CONTRATAPA
Manija
Por Antonio Dal Masetto
Buscando alguna idea para capear la malaria, le hago una visita a mi viejo amigo Mortifero, experto en actividades comerciales heterodoxas. Lo conocí cuando se dedicaba a vender pintura colonial latinoamericana; su casa siempre estaba llena de óleos auténticos del siglo XVIII y XIX, que sin embargo todavía se encontraban en proceso de secado. Le pregunto cómo andan sus cosas y me contesta que muy bien, excelente, en lo comercial y especialmente en lo creativo.
–¿Cuál es el secreto esta vez?
–Simple: me acordé que cuando voltearon el Muro de Berlín la gente se desesperaba por tener un pedazo de ladrillo, y entonces pensé que con nuestras catástrofes económicas, los cinco presidentes en pocos días, la cesación de pago, las idas y vueltas con la banca internacional, la mishiadura colosal, este país se convirtió en una curiosidad para el mundo entero, que nos miran con atención desde todas partes esperando el momento en que desaparezcamos y seguramente muchos querrán comprarse un souvenir antes de que esto no exista más. Así que me propuse vender historia argentina.
–¿De qué tipo?
–Esa fue justamente la pregunta que me hice: ¿Qué poseo que pueda ser vendido?
–¿Qué poseías?
–Tuve como una iluminación y en mi mente apareció la imagen de la manija de una puerta. Quité una manija de la puerta del living, le saqué una foto y me senté a escribir su historia. Se la atribuí a la casa de don Carlos Gardel, a la puerta de la sala de música donde ensayaba. Conté con tono poético cómo durante años su mano viril, leal y amiga se había posado sobre ese bronce. Condimenté el relato con anécdotas, con nombres femeninos, con varios dramas pasionales, con la discusión entre El Zorzal Criollo y Razzano, que terminó en un portazo. De todo fue testigo la manija. En total fueron 60 jugosas líneas, con un remate de lujo. Armé un sitio en Internet y lancé la oferta de mi producto a la red, al mejor postor. En tres días aparecieron 216 interesados. La mayoría, de Estados Unidos y de Alemania. A los nuevos ricos les encanta coleccionar historia. Embolsé 250 dólares. Puse en venta otra manija. Esta vez de la puerta del dormitorio de Victoria Ocampo. Escribí una preciosa presentación, sazonada con algunos detalles picantes y copiándole un poco el estilo a la distinguida señora. Saqué 600 dólares. Y ya no paré. Seguí en la línea de las manijas hasta que se me terminaron, quedó sólo la de la puerta de calle. Probé con un viejo facón que había pertenecido a Juan Cruz, leal compañero de Martín Fierro. Negocio redondo. A partir de ahí me mandé con tenedores, manteles, un molinillo de café, un rompenueces, un sacacorchos, copas, la cadena del baño, la chapa con el número de la casa, seis soldaditos de plomo (de la mesa de arena del Gral. Roca), las cuerdas de la guitarra de Santos Vega, una trampera para ratones, la lanzadera del telar de la madre de Sarmiento, la flor de la ducha de Regina Pacelli de Alvear. Cuando se me terminaron los souvenirs recurrí a los vecinos, que como todo el mundo estaban y están penando con la malaria. Y ya que las manijas fueron el souvenir inicial de mi actividad, empecé a comprarle las manijas de sus puertas. Ahora no pasa día sin que me traigan algo. Yo no le hago asco a nada. Botas, zapatos de charol, frascos de gomina Brancato, sifones, polveras, plumas de ganso con sus correspondientes tinteros. Te aclaro que ninguna pieza sale de esta casa sin su certificado de autenticidad. Vendí, una por una, las teclas de un piano. Cada tecla con su historia. La lista de los tangueros que las acariciaron, de Cobián para atrás y para adelante, es larguísima. Vendí, uno por uno, los caireles de una araña bajo cuya luz pronunció un discurso el Gral. Mitre antes de fundar La Nación y más tarde Malena cantó el tango como ninguna. Para estimular la imaginación me conseguí varias colecciones de enciclopedias. La clave de este negocio son los textos. Me salen cada vez mejor. Manejo el estilo y los tiempos a la perfección. Una vez que elegí el personaje, la cosa va sola. Biografía, algunas viñetas simpáticas, drama, pasión, un poco de suspenso, heroísmo, y un final que puede ser feliz o trágico, aunque enfatizando lo segundo, y en ambos casos siempre a toda orquesta. Deseché el humor porque me di cuenta de que en este terreno no rinde, vende poco. Más adelante tengo pensado ordenar las narraciones y editar mis obras completas. Las voy a vender por Internet. No quiero fanfarronear, pero me sospecho que acabo de inaugurar un nuevo género literario. ¿Qué te quedaste pensando?
–Que en mi casa hay 8 puertas, lo cual significaría un capital de arranque de 16 manijas. En cuanto a los textos de presentación, creo que me la podría rebuscar. ¿Te molestaría mucho si un día de éstos en la red te toparas con un discípulo y competidor?