Viernes, 16 de mayo de 2008 | Hoy
Por Boaventura de Sousa Santos *
Conocido hace tiempo por los que estudian la cuestión alimentaria, el escándalo finalmente estalló en la opinión pública: la sustitución de la agricultura familiar, campesina, orientada a la autosuficiencia alimentaria y a los mercados locales, por la gran agroindustria, orientada al monocultivo de productos de exportación (flores, soja, etc.), lejos de resolver el problema de la alimentación mundial, lo agrava. Habiendo prometido erradicar el hambre del mundo en veinte años, hoy nos enfrentamos con una situación peor de la que existía hace cuatro décadas. Cerca de un sexto de la humanidad pasa hambre: según el Banco Mundial, 33 países están al borde de una crisis alimentaria grave; aun en los países más desarrollados los bancos de alimentos están por perder sus reservas; y volvieron las revueltas del hambre, que en algunos países ya causaron muertes. Mientras tanto, la ayuda alimentaria de la ONU hoy está comprando a 780 dólares la tonelada de alimentos que en marzo pasado compraba a 460 dólares.
La opinión pública está siendo sistemáticamente desinformada sobre este tema para que no se dé cuenta de lo que está pasando. Es que lo que está pasando es explosivo y puede ser resumido del siguiente modo: el hambre del mundo es la nueva gran fuente de lucro del gran capital financiero, y sus ganancias aumentan en la misma proporción que el hambre.
El hambre en el mundo no es un fenómeno nuevo. Desde la Edad Media hasta el siglo XIX fueron famosas en Europa las revueltas del hambre (con el saqueo de comerciantes y la imposición de la distribución gratuita del pan). Lo que es nuevo en el hambre del siglo XXI son sus causas y el modo en que las principales son ocultadas. A la opinión pública se le ha informado que el hambre está ligado a la escasez de productos agrícolas, y que ésta se debe a las malas cosechas provocadas por el calentamiento global y las alteraciones climáticas; al aumento del consumo de cereales en la India y en China; al incremento de los costos de los transportes debido a la suba del petróleo; a la creciente reserva de tierras agrícolas para producir agrocombustibles. Todas estas causas han contribuido al problema, pero no son suficientes para explicar que el precio de la tonelada de arroz se haya triplicado desde el inicio de 2007.
Estos aumentos especulativos, como los del precio del petróleo, son el resultado de que el capital financiero (bancos, fondos de pensiones, fondos hedge de alto riesgo y rendimiento) ha comenzado a invertir fuertemente en los mercados internacionales de productos agrícolas, tras la crisis de la inversión en el sector inmobiliario. En articulación con las grandes empresas que controlan el mercado de semillas y la distribución mundial de cereales, el capital financiero invierte en el mercado de futuros con la expectativa de que los precios continuarán subiendo y, al hacerlo, se refuerza esa expectativa. Cuanto más altos sean los precios, más hambre habrá en el mundo, mayores serán las ganancias de las empresas y los retornos de las inversiones financieras. En los últimos meses, los meses en que aumentó el hambre, las ganancias de la mayor empresa de semillas y cereales aumentaron un 83 por ciento. O sea, el hambre de lucro de Cargill se alimenta del hambre de millones de seres humanos.
El escándalo del enriquecimiento de algunos a costa del hambre y la subnutrición de millones ya no puede ser disfrazado con “generosas” ayudas alimentarias. Tales ayudas son un fraude que encubre otro mayor: las políticas económicas neoliberales que hace treinta años vienen forzando a los países del Tercer Mundo a dejar de elaborar los productos agrícolas necesarios para alimentar a sus propias poblaciones y a concentrarse en productos de exportación, con los cuales ganarán divisas que les permitirán importar productos agrícolas... de los países más desarrollados. Quien tenga dudas sobre este fraude, que compare la reciente “generosidad” de los Estados Unidos en la ayuda alimentaria con su consistente voto en la ONU contra el derecho a la alimentación reconocido por todos los demás países.
El terrorismo fue el primer gran aviso de que no se puede continuar impunemente con la destrucción o el robo de la riqueza de algunos países para beneficio exclusivo de un pequeño grupo de países más poderosos. El hambre y la revuelta que acarrea parecen ser el segundo aviso. Para responder eficazmente será necesario poner fin a la globalización neoliberal tal como la conocemos. El capitalismo global debe volver a sujetarse a reglas que no sean las que él mismo establece para su beneficio. Debe exigirse una moratoria inmediata en las negociaciones sobre productos agrícolas en curso en la Organización Mundial del Comercio. Los ciudadanos tienen que comenzar a privilegiar los mercados locales, a rechazar en los supermercados los productos que vienen de lejos, a exigir del Estado y de los municipios la creación de incentivos a la producción agrícola local, a exigir que las agencias nacionales de seguridad alimentaria, donde las haya, entiendan que la agricultura y la alimentación industriales no son el remedio contra la inseguridad alimentaria. Bien por el contrario, son su causa.
* Doctor en Sociología, catedrático de las universidades de Coimbra (Portugal) y de Wisconsin (EE.UU.).
Traducción: Javier Lorca.
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