Miércoles, 3 de agosto de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Ernesto López *
Los diarios me informaron que había muerto Raimundo Ongaro. Fugaces memorias me asaltaron de repente. Recordé nítida la emoción que sentí cuando entré por primera vez a la sede de la CGT de los Argentinos. (Corría el año 1969 y yo era un joven estudiante). Se me aparecieron también en caprichoso orden, imágenes del Cordobazo y de la sala del sindicato de Farmacia, que encabezaba Jorge Di Pasquale -un firme ladero de Ongaro en la CGTA- en la que se reunía una comisión de apoyo a los presos políticos de aquella época. (Modestamente atendíamos con el Canca Gullo esa actividad, desde la no menos modesta agrupación estudiantil Carta Abierta, que algunos obstinados persistimos en denominar “la auténtica”). Mi flash interior pasó rápidamente también por el honroso Programa del 1ª de Mayo y recaló finalmente en el mítico periódico de aquella CGT, que supo dirigir Rodolfo Walsh. (Muchos años después tuve la honra de coordinar una antología de notas de ese diario, que fue editada conjuntamente por la Universidad Nacional de Quilmes y Página/12). Solo el pueblo salvará al pueblo rememoré al borde de la lágrima, aquel viejo lema que no por azar anidó luego en algunas temáticas de la música nacional.
Se nos fue un módico titán. Fue un referente en un tiempo de gestaciones. Fue humilde y generoso. Fue un luchador. Falleció en su vieja casa de Los Polvorines, no en Barrio Norte.
A mí se me estrujó el corazón.
* Sociólogo.
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