Miércoles, 14 de noviembre de 2012 | Hoy
CIENCIA › DIáLOGO CON SOLEDAD QUEREILHAC, DOCTORA EN LETRAS, INVESTIGADORA DEL CONICET
La literatura de fines del siglo XIX y principios del XX tuvo una relación íntima con la ciencia, los nuevos descubrimientos y el futuro que se esperaba. Una fascinación de la literatura con la ciencia que la mirada posmoderna interpreta incorrectamente.
Por Leonardo Moledo
–Cuénteme cuál es su tema de investigación.
–Estudio literatura y ciencias ocultas en Argentina a partir de la década del ’10. Mi tema de doctorado, del cual sigo enamorada, son las formas de imaginación científica que surgen de ámbitos no tradicionalmente científicos.
–¿Por ejemplo?
–Holmberg, Quiroga, Lugones, los espiritistas (que querían conocer la naturaleza material del espíritu). De hecho, muchos científicos fueron espiritistas y estuvieron honestamente convencidos de que había que estudiar los fenómenos paranormales.
–Marie Curie...
–Bueno, y Wallace, el “coautor” de la teoría de la evolución, se enfrentó con Darwin en un juicio a los mediums. Darwin costeó los gastos de quien hacía el pleito, un señor que declaraba haber sido engañado. Y Wallace salió en defensa del médium, afirmando que él había sido testigo de los fenómenos espiritistas, que no los podía explicar, pero que eran empíricamente ciertos. Y hay una carta en la que Darwin le dice a Wallace: “No hiera de muerte a nuestra criatura”. Wallace estaba absolutamente convencido, y para Darwin era un problema más meterle espiritismo a una teoría tan difícil de aceptar como lo era la de la evolución. Después está William Crookes. Y después Lombroso se convirtió al espiritismo.
–Pero Lombroso se entiende más...
–Sí, es cierto. Bueno, a mí me interesa mucho ver eso operando en Argentina. Lugones, por ejemplo, fue teósofo...
–Primero teósofo y después fascista.
–Es que la teosofía se presta para ambas cosas, puede ser maximalista o fascista. Porque tiene detrás toda una cosa de la elite... bueno, mi tesis fue sobre eso, sobre la literatura y los círculos ocultistas, pero también sobre la prensa y la divulgación. Estudié Caras y Caretas a lo largo de veinte años, rastreando sus noticias de ciencia para ver qué es lo que consideraban científico. ¿Qué categoría era lo científico para el “vulgo”? No tanto qué decían los científicos que era la ciencia, sino qué se pensaba en general que era la ciencia. Y como estaba tan cerca lo ocultista... Yo lo que notaba leyendo Caras y Caretas es una manera muy particular de contar lo que hacía Marie Curie en su laboratorio o cómo aparecían nuevos rayos que atravesaban los cuerpos y sacaban fotografías.
–¿Cómo lo transmitían?
–Con una perspectiva hacia lo maravilloso, pero con una ductilidad que les daba la visión mecánica del mundo. Tanto los escritores como los lectores del semanario podían compartir un código. Los objetos de la ciencia eran más palpables. Con la física cuántica, con Planck, con Einstein, los legos quedamos afuera de la ciencia, y la literatura sigue trabajando con una idea de lo científico que es muy propia del siglo XIX.
–Hasta la revolución de la ciencia ficción.
–Puede ser, pero Argentina queda bastante afuera.
–Eso no pasó con Borges. Porque como estaba muy atento a las nuevas teorías, tiene cuentos que las reflejan muy bien. Por ejemplo, “La biblioteca de Babel” o “La lotería en Babilonia”, que es una interpretación de la teoría cuántica.
–Es cierto, no lo había pensado. Ahí está más presente la ciencia contemporánea. Y Bioy Casares, que está más cerca de lo que a veces algunos críticos llaman ciencia ficción, está pensando todavía en los elementos que le provee la ciencia de entresiglos (por los pases magnéticos, por ejemplo). William James, el psicólogo, escribe una novela, Plan de evasión, con la idea de que se puede intervenir en el cerebro...
–Y eso duró hasta la década del ’50.
–Pero nunca tuvieron un Wallace en el siglo XX, no lograron convencer a los científicos. El mayor representante del espiritismo en Inglaterra es Conan Doyle, médico, que es un convencido espiritista, pero no es un científico que investiga. El espiritismo ya no atrae a los científicos porque no los convence. La ciencia es otra cosa en el siglo XX.
–Más allá de eso, me dijeron que en sus clases usted defiende el “positivismo” o, mejor, ataca el posmodernismo. Yo pienso que el posmodernismo es aún un veneno que intoxica nuestras facultades. ¿Por qué?
–Nuestras facultades adolecen de posmodernismo y caen, por eso, en una suerte de maniqueísmo según el cual todo lo que se acerca al positivismo es malo. Eso se asocia al nacimiento de todos los prejuicios raciales en el seno de las ciencias sociales, que se les atribuye a las teorías “positivistas” como la teoría de la evolución. Obviamente que yo rechazo eso, rechazo a Bunge hablando de las razas en América, rechazo las páginas más estigmatizantes de Ingenieros. Pero el positivismo como tal no puede ser rechazado como algo malo per se, y nuestras facultades, con una tremenda ignorancia de lo que es el positivismo, piensan que cualquier pensamiento racional, o la ciencia en sí misma, es incompatible con las humanidades y es algo que se debe conjurar porque limita nuestras libertades. Es mejor tener 50 mil opciones, que cada uno piense lo suyo y que no discutamos y no hagamos grandes afirmaciones. Eso cae en lo reaccionario: los grandes defensores de Foucault, o de Deleuze, que se creen a la vanguardia del pensamiento revolucionario, terminan siendo muy reaccionarios, porque el mensaje final es que nada se puede explicar, que nada se puede conocer, que no sabemos nada... En una carrera como la de Letras no es tan grave no tener un conocimiento estricto y preciso, pero me molesta cuando el discurso se pelea para siempre con la realidad. El discurso tiene que referir a su objeto de interés, en mi caso a la literatura, a las cosas que leo. Muchas veces el discurso posmoderno ni siquiera habla del objeto del que quiere hablar, habla circularmente, sin producir nada ni comunicar nada.
–El relativismo es un invento de la derecha.
–Y a veces las posturas tan posmodernas y tan laxas, que niegan la posibilidad de afirmar algo, se riñen con, por ejemplo, la historia. Se niegan los procesos históricos concretos: en Letras es común que se escuchen lecturas disparatadas de las obras por separarlas de la época a la que pertenecen. En el caso que a mí me ocupa, muchos críticos que ven aparecer cuestiones científicas en textos de Quiroga, por decir alguno, enseguida aplican el salmo: “A través del fantástico se critica el discurso de la ciencia”. No pueden entender que hay escritores de la época fascinados por la ciencia, fascinados por la potencialidad fantástica del propio discurso científico, y que no están protestando contra el conocimiento secular. Todo lo contrario: es una literatura que surge a la luz de todo el material que el conocimiento científico le está proveyendo en esa época, no al científico que está solo en su laboratorio, sino a la sociedad en su conjunto. Hay un prejuicio acerca de lo que la ciencia produjo en la Modernidad, un prejuicio que raya en la ignorancia de la historia. Me asusta que algunos universitarios caigan en esos maniqueísmos.
–Y aparte no hay una conciencia clara de la época.
–Claro. En la prensa de divulgación de entresiglos se capta mucho esa visión de que la ciencia mejora, pero no sólo en una publicidad. Un periodista de Caras y Caretas que va a divulgar dice que es el siglo de la ciencia, que es el siglo con menos enfermos, presenta a los médicos con una perspectiva positiva. Entonces yo me pregunto: ¿dónde está la reacción antipositivista acá? Una cosa es el positivismo a nivel de una filosofía discutida por hombres cultos en sus ensayos y otra cosa es cómo impacta esa ciencia a nivel de la vida cotidiana de la gente. Hay que atender a esa distinción. Y otra cosa a la que hay que atender es a qué tipo de fantasías despierta la ciencia en la literatura. Yo cuando despotriqué contra el posmodernismo fue porque una chica preguntó, a raíz de una nota en Caras y Caretas sobre los rayos N, si ahí no había positivismo. En una notita pequeña, sin firma, ya se veía una crítica al positivismo. Y eso era un claro problema de mezcla de niveles: ¿qué sabía el redactor de Caras y Caretas de eso? Eso despertó mi reacción: tenemos que separar niveles, tenemos que distinguir, no todo el positivismo es racismo sociológico.
–Lo que hay que decir, también, es que el progreso va con el tren y el rifle.
–Sí, absolutamente. Tampoco quiero caer yo en maniqueísmos, pero a veces me enojo porque veo demasiado oscurantismo y nihilismo. Lo cierto es que cuando uno va a estudiar la época que estudio yo, se rastrea una discursividad social respecto de los avances científicos en la vida cotidiana que es muy positiva, y la imagen del científico es muy positiva. Por ejemplo, Edison...
–Que era un reaccionario y un antisemita feroz...
–Pero que como científico era muy admirado. .. Cambio un poco de tema. Argentina no tiene ciencia ficción propiamente dicha: la literatura de Holmberg, de Chiappore, de Quiroga suele tomar un dato de la ciencia, un dato vinculado con la licuación de gases por ejemplo, y tomando esos datos de la ciencia real, lo mezclan con la realidad y arman una fantasía muy interesante. Y eso señala que en la época, la fantasía pasa por lo secular, por lo racional, no por el misterio. Yo siempre pongo un ejemplo: Horacio Quiroga escribe y publica “El almohadón de plumas”. Era un caso real, una nota que salió en La Prensa en 1880. Después de todo el desarrollo fantástico, de la sospecha que despierta de vampirismo, Quiroga termina con un cierre en el cual explica todo desde una perspectiva sumamente racional: “Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de plumas”. O sea que afirma que esos bichos existen y pueden incidir en la vida de los lectores.
–Volviendo al posmodernismo un poco, ¿usted cree que está en retroceso y estamos ante un nuevo racionalismo?
–Honestamente, no sé. Lo que sí sé es que veo el panorama un poco más mezclado. Una consecuencia positiva del posmodernismo es que una tolerancia a la diferencia (no a cualquier diferencia, pero a las diferencias sociales, de género, de elección sexual) ya está muy instalada. Y eso en parte, hay que admitirlo, es gracias a cierto pensamiento posmoderno. Respecto de lo otro... no sé si los racionalistas estamos ganando.
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