Miércoles, 5 de diciembre de 2012 | Hoy
CIENCIA › DIáLOGO CON FERNANDO LOCATELLI, DOCTOR EN BIOLOGíA, INVESTIGADOR DEL CONICET
Aunque vivimos en una cultura muy visual, los olores tienen un poder evocativo muy grande. Sin embargo, el proceso por el cual recordamos los olores es un sistema complejo poco dilucidado.
Por Leonardo Moledo
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–Cuénteme qué hace.
–Trabajo en aprendizaje y memoria, más específicamente, actualmente me dedico a memorias olfativas, y utilizo insectos, abejas, como modelo animal.
–¿Y qué quiere saber?
–Lo que me interesa son los mecanismos celulares, moleculares, que subyacen en el aprendizaje de un olor y cómo reconocer específicamente el olor que tiene un significado o un valor predictivo. Me interesa averiguar cuáles son las cosas que cambian en el cerebro después de que un animal tuvo una experiencia con un olor y de ahí en adelante pasa a tener un significado.
–¿Y cuáles son las cosas que cambian?
–Hay distintos cambios. Hay memorias que son tratadas en paralelo, de modo que cuando uno habla de una memoria olfativa no es simplemente que uno aprende qué significado tiene un olor, sino que además aprende a reconocer ese olor y en otro lugar del cerebro aprende cuál es el significado de ese olor. A lo que yo más dedicado estoy ahora es a ver cómo cambian los mecanismos de percepción y codificación que hacen que nosotros, dentro de una ensalada o una sopa de olores, rescatemos un olor que nos resulta importante, dado que olores puros en la naturaleza no existen. Todo el tiempo estamos inundados de olores complejos y dentro de esos olores complejos, lo que nosotros vamos aprendiendo a través de la experiencia es a rescatar componentes que son relevantes o que nos dicen algo.
–¿Nosotros?
–Nosotros, los animales, las abejas...
–El olor, aparte, tiene un poder evocativo muy grande, ¿no?
–Es un sentido que tiene una modalidad sensorial bastante ancestral. Puede ser que los olores también evoquen muchísimas memorias que son muy fuertes de las cuales no tenemos un recuerdo explícito. Sin embargo, hay olores que nos marcan, que aparecieron bastante temprano en la evolución.
–El olfato es anterior a lo visual...
–Sin dudas, los mecanismos para sensar y percibir olores son cableados más sencillos que los que involucran lo visual. Hay organismos más sencillos que tienen un sentido químico y que no tienen un sentido visual o receptores capacitados para formar imágenes, como sí es el caso de los olores. No hay ser vivo sobre la Tierra que no sea capaz de sensar un olor.
–El olfato está entre los humanos bastante perdido...
–Es que hoy en día somos muchísimo más visuales. Sin embargo, personas ciegas o que carecen de alguna otra de las modalidades sensoriales recuperan muchísima resolución en el poder olfativo.
–¿Por qué el olor es tan evocativo?
–Puede traer información bastante importante para la supervivencia de un animal: desde encontrar comida hasta encontrar pareja o escapar de un peligro. Son todas cosas que en muchos casos están muy ligadas a lo olfativo. Creo que tiene un poder evocativo tan fuerte porque es un sistema muy arraigado. De todos modos, no estoy tan convencido de que tenga un poder evocativo mucho más fuerte que los otros sentidos. Creo que depende. En lo que yo trabajo es, justamente, en cómo aprendemos a reconocer olores que nos dicen algo y a ignorar otros olores que no nos dicen nada.
–¿Y cómo hacemos eso?
–Cuando nosotros somos expuestos a un olor constantemente y ese olor no trae ninguna consecuencia aparejada, lo que pasa es que lentamente vamos perdiendo la capacidad para percibir ese olor. Nuestros sistemas lo sienten, pero eso no llega a nuestro sistema nervioso central. La información es desechada, y el espacio se deja libre para sensar otros olores que sí sean relevantes.
–Por eso la gente que vive cerca de determinados olores deja de sentirlos...
–Hay dos mecanismos que se solapan. Un mecanismo es cuando uno directamente entra en un ambiente donde hay un olor, ese olor está permanentemente presente, y a los pocos minutos dejamos de sentirlo: ése no es un proceso de aprendizaje, es un fenómeno periférico. Nuestros sentidos directamente dejan de sensarlo.
–¿Por qué?
–Se llama “adaptación sensorial”, y sirve para que un animal no esté todo el tiempo saturado de información. Yo entré a un lugar, ya lo percibí, ya sé qué es lo que hay, y ahora apago la entrada de eso para dejar el sistema despejado para cuando haya alguna cosa relevante nueva. Eso pasa mucho con los sentidos químicos, o con el olfato, porque en muchos casos nosotros no podemos discriminar el origen espacial de donde viene ese estímulo. Con la vista, sí podemos discriminar y resolver dónde está cada uno de los estímulos, pero con el olfato todos entran juntos. Entra el componente A, el componente B, el componente C y cuando alguno de ellos ya no es relevante me conviene bajarle el volumen para dejar el sistema más despejado y listo para percibir otro.
–¿Y el otro mecanismo?
–Es el que propiamente se denomina de aprendizaje. Por ejemplo: uno entra en su propia casa y no siente ningún olor particular. Sin embargo, la casa ajena siempre tiene un olor que percibo. Ese es un mecanismo central: yo entro y automáticamente se cambia el tipo de filtro que voy a poner en mi sistema sensorial y me seteo para este nuevo lugar. Eso deja a uno preparado para el golpe cuando en el lugar en el que tiene que haber un determinado patrón de olores aparece algo distinto. Para un animal eso puede ser una cuestión de vida o muerte.
–¿Qué es un olor?
–Es un conjunto volátil que está en el aire.
–Pero una flor, por ejemplo, ¿qué hace?
–Emite volátiles. Son sustancias que están presentes en el aire. No hay una molécula particular que dé un determinado olor; lo que tiene la flor es un compuesto de olores que puede llegar a tener cientos de componentes. Nosotros vamos aprendiendo a integrar esos cientos de componentes de modo que los reconocemos como pertenecientes a algo en particular. Aprendemos a asignarle una identidad y le ponemos el nombre de una flor en particular, o de una comida...
–Siempre me pregunto cómo se guardan esas cosas.
–Es una pregunta válida y muy difícil, porque depende de cuál sea el tipo de aprendizaje. Si es un aprendizaje asociativo, donde el animal va a aprender que determinada mezcla de olores o determinado olor presenta siempre asociado una recompensa, entonces el olor tiene una representación en el sistema nervioso y la recompensa tiene otra. Como representación, me refiero a determinada sinapsis en determinado lugar donde dos neuronas se juntan; la coincidencia de una vía, que es la que se activa por olor, y otra vía, que es la que se activa por recompensa. Cuando esto ocurre de manera conjunta, entonces hay una asociación. Esta asociación fortalece algún circuito neuronal de modo tal que la siguiente vez, con sólo activar el canal del olor, va a ser suficiente para desencadenar una respuesta arriba-abajo que normalmente se hubiese producido sólo por la activación del canal de la recompensa. Esa memoria, entonces, está guardada en conexiones entre las neuronas. Esos cambios se dieron después de que el animal o el sistema experimentó la activación conjunta de un estímulo condicionado.
–¿Cuál es la unidad de almacenamiento de memoria?
–Lo mínimo a lo que uno puede llegar es una sinapsis. Pero eso no quiere decir que toda una experiencia va a estar albergada en una sinapsis: va a haber cientos de miles de sinapsis involucradas, pero la mínima unidad en la que uno puede llegar a medir un cambio entre antes y después de una experiencia es la sinapsis. Una sinapsis que tenía antes de determinado estímulo una respuesta, ahora después del estímulo tiene otra. Pero no podemos hablar, en ese nivel, de memoria.
–¿Cuántas sinapsis hay?
–Depende del animal, pero millones y millones.
–No es mucho para la cantidad de experiencias que uno tiene que guardar.
–Billones y billones, si prefiere. Pensemos el caso de la abeja. En el cerebro de la abeja hay solamente un millón de neuronas. Pero el número de sinapsis habría que multiplicarlo, por lo menos, por otro millón. Y estamos hablando de un cerebro pequeñísimo.
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