lo seguí por bastante tiempo. Porque mis cárceles no son metafóricas, sino que se trata de proyectos arquitectónicos. Mis cárceles intentaban solucionarle de antemano al poder el problema de la construcción de cárceles para aquellos que se le opusieran. Y llevé al papel las más atroces que se me ocurrieron. De algún modo el poder hizo un uso extensivo de las cárceles y luego ni siquiera las usó. Después hice otras cárceles, esta vez sí de tipo metafórico. Por ejemplo, la idea de que el papel es una cárcel –con la que hice una obra exhibida en la muestra–, o el lenguaje es una cárcel. La forma como una cárcel y al mismo tempo la capacidad del artista para moverse, con plena conciencia y paradójicamente con plena libertad, entre esos límites.”
El recorrido por su obra lo muestra como un artista conceptual, obsesionado por investigar el lenguaje. La lectura, las letras, los diarios, las palabras, los libros, mapas, planos y también los lápices, son recurrentes en su trabajo y marcan el estatuto de legibilidad que el artista pretende para las artes visuales. Y no se trata de una exigenciade lectura unívoca pero sí de aportar elementos cotidianos y reconocibles para luego transformarles y cambiarles la función a través de la operación artística y poética.
Siempre es posible reflexionar (sobre) y estetizar lo cotidiano (en el sentido duchampiano y no en el de la belleza premoderna) por más ominoso que resulte. En este sentido resultan elocuentes tanto la serie de cajas donde el artista incluye las estampitas y las cartitas que los chicos de la calle entregan para pedir una moneda (“Diario de viaje”, 1999) como los prototipos de refugios de cartón para cartoneros (“Parásito II”, 19992002). Obra que reedita en otro contexto y con otros materiales los “Refugios antiatómicos” que hizo en Europa a principios de los años ochenta.
Esta última, según Zabala, “se trata de una operación socioestética en la que interactúan personas, instituciones y medios. Esta participación genera distintos enfoques críticos sobre el fenómeno (real, simbólico e imaginario) de la producción y el consumo de refugios antiatómicos en Italia. La operación fue producida, difundida y exhibida por el Centro Documentaziona Ricerca Artistica Contemporanea Di Sarro de Roma en 1983”.
Para Zabala, el lugar del arte contemporáneo debe ser incómodo y profundamente ideológico y al mismo tiempo muy refinado desde una perspectiva estrictamente visual y formal.
En su producción el artista suele asociar la imagen de la obra con elementos emotivos, mientras que el discurso lingüístico que acompaña o complementa la obra funciona como lugar de reflexión y crítica. Es evidente la relación entre obra, artista y sociedad a lo largo de su carrera.
En las páginas de diarios (Herald Tribune, 1995; La Bolsa de Valores, 1996, etc.), Zabala copia la estructura de una página, la convierte en imagen y luego imposibilita la lectura usual y tacha las líneas con colores para introducir otra lectura posible, puramente visual. Del mismo modo sucede con los mapas intervenidos o censurados, de modo que de la lectura meramente geográfica se pasa a una geopolítica de la cartografía.
Otra de las obras es “Interferencia urbana” que es el título de una intervención in situ realizada en las calles de Ginebra en 1994 y reiterada en Buenos Aires en 2002.
“Desde la antigüedad –explica el artista–, la ciudad se hace de ladrillos y también, como la obra literaria, de palabras. Las plazas y las calles tienen nombres establecidos, accesibles y unívocos. En general, están inscriptos en carteles de fondo azul y letras blancas. La intervención consiste en colocar carteles en algunas calles donde no los hay. Los nuevos carteles son copias del mismo color, forma y emplazamiento, pero en ellos falta el nombre de las calles en cuestión. Son superficies rectangulares y planas, vacías y silenciosas.”
“Somos a la vez actores, espectadores y lectores urbanos. Para desplazarnos en el espacio físico necesitamos códigos de reconocimiento y referencias lingüísticas. La ausencia del lenguaje escrito, donde habitualmente debería estar presente, nos exige percibir otras analogías, señales e imágenes. Nos exige, por unos instantes, cambiar la mirada.”
Otra pieza elocuente es “A sangre fría” (2002) un juego de ajedrez cuyo tablero no está dividido en casilleros. La ausencia del trazado quiebra las reglas del juego y habilita a los contendientes a generar reglas propias. Si el ajedrez siempre fue visto como una versión lúdica de la guerra antigua, la obra de Zabala supone la ausencia de un sistema de regulaciones y la caída de ley. El título de la obra, a lo Capote, remite al terreno de la literatura una obra que fácilmente podría pensarse como metáfora nacional.
“La experiencia estética –escribe Zabala en su libro El arte o el mundo por segunda vez– no sólo es una luz que va del sujeto a la cosa, sino quetambién es una radiación que va de la cosa al sujeto”... “Para la estética metafísica lo contrario de la palabra es el silencio, lo contrario a la imagen es la oscuridad, lo contrario al volumen es el vacío. Para esta estética radical, la muerte del arte no significaría la transformación histórica del arte sino el silencio, la oscuridad y el vacío definitivos, pues el arte es un a priori del hombre: sin arte no hay hombre. En cambio, para una estética no metafísica, lo contrario a la palabra, a la imagen y al volumen no es el silencio, la oscuridad y el vacío, sino otra palabra, otra imagen, otro volumen. El silencio, la oscuridad y el vacío existen positivamente: el silencio es un intervalo entre dos sonidos, la oscuridad es un intervalo entre dos imágenes, el vacío es un intervalo entre dos volúmenes. El pensar y el sentir no metafísico nada quiere comenzar ni terminar... La estética metafísica es totalitaria.”
Una de las funciones del arte, según puede verse en este cuerpo de obra, es hacer ver el mundo con otros ojos, para redescubrirlo y volver a pensarlo. (En el Fondo Nacional de las Artes, Alsina 671, hasta el 31 de enero.)

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“A sangre fría” (2002), objeto de Horacio Zabala. Piezas de ajedrez y acrílico sobre tela.
Un ajedrez sin casilleros supone que cada jugador inventa sus propias reglas.
 
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