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Dudas, deudas y dólares
Por Julio Nudler
Si el gobierno de Eduardo Duhalde consiguiera finalmente firmar algún mínimo acuerdo con el FMI, habría una consecuencia segura: todos los vencimientos con el Fondo, el Banco Mundial y el BID que caen durante el resto de su mandato se trasladarían, de una forma u otra, al calendario de pagos del gobierno que surgirá de las elecciones. Mucho menos seguro es que, junto con las deudas, Duhalde le deje a su sucesor los dólares con los que pagarlas, ya que es probable que, resuelto con el acuerdo el apuro inmediato, se relaje el control de cambios y de capitales, que recién en las últimas semanas ganó en rigor.
Visto el asunto desde el lado de los acreedores, multilaterales y privados, ¿con qué se supone que puede pagar la Argentina? La única respuesta es: con exportaciones. Es decir, generando divisas que, luego de cubrir las necesidades de importación, sirvan para terminar con el estado de default. Lo ocurrido en estos tres primeros trimestres de 2002 es la peor combinación posible: cesación de pagos por un lado, amplio superávit comercial por el otro (reflejando la miseria de la demanda interna) y permanente fuga de capitales como colofón.
Esa fuga no reduce la deuda: solo la torna más impagable hacia futuro. Quizás haya que reparar en que no corre más el cómodo mecanismo de contraer nueva deuda para cancelar la vieja, y de modo tal que el endeudamiento sea siempre creciente. Todo lo que la Argentina puede hacer en la realidad presente es obtener de sus acreedores los mejores términos posibles (quita de capital, poda de intereses, período de gracia) y administrar cuidadosamente los dólares que genera. Es cierto que exporta mucho menos que Malasia y debe mucho más: tanto peor para sus acreedores.
Desde diciembre (corralito, default, devaluación, pesificación) la demanda de consumo y de inversión se hundió, pero la capacidad productiva y comercial de los sectores que producen para la exportación no sufrió en la misma medida. Por tanto, la solvencia del país en algún sentido aumentó en lugar de resentirse, sobre todo a medida que el fisco nacional encontró la manera de pescar a río revuelto, capturando beneficios de la depreciación del peso al no reconocerles nada de la inflación a los empleados públicos.
En esencia, cuanto mayor sea la “holgura” fiscal, menor será el problema monetario ocasionado por la compra de reservas y su utilización (la del flujo, no la del stock) para cancelar pasivos que no puedan evitarse. Sería una manera de darle algún sentido al sacrificio. Pero el control de capitales, que en la coyuntura aparece como un instrumento excepcional, vinculado a la cotización del dólar y a la deuda, tal vez pase a ser parte del escenario durante años. Si los lugares donde abundan capitales no los envían hacia esta parte del mundo, no será posible mantener abierta una puerta por la que todos salen y nadie entra. Esto mismo lo piensan en el FMI: suponen que su plata no servirá porque no habrá dinero privado que se sienta inducido a seguirla camino al Sur.