Miércoles, 14 de noviembre de 2012 | Hoy
Por Martín Granovsky
Suzy Castor se puso muy seria cuando dijo la frase. Dijo: “La formación universitaria no es un lujo en un país tan pobre como Haití, sino algo imprescindible”. Suzy es doctora en Historia y se puso tan seria en México DF, cuando intervino durante el capítulo dedicado a Haití por la Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales organizada por Clacso. Explicó por qué era imprescindible: “Porque para transformar un país y refundarlo, como necesita Haití, hay que entenderlo mejor con herramientas académicas que nosotros mismos podamos producir”.
No es una discusión cualquiera.
Alguien que hable de academia y cultura en un país con 50 por ciento de analfabetos podría ser acusado de superficial.
Haití es el país más pobre del continente. ¿La educación superior no es una necesidad superflua?
Haití viene de sufrir el terremoto de 2010. ¿Es válido imaginar que otros países financien posgrados cuando está en juego la pelea por conseguir alimento, salud y, naturalmente, educación básica?
El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales va a colaborar con la Universidad del Estado de Haití, la única pública del país, en el montaje de posgrados que el sábado fueron explicados en este diario por el nuevo secretario ejecutivo, Pablo Gentili. La meta es “formar cien jóvenes en maestrías que tienen un muy buen nivel académico y un compromiso político muy grande”. Y contó: “Una va a ser en economía del desarrollo, otra en política educativa, otra en derechos de la infancia y la juventud y otra en estudios latinoamericanos y caribeños”.
En el encuentro de México, Suzy Castor; el rector de la Universidad, Jean Vernet Henry, y el vicerrector de investigaciones, Fritz Deshommes, asociaron la ayuda al reclamo de que se retiren ya las tropas de las Naciones Unidas, donde hay efectivos de la Argentina y Brasil. A esta altura las consideran fuerzas de ocupación y más un estorbo que una ayuda. La propia Castor lo explica en un trabajo, “La transformación haitiana: entre los peligros y la esperanza”, que puede leerse en el link http://bit.ly/ZoSWwo.
Los tres haitianos no hicieron ningún ruego al resto de los países. Simplemente –dignamente– consignaron la historia. Henry leyó una declaración en la que Clacso da su apoyo a la educación superior de Haití “en respuesta a la solidaridad y a la generosidad del pueblo haitiano”.
La propia declaración documenta cómo fue la historia. Esta vez los considerandos elegidos no tienen la formalidad de un acuerdo burocrático. Tienen en cuenta, primero, “la historia heroica de la República de Haití para acabar con el sistema colonial y esclavista en todo el mundo”. Registran, luego, “el apoyo de la República de Haití a numerosos países de América latina en la conquista de su independencia”. Dicen que Haití “pagó muy cara esa solidaridad que permitió liberarse a toda América latina”. Constatan que el costo se tradujo en aislamiento “por parte de las potencias colonialistas y las agresiones que continúa sufriendo por parte de potencias neocolonialistas, neoliberales e intervencionistas”. Y acuerdan incorporarse a Clacso para compensar con nuevos programas la debilidad institucional que aqueja también a la universidad.
Al fundamentar la revuelta de los esclavos de 1791, su líder, Toussaint Louverture, dijo: “Sí, caballeros, somos tan libres como ustedes. Somos sus iguales, por derecho natural, y si la naturaleza se congratula asimismo dando una diversidad de colores a la raza humana, no es un crimen haber nacido negro ni una ventaja haber nacido blanco.” Toussaint fue capturado por las fuerzas de Napoleón Bonaparte y fusilado.
El 1º de enero de 1804 el esclavo guineano Jean-Jacques Dessalines declaró la independencia y estableció una república de iguales. También apoyó al venezolano Francisco de Miranda en su primera expedición libertaria.
El castigo al que aludió el rector no fue simbólico. En el siglo XX, por ejemplo, los Estados Unidos ocuparon Haití entre 1915 y 1934. Y después Jean-Claude Duvalier inauguró un largo período de oscurantismo y terrorismo de Estado.
En su libro sobre la revolución haitiana (La oscuridad y las luces Capitalismo, cultura y revolución, editado por Edhasa), el sociólogo argentino Eduardo Grüner escribió que “fue la primera y más radical de todas las revoluciones independentistas americanas”. La razón es que “puso en crisis una concepción individualista-liberal de los derechos humanos, al mostrar que ese concepto no es, no puede ser, un universal abstracto, sino que su pretensión potencialmente universalista se ve todo el tiempo confrontada e interpelada por el particular concreto al cual dicha pretensión debe ser aplicada”.
Trabajar junto con los haitianos, en lugar de poner la propia conciencia en paz condoliéndose de sus desgracias, suena a particular y concreto.
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