Miércoles, 1 de junio de 2016 | Hoy
CIENCIA › PABLO PENCHASZADEH, DOCTOR EN BIOLOGíA, INVESTIGADOR DE LA BIODIVERSIDAD MARíTIMA
Investigador del Conicet y director de la revista Ciencia Hoy, cuenta los últimos hallazgos en las profundidades del mar Argentino, rescata el legado de los viajeros del siglo XIX y habla de su libro a 50 años de los Bastones Largos.
Por Ignacio Jawtuschenko
Pablo Penchaszadeh es doctor en Biología, investigador superior del Conicet y trabaja en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, donde está al frente de una veintena de investigadores dedicados al estudio de la biodiversidad del mar. Hace poco recibió de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales el premio “Consagración” por su actividad científica excepcional.
Podría decirse que la suya es una vida de búsquedas, en el trabajo científico, su obra como artista plástico, y sus largos exilios. “Hay algo que ciencia y arte tienen en común”, dice. “Tanto el descubrimiento científico como cuando el artista decide que su obra está terminada provocan un momento único, mágico, de una energía tremenda, y ambos tienen la belleza de la imperfección”, sostiene este investigador exiliado durante dos décadas en Venezuela, que aún vive como una llaga aquella Noche de los Bastones Largos, que sufrió siendo estudiante, en 1966. Otra de sus pasiones es la comunicación y la historia del conocimiento, por eso dirige la revista de divulgación científica Ciencia Hoy, donde recibe a Página/12.
–Usted ha estudiado vida y obra de figuras claves para la ciencia como Humboldt, Bonpland y Darvigny. ¿Cuál fue el legado más importante de estos naturalistas del siglo XIX?
–Creo que haber redescubierto Sudamérica, y verla con ojos que nadie había usado antes, para darse cuenta de que estaban ante un lugar con una biodiversidad exuberante, y dejarse deslumbrar por ella. Humboldt anotaba todo, absolutamente todo, y ese detalle es lo que hizo la diferencia con otros científicos de la época.
–¿Cuándo comenzó la exploración en las mayores profundidades submarinas?
–Hasta hace 150 años se creía que no había vida a más de 200 metros de profundidad. Hasta que un día levantaron de su lecho submarino un cable de telégrafo que unía Africa con Europa, y estaba lleno de especies de animales desconocidos. Nosotros, en el mar Argentino, hemos llegado a coleccionar especies de hasta 3500 metros de profundidad. Arrojar una red a más de tres kilómetros de profundidad, para luego sacarla, es una emoción indescriptible. El cable que la lleva tarda unas seis horas en levantarse, y cuando sale, llega a cubierta, y se abre, es un éxtasis parecido a lo que siente un artista cuando termina una obra.
–¿Cuáles son los secretos para lograr los mejores hallazgos en el campo de la biología marina?
–Lo primero es el equipo humano. Conformamos un grupo con jóvenes investigadores, becarios y estudiantes muy entusiasta. El entusiasmo es contagioso y se repotencia con cada descubrimiento que se comparte y festeja. Ellos hicieron conocer grupos desconocidos de animales.
–¿Por ejemplo?
–Los pepinos de mar, unos animales parientes de las estrellas, de gran diversidad, casi todas especies nuevas para la ciencia; también corales, caracoles e infinidad de otros grupos. Los encontramos en la latitud 38 frente a Mar del Plata, en un cañón submarino a 3000 metros de profundidad, dentro de la plataforma argentina, es un lugar sumamente interesante y poco explorado de nuestro territorio. Hemos corrido la frontera del conocimiento del mar Argentino.
–¿Por qué eligieron ese lugar y no fueron, por ejemplo, a la Antártida?
–A la Antártida se la conoce mucho más que lo que tenemos acá enfrente. Nos falta explorar acá cerca. Yo iría a la Antártida, cómo no, pero es lo más estudiado que hay en el planeta, todas las naciones desarrolladas la estudian.
–¿Qué cosas se han descubierto en la Antártida que le llamen la atención?
–Por ejemplo en la Antártida no viven cangrejos. No hay ninguna especie de cangrejo. Entonces la biología se pregunta, por qué será, si en Tierra del Fuego está lleno de especies y en las islas del Atlántico Sur también. Hay varias explicaciones propuestas, que tienen que ver con su fisiología y el frío. Entonces los cangrejos nos interesan porque su eventual presencia podría ser indicadora de, por ejemplo, el cambio climático.
–En los últimos años hubo un impulso a estas áreas, se puso en marcha el proyecto Pampa Azul, el Conicet recuperó un barco para tareas científicas.
–Sí, durante la dictadura, el Conicet había construido el buque científico Puerto Deseado que recién estuvo disponible para trabajar en ciencia hace cuatro años. Yo dirigí esa primera expedición. Preparamos la campaña del Puerto Deseado con una ideología, dar espacio a investigadores de toda institución que quisiera hacer investigación, y el aprovechamiento integral de todo el esfuerzo material y humano, de mover un barco. Antes era más cerrado y preferían tirar de vuelta al mar el material que no usaban, que dárselo por ejemplo a museos, u otros grupos. Eso tenía que cambiar.
–¿En qué consiste el aprovechamiento integral de una campaña científica?
–Una campaña ahora se utiliza para colectar bacterias del fondo, sacar muestras de agua, ver geomorfología submarina, peces en profundidad, estudiar sus parásitos y cada uno de los grupos animales. Es el trabajo fundamental, muchas veces iniciático del investigador del mar.
–Además de investigador, usted dirige Ciencia Hoy, una de las más prestigiosas revistas de divulgación científica.
–Sí, editada por la Asociación Civil Ciencia Hoy, una organización sin fines de lucro dedicada a impulsar la ciencia en el país, desde hace 28 años. La revista sale cada dos meses, vamos por su edición número 148. Ha publicado 1500 artículos siempre originales, de los temas más diversos, desde las llamadas ciencias duras hasta las sociales y humanas. Además de la revista bimestral, ahora publicamos volúmenes temáticos. Comenzamos con uno sobre ciencias del mar. Y ahora entran en imprenta los próximos dedicados a arqueología y otro sobre ciencias agropecuarias.
–¿Cómo describiría el trabajo que hacen en Ciencia Hoy?
–Somos científicos que hacemos que otros científicos se animen a divulgar. Si bien ganamos premios de divulgación, somos amateurs, por eso nos nutrimos del trabajo en equipo. La revista tiene un enraizamiento grande en la comunidad científica. Cuando un artículo llega, se manda primero a dos referatos, a dos pares de la especialidad que nos dicen si los datos y conceptos son correctos. Con eso asegurado, pasa a edición. Lo edita alguien de nosotros que no es de la especialidad. A partir de ahí, hay un feedback con los autores, que muchas veces se enojan porque están tan en su jerga que no entienden que tienen que usar otros términos. Yo les digo a los científicos, no te voy a publicar algo que no entendamos quienes no somos de su especialidad. Nosotros pensamos en lectores que son profesores y en adolescentes. Por lo general los artículos son consecuencia de alguna investigación y un paper científico. Cada vez somos más citados por medios periodísticos, valoran nuestra rigurosidad. Semanas atrás hemos lanzado en convenio con Conicet, Ciencia de los Chicos (CH-icos), una revista inspirada en la brasileña que edita Ciencia Hoje. Había un nicho no cubierto y pensamos que era interesante ayudar a cubrirlo.
–Imagino que discuten todo, ¿cómo hacen para ser para abordar todos los temas, algunos controversiales?
–Somos hoy 14 editores de diferentes áreas del conocimiento. Hemos tratado de bajar el promedio de edad de estos editores y lo hemos conseguido. También conseguimos que las ciencias humanas y sociales entren más a menudo en Ciencia Hoy. La controversia entre nosotros es sumamente apreciada y bienvenida. Nuestras tapas son por consenso, nos encontramos una vez por semana, y si no hay consenso, es por votación. Y los editoriales son por unanimidad, el borrador circula hasta que nadie tenga nada más que decir.
–El próximo 29 de julio se cumplen 50 años de la Noche de los Bastones Largos. Usted acaba de terminar un libro Exactas Exiliada (Eudeba), ¿qué significó en términos históricos y científicos?
–Es muy difícil cuantificar. Porque diez años después fue el golpe que originó la última dictadura, y el efecto se superpuso. Previo al golpe la Triple A ya funcionaba, mi decana fue secuestrada en el año 1975, asesinada en Mar del Plata en 1976. Lo que vino después ya lo conocemos, con 70 desaparecidos solamente de Exactas.
–¿Y usted cómo vivió aquel ataque a la universidad?
–La intervención de las universidades luego del golpe de Onganía tuvo consecuencias nefastas, tremendas en lo personal y en la ciencia. Fue un tremendo quiebre. La Facultad era todo para nosotros. Vino la renuncia y cesantía de profesores y docentes; 1400 docentes, sólo de la UBA, se fueron, unos 400 de Exactas. Y los miles de estudiantes quedaron en banda. La Facultad cerró varios meses, y quedamos en un limbo, no sabíamos si nos íbamos a poder recibir, algunos cruzaban a Montevideo para terminar allá. A mí me faltaba una materia, la di libre con un profesor de los que se quedaron, en una oportunidad que se abrió. Nosotros, los que éramos estudiantes en los 60, el producto de la llamada “edad de oro” de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales fuimos en su gran mayoría vedados de regresar a la Facultad. La historia oficial hace hincapié en los profesores, en los decanos Rolando García, Klimovsky, Sadosky, pero mi generación es la de los borrados de Exactas.
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