Martes, 20 de octubre de 2009 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO “Eyaghcarloscarlosjosdeputadiegooooohchepenchupen chupenmamensiganmamando.” Así sonó ya saben quién, ya saben cuándo, ya saben dónde, vaya uno a saber por qué. Yo no lo vi sino hasta la mañana siguiente, en el noticiero de la BBC. Vi a esos dos abrazados y bañados en una lluvia de lágrimas, como si fueran sobrevivientes de alguna catástrofe cósmica: sus rostros deformados y casi irreconocibles y como derritiéndose en un cuadro de Francis Bacon. Vi el posterior rodeo –más que rueda– de prensa. Y tenía su gracia observar todo eso a espaldas de la flemática voz del conductor tan british que, sin embargo, no podía evitar la ceja enarcada y la sonrisa torva. Sí: otra vez se le había ido la Mano de Dios al dueño de la deslizante y pinguinesca Panza de Dios. Y otra vez, nunca mejor dicho, Maradona estaba en boca de todos.
DOS “Ay ay ay”, suenan las flamantes falsas vírgenes musulmanas quienes, previo pago de 30 dólares, podrán volver a ser intactas para felicidad de sus maridos. Leo que el ingenio Made in China se publicita con un “No tenga miedo de perder su virginidad” y un “A partir de ahora podrá vivir de nuevo su noche de bodas cuando quiera”. Y consiste en algo que se introduce en la vagina veinte minutos antes del acto, se dilata y “cuando su amante la penetre un líquido similar a la sangre se derrama, pero sin exagerar, justo la cantidad necesaria”. El prospecto añade que a la usuaria sólo le queda añadir “algunos gemidos y gruñidos y usted no será descubierta”. Las autoridades religiosas islámicas, por supuesto, no demoraron en emitir y sellar fatwa para todo aquel que importe precisando que serán “azotados, encarcelados o expulsados del país”. Y de reincidir, supongo, se les arreglará cita en un cuartito pequeño junto al Inmenso e Inconmensurable Gran DT.
TRES “Ayyyyy ayyyy ayyyy”, gimieron las masas. Dos millones según los organizadores, un millón de personas según ABC, 265.000 según El País y la policía, 55.316 según la Agencia EFE, por qué siempre estas diferencias imposibles, por qué este constante milagro de la multiplicación no de los protestantes sino de los protestadores. Y protestaban, el pasado sábado, contra la reforma de la ley del aborto impulsada por el PSOE que dará derecho a abortar durante las primeras 14 semanas de gestación y autorizará a chicas, a partir de los 16 años, a interrumpir su embarazo sin necesidad del consentimiento de los padres. Familias enteras, farmacéuticos de esos que se niegan a vender la pastilla anticonceptiva del día después, muchos altos cargos del PP, y la ocasión perfecta para gritar “Zapatero dimisión”. Rajoy no fue (por estos días le interesa conservar la ventaja conseguida con la ayuda de votantes disconformes de centro e izquierda) pero, visto el éxito de la marcha, no demoró ni un día en anunciar que pediría la retirada de la enmienda ley esta misma semana y, hey, súbita aparición por ahí de San Aznar, con esa sonrisa, ese bigote, ese pelito. Nada mejor que un día soleado en la capital para olvidar los pecados propios prendiéndole fuego a toda esa paja en el ojo ajeno.
CUATRO Porque “Buuuaaaah” sollozaba como una Magdalena dieguística un tal Ricardo Costa –secretario general y vocero del PP en las Corts Valencianes–, obligado a dimitir por exigencia de la Casa Central. La historia ya es larga y complicada –pueden seguirla vía Google tecleando Caso Gürtel– y pasa por una vasta red de corruptos e intermediarios varios haciendo regalitos y mamándosela a caciques políticos a cambio de favores económicos, contratos varios, mordidas profundas y cuantiosas coimas. A Costa –quien primero se negó a partir y luego lo partieron en dos– le gustaban las cosas lindas y buenas y caras y se relacionaba con “amiguitos del alma” que hoy están en prisión y –suele ocurrir– se necesitó un chivo expiatorio y cabeza de turco para apagar un poco las llamas. Pero el incendio continúa y ya se supo que, en el detalle de la organización de la última visita del Papa a Valencia, en el apartado denominado “Otros gastos”, figuraba la bonita e inexplicable cantidad de doce millones de euros. Imaginen la cantidad de hímenes falsos y de pastillas del día después que se pueden comprar con todo ese dinero.
CINCO “Aaaaaahmeeeeeen”, suena Bob Dylan –quien por fortuna no se arrodilla frente a los altares de la Iglesia Maradoniana– en Christmas in the Heart: su flamante, inesperado, bizarro e indispensable álbum de villancicos y standarts navideños pero invocados con malicia más bien Halloween. Muchos pensaron que era una –otra broma– de Oh My Bob. Pero no. Aquí está. Y todo lo que facture será –hasta el fin de los tiempos– para beneficio del World Food Programme. Una buena acción del excelente Bob Dylan que aquí –Tom Waits, en comparación, es casi Celine Dion– canta con sentimiento feroz y con la satisfecha voracidad de un Ebenezer Scrooge que se ha devorado no al pavo más grande sino a todo un Santa Claus. Y que se divierte y divierte como chico que abre los regalos de canciones clásicas y no tanto. Dylan descolla con rara emoción en los sacros “Hark the Herald Angels Sing”, “O’ Come All Ye Faithful” (donde arranca en latín), “The Little Drummer Boy” (que lo acerca a Raphael, ese otro inmenso demonio navideño) y “The First Noel”; y acerca “Do You Hear What I Hear?”, “Have Yourself a Merry Little Christmas”, “Must Be Santa” (con actuación estelar del acordeón de David Hidalgo), “Silver Bells” y “The Christmas Blues” al sonido de Modern Times y Together Through Life. Una pequeña y milagrosa obra maestra –con la perversión que lo caracteriza, Dylan no canta aquí “Silent Night” del mismo modo que no cantó durante años “Like a Rolling Stone” en sus conciertos– que vuelve a recordarnos que, en tiempos en que no se puede creer en nada, siempre podremos creer en este hombre que canta con la boca llena de sí mismo, porque no necesita de nadie más sabiendo que, ahora, “The answer my friend, is blowin’ in the snow”.
SEIS “Hay más informaciones para este boletín”, sonaba Ariel Delgado, voz inconfundible de Radio Colonia y algo así como aquel hombre en el castillo de Philip K. Dick. Alguien revelándonos –desde un pliegue dimensional, con su radioactividad radiactiva– la realidad escondida bajo las mantas de oscuras y frías noches dictatoriales en las que todos eran derechos y humanos y los que no, algo habrían hecho. Descanse en paz y gracias por todo –aunque las informaciones solían ser malas noticias; pero la verdad nunca es mala– y, con perdón de las damas presentes, seguiremos mam... eh... informando, sonando y todo eso.
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