Miércoles, 3 de agosto de 2016 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Roberto Samar plantea que las redes sociales digitales crean la ilusión de la diversidad mientras nos homogeneizamos como consumidores, pero invita a usar la tecnología para desarrollar discursos inclusivos.
Por Roberto Samar *
Desde Neuquén
Según el vicepresidente para América latina de la red social Twitter, Guilherme Ribenboim, “en la Argentina ya tenemos 11,8 millones de usuarios de Twitter”. Paralelamente, en el 2014 Facebook anunciaba que en la Argentina hay 24 millones de usuarios activos.
¿Qué efectos tiene esta penetración?
Producimos y compartimos mensajes. Ampliamos nuestra cantidad de “amigos” y de “seguidores”. Sentimos que estamos conectados con cientos o miles de personas. Con múltiples puntos de vista; que crecemos en la diversidad. Sin embargo tendemos a comunicarnos y vernos entre quienes tienen gustos parecidos. Con la ilusión de la diversidad, nos homogenizamos como consumidores.
Como sostiene el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, “cuando uno camina por la calle no puede evitar encontrarse con la diversidad de las personas. Uno debe negociar la cohabitación con esa gente de distinto color de piel, de diferentes religiones, diferentes idiomas. No se puede evitar. Pero sí se puede esquivar en Internet. Ahí hay una solución mágica a nuestros problemas. Uno oprime el botón ‘borrar’ y las sensaciones desagradables desaparecen.”
En ese sentido, para Bauman “entre los daños más analizados y teóricamente más nocivos de la vida online están la dispersión de la atención, el deterioro de la capacidad de escuchar y de la facultad de comprender, que llevan al empobrecimiento de la capacidad de dialogar, una forma de comunicación de vital importancia en el mundo offline”.
Desde ese punto de vista la superficialidad de los mensajes nos impide entender la complejidad de los problemas. Noticias de impacto, con golpes de efecto sintetizadas en pocos caracteres nos atraviesan.
Mientras reproducimos lo sensacional, olvidamos chequear las fuentes de información. Muchas veces fortaleciendo las confusiones, y generando más desinformación y violencia.
La estigmatización de grupos históricamente vulnerados y el odio son lugares comunes que se viralizan con las nuevas tecnologías: “Chile es mierda”, “Ladrones y escorias” y “Putos de Mierda” son grupos presentes en Facebook. Imágenes en jpg con falsos subsidios a personas detenidas o pobres, supuestas estadísticas de embarazos adolescentes, chistes homofóbicos, mujeres cosificadas, son discursos que refuerzan miradas dominantes y discriminatorias.
En varias oportunidades, esta forma de comunicación, superficial y de impacto, apela a imaginarios colectivos que terminan aumentando la confusión y los prejuicios. En consecuencia, se profundiza la fragmentación social y por ende la violencia.
Paralelamente las mismas redes nos permiten romper el cerco informativo de los medios hegemónicos e instalar otras agendas: La campaña “ni una menos” se viralizó en el Twitter, la represión de Gendarmería a la murga en la Villa 1-11-14 del Bajo Flores no se hubiera visibilizado sin las redes o bien el proyecto comunicacional “La García”, que dirige la periodista Cynthia García, donde se busca construir una agenda informativa tuvo coberturas con más de un millón de visualizaciones.
Según Michel Serres en el libro Pulgarcita, “por primera vez en la historia, se puede oír la voz de todos. La palabra humana zumba por el espacio y el tiempo”.
Como ciudadanos deberíamos continuar apropiándonos de estas redes, usar la tecnología para desarrollar discursos inclusivos y visibilizar una agenda que responda a los intereses de los pueblos. Pero no debemos perder de vista que estas redes son desarrolladas por empresas que pueden condicionar nuestros mensajes. Asimismo, el tipo de relato emotivo, visual y breve que nos permiten desarrollar también incidirá en nuestra forma de ver el mundo.
* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Docente de Comunicación Social y Seguridad Ciudadana, UNRN.
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