Miércoles, 8 de agosto de 2012 | Hoy
CIENCIA › DIáLOGO CON ANA MARíA VARA, DOCTORA EN ESTUDIOS HISPáNICOS DE LA UNIVERSIDAD DE CALIFORNIA, INVESTIGADORA DE LA ESCUELA DE HUMANIDADES DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN MARTíN (UNSAM)
Las protestas ambientales actuales en América latina no sólo no están aisladas geográficamente, sino que, históricamente, forman parte de un ciclo en el que se pueden diferenciar momentos especiales, que tuvieron, de paso, su acompañamiento literario.
Por Leonardo Moledo
–Vamos a hablar de controversias ambientales.
–Bueno, me parece que lo más interesante es que América latina está atravesando un ciclo de protestas ambientales. Cuando digo un ciclo de protestas, me refiero a la coincidencia de muchos reclamos y protestas al mismo tiempo. Si uno piensa en Argentina, piensa en protestas contra la megaminería, los transgénicos, la sojización. Y es interesante porque el foco del reclamo, aquello que se resiste, es cambiante: a veces parece que se resiste a una cosa, a veces parece que se resiste a otra cosa. Hay una serie de reclamos encadenados de alguna manera. También hay algunos reclamos más acallados sobre el desarrollo de la energía nuclear, sobre algunos aspectos como la minería de uranio..., ahora hay un interés muy fuerte en explotar el uranio en Argentina con fines de exportación, cuando hasta ahora sólo se lo había hecho para las necesidades nacionales.
–¿Por qué?
–Como los precios internacionales de todos los minerales y los commodities han aumentado, hay un nuevo interés en el uranio. Y se ha incrementado, también, el interés en la tecnología nuclear. En Argentina, además, tuvimos el caso de las papeleras... Pero bueno, esto que se ve aquí está pasando en toda América latina. En Perú, que es el país líder en minería, hay muchas protestas, pero uno puede ver lo mismo en Guatemala, en Ecuador, en Colombia, en Bolivia (donde, en algunos aspectos, el gobierno de Evo Morales está con los que reclaman y, en otros, es el objeto del reclamo). Lo mismo pasa con las hidroeléctricas, donde se vincula el tema de la producción de energía con los reclamos contra la minería.
–Hay tres ciclos, me dijo off the record.
–Sí. El primero es a comienzos del siglo XX. Empieza en la primera década y va creciendo hasta la década del ’30, y tiene que ver con el momento en que América latina pasa de estar informalmente integrada al Imperio británico a estar informalmente integrada al Imperio norteamericano. Así como durante fines del siglo XIX Gran Bretaña era el país que tenía más inversión directa con América latina, eso pasa a ocurrir con Estados Unidos, y el ingreso de los nuevos capitales resulta muy visible. Coincide con algunos hechos bélicos (la guerra de Cuba con España, cuando España pierde su última colonia en América). Con lo cual no es sólo para América que Estados Unidos es vista como una potencia con apetito imperial, sino también para España. Hay entonces un tráfico interesante de ideas entre España y América latina, muy enriquecedor, que permite visualizar tempranamente el interés de Estados Unidos en expandir su dominio.
–¿Y qué tiene que ver eso con las protestas?
–Entre muchos aspectos, el ingreso del capital norteamericano tiene que ver con el control de los recursos naturales. Es muy interesante verlo en la literatura, como en algunas obras de narrativa de César Vallejo (en especial, El tungsteno). Esa obra cuenta la entrada de capitales norteamericanos en la minería en Perú. Empieza con la llegada de la empresa explotadora y todo lo demás es un relato de la expoliación, el maltrato a los indígenas... Pareciera haber una asimilación de la situación neocolonial con la situación colonial. El tungsteno es un mineral que tiene aplicaciones bélicas, y lo que ocurre en la novela es que, justamente con la Primera Guerra, se acentúa la explotación por el interés. Esa es una de las novelas, pero hay otras: el tema de la explotación bananera, por ejemplo, aparece muchísimo.
–Como en Cien años de soledad...
–Claro, que se alimenta de una literatura anterior, la de la década del 30, que de algún modo construye una manera de hablar de la explotación de los recursos naturales en América latina que luego se retomará tanto en la literatura del Boom como a fines de la década del ’90, donde empieza el actual ciclo de protesta sobre la contaminación ambiental. Es un relato de América latina como la historia de un despojo, despojo que tiene como agente a un personaje internacional.
–¿Uno solo?
–La historia tiene cuatro personajes centrales: un recurso natural, un explotado, un explotador extranjero y un cómplice local. La historia que se cuenta es que si ese explotador extranjero no es detenido en su acción, va a explotar los recursos naturales y sociales hasta la extenuación. La única respuesta posible es la rebelión. Para nuestra generación, es la historia de Las venas abiertas de América Latina. Lo que uno ve allí es un retomar la manera de contar la historia que se había hecho a principios del siglo XX. Lo que pasa es que esos relatos eran nacionales: en Cuba, por ejemplo, está Nicolás Guillén, que escribe un poema, “Caña”, cuya versión breve cuenta de alguna manera esta manera de contar la historia.
–“El negro junto al cañaveral/ el yanqui sobre el cañaveral”...
–Allí ya vemos todos los elementos. El negro identificado con el cañaveral, el yanqui en una posición dominante, la tierra como elemento de identificación... y la metáfora de la sangre, que de algún modo asimila al recurso humano y al recurso natural. Este discurso puede considerarse una especie de discurso protoambiental, en el sentido en que es previo a los discursos propiamente ambientales que empiezan a circular en los ’60, y es de origen latinoamericano. Es, al mismo tiempo, un discurso latinoamericanista. Hay otro poema de Guillén, “Crecen altas las flores”, en el que directamente se hace una enumeración de todos los recursos naturales americanos para oponerse a la Alianza para el Progreso. Termina diciendo: “Vienen pues a ayudarnos para que progresemos/ y en pago de su ayuda nuestra sangre les demos”. La cuestión indígena, aquí, también es importante, porque viene a apuntalar la visión de que entre el neocolonialismo y el colonialismo hay un vínculo inextricable. Es interesante, entonces, porque ese discurso surge en el primer ciclo de protesta, se retoma en los ’60 con el segundo ciclo y vuelve a reaparecer ahora cuando se dice “vienen por el oro” o “república sojera” o, como decían los que protestaban contra las papeleras citando a Artigas, “no venderé el rico patrimonio de los uruguayos al precio vil de la necesidad”. Porque la acción que se le atribuye al extranjero es la de venir a saquear y a expoliar, y la que se les atribuye a los gobiernos nacionales que son cómplices es la de entregar o regalar los recursos.
–Lo cual no está demasiado alejado de la realidad...
–Bueno, cuando un discurso sobrevive durante tanto tiempo en el pueblo, alguna semejanza con la realidad tiene que tener. Si no hubiera ningún punto de contacto, no sería tan constante. El tema de los recursos naturales, sin duda, es imprescindible para entender la historia de América latina. El hecho de que Argentina venga de argentum y que el Río de la Plata se llame así porque era el puerto que se usaba para sacar la plata que venía de Potosí es algo sobre lo que nunca se reflexiona lo suficiente.
–Volvamos a las protestas.
–Una cosa que es necesario tener en cuenta es que la protesta es una forma de política que tiene una tradición tan larga como la manera institucional de hacer política. Así como decimos que la división de poderes y el voto provienen del parlamentarismo británico y de la Revolución Francesa, en esa misma época podemos rastrear el origen de la política en las calles. Forma parte del modo de hacer política de los países democráticos, y estas dos formas de hacer política dialogan entre sí. Porque para poder tener gente en las calles es necesaria una democracia, pero por otro lado la política en las calles ayuda a ampliar la democracia. Con las huelgas se consiguen derechos para los trabajadores, derecho a voto para las mujeres. De lo que se deduce que la gente no debería alarmarse tanto por las protestas: entenderlas como parte de la dinámica de la democracia es algo importante, porque ayudan a ampliarla mostrando dónde está fallando.
–Donde hay derechos que no están siendo atendidos...
–Sí, claro. El reclamo por los derechos a través de la movilización es esencial. Y en relación con el ambiente, yo creo que este tercer ciclo de protestas evidencia en América latina un interés particular por la cuestión ambiental, entendido el ambiente como el lugar donde vivimos y nos desarrollamos y, por lo tanto, un lugar que hay que preservar. Esa es una de las cuestiones que, creo, está detrás de las protestas antimineras, entre muchas otras (porque ciertamente la explotación minera es terriblemente destructiva). La posibilidad de remediar o revertir que una montaña se convirtió en cráter está obturada desde el comienzo.
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