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Apagar o a pagar
Por Sandra Russo
¿Apagar o a pagar? Vaya sospecha. Vaya salvedad que todo el mundo se vio obligado a hacer después de este curso intensivo de argentinidad que estamos haciendo desde hace un año. Quién sabe, a veces la realidad es menos conspirativa de lo que parece. Tal vez la temida mano negra no haya sido más que una mano ausente, una mano que dejó de estar donde tenía que estar, para detectar o reparar o mantener en forma a un vulgar transformador. Pero aun así, aun creyendo la versión de que esa mano negra lo que tuvo de negro es la ausencia, medio país a oscuras lo que dice es: “Atenti”. Y el hecho se presta a analizar qué tipo de calamidades y qué tipo de desastres se puede prever en un país de manos ausentes, en un país sin mantenimiento, en un país en el que las inversiones se hacían solamente cuando los usuarios las pagaban de antemano. Y sobre todo en un país que aceptó durante años semejante disparate, que acató sin chistar esa versión burda del capitalismo según la cual el capital sólo tiene por objeto concentrarse y retroalimentarse, nunca arriesgar.
Ahora que se han puesto de moda los secuestros extorsivos y se han espaciado los asaltos con rehenes, venimos a advertir que somos treinta y pico de millones los rehenes de una trampa que tiene a las empresas privatizadas de servicios como los dueños del mango de la sartén. El argumento sería éste: el apagón del domingo fue un accidente con suerte. La suerte es que empezó media hora antes y terminó media hora después del partido Boca-Independiente, con lo cual las circunstancias fueron altamente favorables para aleccionar a la población sobre las temibles consecuencias de la falta de mantenimiento en puntos estratégicos para los servicios esenciales. Fue, en rigor, un accidente no sólo con suerte a secas, sino con muchísima suerte. La verdad, fue perfecto. No arrojó víctimas fatales sino apenas víctimas emocionales, lo cual es muy útil para elaborar el trauma a futuro.
A las cuatro de la tarde del domingo, Buenos Aires parecía una viñeta arrancada de El Eternauta. En la 9 de Julio un grupo de policías federales intentaba vanamente coordinar un tránsito más desconcertado todavía que quienes pretendían coordinarlo. Autos en un sentido, autos en el sentido contrario, autos en las calles laterales y peatones aquí y allá formaban raras coreografías no exentas de cierto realismo mágico pasado de moda pero interpretado por unos y otros con destreza. Un argentino no nace, un argentino se hace. Y se hace así, expuesto a la verdad de perogrullo según la cual el hilo siempre se corta por lo más delgado. Un argentino se hace, además, tomando conciencia de que lo más delgado del hilo siempre es él.
El desquicio tuvo por protagonistas categóricos a los hinchas de Independiente, que una vez que llegaron a esta instancia del campeonato tuvieron que rifar su alegría y licuarla con la falta de mantenimiento de un transformador. Una vez iniciado el apagón, en cada casa las radios fueron cuidadosamente revisadas y todo el mundo llegó a la misma conclusión: no había pilas. Pero ya habrá.
Quién sabe, acaso sea cierto que el vulgar transformador necesitaba chapa y pintura y con la crisis alguien prefirió saltearse un service. Y a lo mejor es verdad que no hubo mala voluntad de nadie sino apenas un poco de desidia, un poco de indiferencia, un poco de ineficacia, un poco de avaricia, un poco de irresponsabilidad. El problema es que con una dosis de cualquiera de esas cosas, cuando se habla de servicios esenciales, se puede provocar un desastre como éste pero sobre todo, y esto es lo importante: se pueden provocar desastres mucho mayores.
¿Habremos escarmentado lo que significa la falta de mantenimiento? ¿Habremos tomado conciencia del poder concentrado de un pequeño grupo de empresas extranjeras que tienen en sus manos nuestras vidas cotidianas? ¿Habremos tomado nota de lo que se pone en juego si se insiste con negarles un aumento de tarifas? ¿Qué vamos a pretender? ¿Que inviertan sino ganan? ¿Que llevan años ganando en la Argentina lo que no ganan en ningún lugar del mundo? Fuiste, alpiste. Lo que ganaron ya se lo fugaron.
Ahora que los asaltos con rehenes dejaron paso a los secuestros extorsivos, acá tienen un magnífico ejemplo de una combinatoria ganadora: en la Argentina, los secuestradores les exigen a los rehenes que paguen su propio rescate (ah, y además tendrán que hacer cola para pagarlo).