CIENCIA › DIáLOGO CON EDNA MULERAS, INVESTIGADORA DEL CONICET Y DEL INSTITUTO GINO GERMANI DE LA UBA

Un estudio sobre las promesas a San Cayetano

A días de la celebración anual del santo patrono de los trabajadores, Edna Muleras explica por qué es un termómetro de la situación social y describe las diferentes nociones de justicia social.

 Por Ignacio Jawtuschenko

“San Cayetano es un laboratorio interesante para estudiar los argumentos de justificación moral del desempleo”, dice Edna Muleras, investigadora del Conicet y del instituto Gino Germani de la UBA, que explora las ideas y creencias de los devotos que cada 7 de agosto se congregan el día de San Cayetano. Desde hace años Muleras estudia cómo se explican lo que les pasa. En el prestigioso Instituto Gino Germani dirige un equipo de investigación y como un buzo se sumerge entre ostras buscando perlas, intentando descubrir qué idea de justicia social anida en las cabezas de los trabajadores que piden “pan y trabajo” al santo. “Frente a las dificultades actuales, hay un relato que intenta reinstalar el por algo será, algo habrá hecho, propia de los tiempos de la dictadura”, dice a Página/12.

–¿Cuál es el interés por lo que pasa en el iglesia de San Cayetano?

–Es que a excepción de los espectáculos futbolísticos, no abundan las manifestaciones culturales de la clase trabajadora de carácter multitudinario, sistemático y recurrente. Una de ellas, sin duda, es la del santo del trabajo. Nos interesa captar cómo se explican las propias condiciones de vida,y como lo describen. Por qué les pasa lo que les pasa y en el plano moral como juzgan sus propias condiciones de vida.

–En los años 90 iban multitudes a la iglesia en el barrio porteño de Liniers.

–En esos años contabilizamos aproximadamente 70 mil personas por día haciendo largas colas para “renovar su promesa” al santo. Se estaba produciendo en ese entonces una profunda reestructuración social, a partir de la caída significativa de las actividades productivas industriales, el consecuente incremento de la desocupación.

–¿Qué podrá observarse este 7 de agosto?

–Sin ánimo de realizar predicciones, se vislumbran ciertos puntos de contacto entre las políticas económicas de entonces y las actuales, y podemos esperar efectos análogos en la transformación de la estructura social. En tal sentido, no me sorprendería que el proceso del santuario de Liniers vuelva a cobrar centralidad, operando como una especie de termómetro de la situación social, cultural y política de la clase trabajadora.

–¿Ir al santuario es una forma de enfrentar la adversidad?

–Sí, con las armas que provee una concepción sacralizada del mundo, en la que se atribuye al orden divino, trascendente a lo humano, el poder de incidir en la vida mundana y terrenal.

–¿Las promesas a San Cayetano son un vehículo que unen lo terrenal con lo divino?

–La promesa se formula a través de la intercesión de San Cayetano, y tiene carácter instrumental. La súplica indica la existencia de un padecimiento, una necesidad que puede ser resuelta con la intervención de un orden superior. El carácter de la promesa es circular: toda petición concedida obliga a una retribución. Creyente que recibe, contrae una deuda de por vida con la divinidad, pues para que el santo conceda, previamente hay que ofrendar. Se trata de un intercambio sin fecha de término. La participación frecuente y de larga data de los devotos reconfirma el vínculo de dependencia respecto del orden divino. Los devotos de San Cayetano son “santodependientes” en distintos grados de intensidad.

–¿Se cree en una justicia divina que puede equilibrar las injusticias sociales terrenales?

–Las peticiones se conceden no sólo por la fe, sino a condición de un comportamiento personal meritorio de la retribución. El individuo, a través de su libre albedrío decide y elige conscientemente cómo actúa en la vida. Dios, como Juez Supremo, evalúa el comportamiento de cada quien y, más tarde o más temprano, premia o castiga según corresponda. Los creyentes conciben la realidad social como resultante de la imbricación de un orden trascendente sacralizado y un orden humano en el que prima una concepción meritocrática de responsabilidad individual.

–Cada uno por su lado, y no observándose como colectivo…

–Efectivamente.

–¿Cómo forjan en este caso su idea acerca de lo que es justo o injusto?

–Entendamos que la visión del mundo, la idea de justicia social no es algo natural, no es innata, ni está en la biología de la especie humana. Es un producto, resultado de un largo proceso educativo. Precisamente tratamos de analizar qué factores propician este tipo de concepción de justicia retributiva meritocrática.

–Hoy se habla mucho de meritocracia.

–Si yo me comporto respetando un orden normativo legitimado socialmente, necesariamente voy a tener una retribución positiva, un premio a mi conducta. Por el contrario si lo transgredo, voy a recibir el castigo correspondiente. Entonces, en quien es castigado se infiere una falta, y en quien es premiado se infiere una recompensa. En ese marco es posible reconocer la función social del aplazo escolar, instalado a muy temprana edad, y la del despido laboral. Se trata de herramientas sumamente eficaces en la puesta en marcha de mecanismos de responsabilización exclusiva del individuo afectado por la situación: la víctima se presenta como individualmente responsable de lo que le pasa, reforzando la plena articulación entre justicia retributiva y responsabilidad individual. Ni hablar de los efectos devastadores que la estigmatización del afectado produce en su autoestima y en la confianza en sí mismo: cuanto más temprana, más dañina en el plano emocional. Hay un común denominador entre el despido masivo y abrupto de miles de trabajadores impulsado por el gobierno de Mauricio Macri –bajo la acusación de “ineficientes”, “inútiles” o directamente “ñoquis”– y la reinstalación del aplazo por “mal desempeño” escolar en el régimen de calificación de la educación pública de nivel primario de la provincia de Buenos Aires. Ambos se justifican como sanciones sociales necesarias al comportamiento individual “incorrecto”. Aceptar o no esta justificación depende del grado de penetración de una concepción de justicia retributiva meritocrática en la población.

–Si alguien la pasa mal, por algo será…o algo habrá hecho.

–Exactamente. Cuando predomina esta construcción de la justicia retributiva que pone el acento en la adecuación o transgresión del orden normativo, el bienestar o la adversidad también pueden ser leídas como la expresión de la sanción social necesaria a sus actos.

–¿Esta idea de justicia retributiva logra operar como justificación de desigualdades? ¿Dónde está la conciencia?

–Para poder explicar su propia situación de vida, cada uno tiene una imagen de sí mismo y de cómo funciona el orden social. Por ejemplo, una cosa es pensar que la sociedad son individuos, atomizados, donde lo que yo hago es independiente de lo que haga el vecino o el Estado, y otra cosa es entender que el orden social está constituido por relaciones. Entonces el accionar no se explica solo por la decisión individual, sino también por las condiciones que impone el grupo de pertenencia y a su vez la situación de este grupo de pertenencia tiene que ver con su relación con otros grupos sociales. Los datos que obtuvimos correspondientes a trabajadores afectados por las políticas neoliberales, indican que gran parte atribuye a su responsabilidad, las propias condiciones sociales de vida. Esto es porque la concepción meritocrática de responsabilidad individual contribuye a tornar inobservado el papel de “lo social”, de la historia, de las relaciones sociales inter clases, en la configuración de la situación social de vida de cada quien. El propio comportamiento es juzgado sin sociedad y sin historia. Pero pudimos observar que la conciencia moral de los trabajadores no se reduce exclusivamente a una concepción retributiva meritocrática. Esta coexiste con otra noción de justicia, la de justicia distributiva. En ella, el valor fundamental a preservar ya no es la retribución al comportamiento sino la equidad entre los seres humanos y sus grupos sociales de pertenencia. Hay aproximadamente un 20 por ciento que observa que a pesar del esfuerzo realizado la retribución no llega, son conscientes que la justicia retributiva no existe. Y solo un 5 por ciento tiene alguna noción distributiva de justicia.

–¿Pudieron comparar qué pasa con otros colectivos de trabajadores?

–Años atrás hemos comparado a los devotos de San Cayetano con trabajadores de la industria de procesamiento de pescado de Mar del Plata. En común tienen que son trabajadores, que fueron severamente afectados por las políticas neoliberales de los años ‘90 y se distinguen por el comportamiento que asumieron para enfrentar la adversidad. Mientras los procesadores de pescado protagonizaron una serie de protestas y luchas sindicales entre 1997 y 2002, los trabajadores devotos de San Cayetano enfrentaron la amenaza de desocupación con las armas que provee una visión sacralizada del mundo, implorando la protección del santo del trabajo. Ambos describen su situación de vida como precaria y frágil. Pero unos asumieron un comportamiento activo y político, los otros se replegaron en un comportamiento de carácter religioso. En unos y otros hay etapas y grados de conciencia diversos en la reflexión respecto a lo que les pasa. En los trabajadores marplatenses la atribución de lo que les pasa al contexto social, alcanza el 16 por ciento y la observación de justicia retributiva es del 14 por ciento. Sumados, más de un 30 por ciento de los trabajadores pone en crisis la noción de justicia retributiva.

–Cortar una calle es una demostración de fuerza, ir a San Cayetano no.

–Claro, están subordinados a un orden trascendente al humano, en cambio en los trabajadores que protestan hay una conciencia de que la acción humana, en mayor medida, tiene un valor para la transformación.

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Edna Muleras estudia cómo se explican los devotos al patrono del trabajo la situación por la que pasan.
Imagen: Rafael Yohai
 
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