CONTRATAPA

Calesita

 Por Antonio Dal Masetto

Esta noche en el bar el tema son los jueces corruptos. De tanto en tanto, los medios anuncian que un juez fue pescado con las manos metidas en la masa hasta los codos, hay denuncias y más denuncias y se inicia un juicio, el caso suscita algo de revuelo durante un tiempo, finalmente el runrún se va apagando, termina en el olvido, acá no ha pasado nada y el juez sigue alegremente en sus funciones. ¿Qué está pasando, muchachos? Pide la palabra el parroquiano Lorenzo.
–Si me permiten, quisiera explayarme un par de minutos sobre la liebre de mar (aplisia). En un género de moluscos gasterópodos opistobranquios, de la familia de los aplísidos, hermafrodita, aunque se necesitan dos individuos para procrear. Se les atribuyeron poderes mágicos. Los pescadores italianos creen que el líquido maloliente segregado por algunas de las especies hace caer el pelo y los antiguos lo estimaban venenoso. Domiciano fue acusado de haber envenenado con él a su hermano Tito. La liebre de mar tiene forma alargada, el sexo masculino se encuentra en el extremo delantero y el femenino en el extremo trasero. Me imagino que se estarán preguntando qué tiene que ver la liebre de mar con el tema de los jueces.
–Efectivamente –decimos todos.
–Dos liebres de mar se encuentran y se acoplan, una cumpliendo el rol femenino y la otra el masculino. Luego viene una tercera liebre de mar y se acopla a la segunda, que sigue acoplada a la primera. Aparece una cuarta, una quinta y así van formando una larga cadena que en algún momento podrá convertirse en un circuito cerrado cuando la primera liebre de mar se acople, mediante su órgano masculino, a la última de la fila que le estará ofreciendo su órgano femenino. Con esta imagen dándome vueltas por la cabeza, me acordé de los jueces. Ahora seguramente se estarán preguntando qué extraño mecanismo asociativo me llevó a ligar el comportamiento de las liebres de mar con la función de los señores encargados de administrar Justicia.
–Así es –decimos todos.
–Tomemos a un juez cualquiera, vamos a llamarlo Pizarro. A este magistrado le toca hacerse cargo de la causa que enjuicia a otro magistrado. El enjuiciado, llamémoslo Carcassone, rápidamente, para equilibrar la balanza demostrando que es un hombre imparcial que no se casa con nadie, saca a relucir un juicio contra el juez Rodríguez. Rodríguez, por razones similares, prolonga la cadena, que ya no se detendrá. No es difícil seguir agregándole eslabones. No digo que todos los jueces sean delincuentes, pero hay muchísimos que tienen los calzones sucios, así que es cuestión de tirarle el lazo al que se tenga más a mano. Y así, finalmente, después de andar y andar, el círculo en algún momento se cierra, volviendo a Pizarro que es juzgado a su vez por el último de la fila. El juez Pizarro, cuando se entera de que hay un juicio contra él acosándolo por la retaguardia, inicia una doble investigación. Una hacia adelante y otra hacia atrás. Comprueba que, yendo en un sentido o en otro, el circuito desemboca en él. Entonces afloja la mordida sobre el juez Carcassone. Este a su vez afloja la mordida sobre el juez Rodríguez. El juez Rodríguez hace lo propio con su candidato. Y así la bola va rodando y rodando y, cada vez que regresa al punto de partida, el juez Pizarro pone a circular una nueva demostración de buenas intenciones y en media docena de vueltas quedan todos inmaculados como novicias que acaban de salir de comulgar. ¿Empiezan a ver la relación con la liebre de mar?
–No estamos seguros de haber entendido adecuadamente –decimos los demás parroquianos–. ¿Acaso está insinuando una especie de hermafroditismo jurídico?
–No me pongan en aprietos. Yo lo único que insinué es la presencia de una calesita similar a la de las liebres de mar. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que éstas se embarazan unas a otras. Pero en cuanto a losjueces, no sé, habría que detenerse a profundizar sobre las posibles implicancias reproductivas de la cosa.

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