PLáSTICA › CASO GLUSBERG-MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES
El arquitecto de su destino
Tras la renuncia de Jorge Glusberg a la dirección del Museo de Bellas Artes, el jueves asume como director interino el arquitecto Alberto Bellucci. Breve historia de una caída.
Por Fabián Lebenglik
Luego de la renuncia de Jorge Glusberg a la dirección del Museo Nacional de Bellas Artes a causa de varias denuncias en su contra, el jueves 18, a las 19, asumirá como director interino el arquitecto Alberto Bellucci, quien continuará conservando sus cargos de director del Museo Nacional de Arte Decorativo e interventor del Museo Nacional de Arte Oriental.
A lo largo de una larga y polémica trayectoria, rica en aciertos y desaciertos, Glusberg –que supo cosechar un ejército de enemigos– ha sido una pieza clave de las artes visuales argentinas y de la presencia del arte local en el mundo. Es un self-made-man y por lo tanto un arquitecto de su destino.
La caída de Glusberg estuvo marcada por dos tiempos que ahora convergen: uno, más lento, regido por el ritmo cansino de la burocracia; y otro, veloz, encausado por el vertiginoso ritmo de los medios.
Por una parte se venían acumulando durante una serie de sumarios en su contra por supuestas irregularidades administrativas y malos tratos al personal del Museo de Bellas Artes, a los cuales en octubre de 2002 se sumó el inició de una investigación, por iniciativa de la Auditoría General de la Nación.
El vértigo mediático comenzó el 12 de noviembre pasado, con la emisión del programa de televisión Punto Doc, que se pareció más a un linchamiento público que a una investigación periodística. Allí se puso en el aire una serie de acusaciones cruzadas contra el polémico director, en donde se mezclaban y superponían confusamente temas y denunciantes. El mismo programa, algunas semanas después –en un extenso reportaje realizado en la cárcel– trató al conocido delincuente La Garza Sosa con tal consideración, sentido del humor e intercambio de miradas cómplices, que contrastaba notoriamente con el compulsivo interrogatorio (más policial que periodístico) al que se sometió oportunamente a Glusberg mientras tomaba un taxi en la puerta de su casa.
Una “Carta Abierta a la Ciudadanía” publicada en Página/12 el 23 de noviembre por un grupo de artistas plásticos e intelectuales, si bien era muy dura, comenzó a poner las cosas en un terreno más político, para ampliar el espectro de las preocupaciones a temas como las políticas culturales públicas y la protección del patrimonio artístico.
El martes 2 de diciembre, en un reportaje publicado en esta página a algunos de los impulsores de aquella carta –Duilio Pierri, Marcia Schvartz Fernando Bedoya y Carlos Bissolino, entre otros– Pierri explicaba que “el grupo simplemente está llamando a revisión y concurso, no solamente en el Museo Nacional de Bellas Artes sino en todos los museos... “No es un escarnio a Glusberg, sino que esto fue un disparador y a lo mejor puede ser un punto de partida.” “Desde antes –decía por su parte Carlos Bissolino– no había una política consensuada y pensada por parte de la Secretaría de Cultura. Yo creo que Glusberg resolvió de alguna manera una falta de política cultural, por lo menos con respecto al Museo de Bellas Artes, y el cuestionamiento que se puede hacer a esta gestión trasciende y trata de organizar a los artistas para pedir a la Secretaría de Cultura un mayor interés en sus responsabilidades con respecto a políticas culturales.”
Para buscar precisiones en relación con el ciclo cumplido por Glusberg y el nuevo que comienza con la asunción de Alberto Bellucci, Página/12 entrevistó al director nacional de Patrimonio y Museos, Américo Castilla.
–¿Cuándo se vencía el plazo del concurso que llevó a Glusberg a la dirección del Museo Nacional de Bellas Artes?
–Luego de que ganó el concurso, el decreto en el que se establece la duración de su gestión dice que por razones de edad se trata de una cargo sin estabilidad.
–¿Cuánto durará la nueva dirección interina del arquitecto Bellucci?
–El tiempo que lleve organizar el llamado a concurso. Tal vez entre sesenta y noventa días, depende de los tiempos administrativos.
–¿Se llamará a concurso solamente para cubrir el cargo del Museo de Bellas Artes?
–La concepción de museo que rige en la Argentina no incorporó el modelo de los últimos veinte años de funcionamiento de los principales museos del mundo, ni de las buenas iniciativas de gestión privada. Yo elaboré un documento sobre nuevas políticas para la gestión de museos. Debe estudiarse el problema completo, pero como el Museo Nacional de Bellas Artes funciona como un caso testigo, es probable que llamemos a concurso rápidamente allí, con un trámite transparente y un buen jurado. Los candidatos, que esperamos sean muchos, deberán explicar sus respectivos proyectos.
–¿Qué cosas deben cambiar en la organización de los museos?
–Muchas. Hay que refuncionalizar los cargos y definir funciones según objetivos. Faltan investigadores (algunos se han muerto, otros se han jubilado, otros se han ido), faltan curadores, registros, taller de conservación... Los controles son obsoletos.
El modo en que el Estado suponía que debe gestionarse un museo –donde casi todo el presupuesto se lo llevan los sueldos, la seguridad, los gastos de mantenimiento edilicio y la caja chica– parece una invitación a la malversación. No había un fondo operativo.
La mayor parte de los cambios que se deben hacer son los que resultan menos visibles. Pero este estado de cosas llevó al museo a un especial descuido. Yo no tengo nada personal contra Jorge Glusberg y reconozco el trabajo que hizo durante los años setenta y primeros ochenta, así como su capacidad de gestión durante los primeros tiempos al frente del Museo de Bellas Artes. Debe decirse, sin embargo, que nadie le recriminó nada. La gestión empezó con éxito y con mucho público, pero sin controles administrativos.
–¿Podría separase la dirección administrativa de la dirección artística?
–Es una posibilidad. Actualmente, más allá del tema presupuestario, todo director de museo debe también tener una estrategia de búsqueda de fondos, de fund raising. También habría que pensar si debe existir un consejo asesor con cargos que vayan rotando.
Se trata de un tema muy complejo, porque a su vez un cuerpo colegiado puede no ponerse de acuerdo y dejar las cosas sin resolver. Eso pasó, por ejemplo, cuando comenzó a funcionar el Centro Cultural Recoleta, luego tuvieron que cambiar la organización y establecer una dirección general y, debajo, direcciones simples.