Miércoles, 1 de junio de 2016 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Alejandro Rodríguez *
En tan sólo cuatro meses, asistimos a un cambio de época en la que pensar la igualdad se torna cada día más difícil. Hasta no hace mucho, la permanente y sistemática ampliación de derechos nos hacía soñar con la posibilidad de una sociedad más justa tendiente a la igualación de oportunidades para todos. Pero por imperio de la legitimidad que les ha otorgado el voto, quienes detentan el poder institucional de la Argentina dan pasos permanentes hacia la imposición de una hegemonía política que, con la prepotencia del neoliberalismo, pretende cambiar el paradigma que se sostuvo en la Argentina durante los últimos doce años.
La nueva gestión pública ha tomado decisiones de política económica que han alterado el funcionamiento del sector público y privado. La transferencia directa de ingresos desde los sectores populares a los sectores más concentrados de la economía es indiscutible. El camino elegido hacia la baja de la inflación, es la disminución del poder adquisitivo del pueblo y el enfriamiento de la economía. El endeudamiento nacional pareciera ser la única receta y produce consecuencias devastadoras. Un sector tan sensible como el de las universidades públicas, está siendo víctima de reducción de presupuesto y de un brutal aumento de servicios, que resalta el poco respeto a su historia o al determinante rol social que representan. Pero pareciera ser que el gobierno no tiene entre sus prioridades respetar la historia y el aporte de numerosas instituciones que son los pilares de la democracia argentina.
El amedrentamiento constante hacia los Clubes de Barrio es intolerable. El tarifazo indiscriminado se les hará imposible de sostener “a las cansadas, esmeradas y notables espaldas de nuestros clubes” (Juan Perón). Por otra parte, asistimos a una remake de las Sociedades Anónimas Deportivas, un nuevo zarpazo a las instituciones que representan el primer eslabón de la cadena de la inclusión y la integración a través del Deporte.
El proyecto de privatización de los Clubes impulsado por el entonces Presidente de Boca y hoy relanzado por el presidente de la Nación, comienza por la tramposa enunciación de que “sólo estarán alcanzados aquellos que quieran hacerlo, que nadie estará obligado”. Una enorme falacia. Bastaría con hacer el sencillo ejercicio intelectual de pensar el destino de aquellos clubes que decidan permanecer en manos de sus socios. Así no será difícil imaginar la situación de orfandad en la que deberán desarrollarse, respecto de un Estado que privilegiará a quienes acompañen su acometida.
Cabría hacernos una pregunta: ¿Por qué debemos asumir que las Sociedades Anónimas son más transparentes que las Asociaciones Civiles sin fines de lucro? ¿Por qué razón empresarios o grupos económicos concentrados podrían administrar amor y pasión, de un modo más “eficiente” que los dirigentes deportivos electos por el voto de los socios? Los Clubes de Barrio centenarios se cuentan por miles, pero nos sobrarían los dedos de una mano para contar las Sociedades Anónimas de nuestro país que alcancen los cien años.
Hasta la llegada del gobierno de Perón el Sistema Deportivo Argentino se basó casi con exclusividad en los clubes y éstos funcionaban de manera anarquizada, sin ningún tipo de ayuda estatal. Su decisión política marcó un cambio de paradigma en la relación del Estado con el Deporte Argentino. Según su aguda visión de estadista, los clubes se encontraban dentro de lo que definió como las Organizaciones Libres del Pueblo, cuya función estatal es el apoyo y la financiación.
Estas organizaciones tenían por objetivo la defensa del pueblo trabajando conjuntamente con el Estado y donde sus miembros (sociedad civil) debían organizarse desde la individualidad a la colectividad buscando el bienestar común. Esto es desde abajo hacia arriba, desde la sociedad misma y no desde el Estado a la sociedad, como en los Estados Fascistas.
Los clubes han sido parte constitutiva y fundamental de la construcción de nuestra identidad nacional, han sido ejemplo de democracia aún en épocas de dictadura. En ellos nunca se guardaron las urnas y se siguió eligiendo a sus representantes a través del voto de los socios. Asimismo, fueron los dirigentes deportivos quienes le pusieron el cuerpo en los ‘90 y durante el estallido de la crisis del 2001 brindando un servicio social a nuestro pueblo ante la ausencia total del Estado. Es flagrantemente injusto que, por la prepotencia del dinero, el mercado pretenda adueñarse de la historia, de los sueños, de los éxitos y fracasos, de la identidad y los colores de cualquier Club de la Argentina.
Desde el Observatorio Social y Económico del Deporte, perteneciente a la Confederación Argentina del Deporte (CAD), nos constituiremos en custodios permanentes para que no se traicione la voluntad de los socios y para que ningún dirigente deportivo desconozca el mandato de quienes son el sostén de los clubes desde su fundación. Nuestro compromiso deberá ser cambiarle el final a la entrañable y a la vez dolorosa “Luna de Avellaneda”.
En esta convulsionada realidad no hay lugar para los tibios, hay que tomar y fijar posición. La pregunta que debemos hacernos es si asistiremos impávidos al cambio o si, por el contrario, decidiremos operar sobre una realidad que le es cada vez más adversa al campo nacional y popular. La respuesta no puede ser otra que constituirnos en artífices de una oposición inteligente, que se rebele y no acepte la imposición del determinismo neoliberal, ejerciendo la “ética de la responsabilidad” por aquello de que “hay que resistir al mal aún con la fuerza, porque de lo contrario seremos responsables de su triunfo”.
* Presidente del Observatorio Social y Económico del Deporte.
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