Jueves, 12 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Juan Gelman
El asesinato ¿a sangre fría? de doce soldados y un civil en la base militar de Fort Hood, la más grande de EE.UU., ha desatado especulaciones diversas sobre las razones que llevaron al mayor Nidal Malik Hassan a perpetrar semejante crimen. Nunca fue destinado a Irak o Afganistán, pero como psiquiatra del ejército trató decenas de casos del llamado síntoma de stress postraumático que padecen muchos veteranos a la vuelta de esas guerras. ¿Experimentó esos conflictos como si hubiera participado en ellos, haciendo suyos los sufrimientos y las miserias de quienes tal vez no duermen asaltados por recuerdos horribles de lo que hicieron o no hicieron o simplemente presenciaron? ¿Fue un rapto emocional, entonces? Hay otra versión: Hassan habría actuado en total posesión de sus facultades.
Osman Danquah, fundador de la Comunidad Islámica de Greater Killen, Texas, declaró que lo habían turbado las afirmaciones de Hassan en charlas recientes que con él mantuvo: iba a ser trasladado a Afganistán y atravesaba una dura contradicción entre su fe musulmana y la misión de participar en la lucha contra otros musulmanes (www.gosa nangelo.com, 7/11/09). Pensaba que la “guerra antiterrorista” era, en realidad, una guerra contra el Islam. El doctor Van Finnell, su compañero de estudios en el 2007, relató que Hassan decía a quien quisiera oírlo que él era “ante todo musulmán y en segundo lugar, estadounidense”, y el coronel (R) Bailey Hutchison, que lo conoció en Fort Hood, recordó que el psiquiatra quería que la Casa Blanca retirara las tropas de Irak y Afganistán y discutía acerbamente con otros militares de opinión contraria (AP, 9/11/09).
La primera versión oficial de la matanza indicaba que ésta nada tenía que ver con Al Qaida: los servicios de inteligencia escrutaban minuciosa y permanentemente a Hassan por su pertenencia religiosa y no encontraron, durante años, elementos que lo involucraran en actividades terroristas (www.nytimes, 8/11/09). Entre paréntesis, cabe preguntarse cuántos de los diez millones de musulmanes que viven en EE.UU. son objeto de la misma vigilancia. Por lo demás, el mayor tenía un comportamiento curioso para los integristas de su fe: frecuentaba un club de strip tease cercano a la base militar, permanecía seis o siete horas mirando el espectáculo y el 29 y 30 de octubre pasados pagó 50 dólares a una de las stripteasers para bailar con ella tres melodías en una habitación privada del club (www.foxnews.com, 9/11/09). El Edén seguramente no lo espera.
Se habla, sin embargo, de unos correos aparecidos en Internet y procedentes de la base que elogiaban el terrorismo suicida y se atribuyen a Hassan. Se averiguó que éste concurría en el 2001 a una mezquita en Virginia que el FBI vinculó con dos terroristas del 11/9 (www.mcclatchydc.com, 8/9/09). El imán era Anwar al Awlaki, que ahora predica la Guerra Santa desde el Yemen, y se dice que Hassan bien pudo allí encontrarse con “Azzam, el estadounidense”, nacido en Oregon y miembro de una familia judía convertido al islamismo, que con el celo de un converso invita a los musulmanes norteamericanos, en particular a los miles que pertenecen a las fuerzas armadas, a combatir a “los infieles” en el frente patrio (counterterrorismblog.org, junio 2009). De esto a la inferencia de que Hassan bien pudo contactarse con Al Qaida hay menos de un paso.
Unos psiquiatras proponen interpretaciones diferentes. “Muchos de los soldados que uno evalúa y trata hablan de acontecimientos espantosos”, observó el doctor Daniel Amen, que ejerció la profesión en el ejército de EE.UU. y, como Hassan, trabajó en el Centro Médico Militar Walter Reed de Washington. “En los psiquiatras –agregó– puede prosperar algo que se llama fatiga de compasión.” “No verán los combates con sus ojos, pero perciben sus consecuencias”, advirtió el congresista republicano Tim Murphy, que se desempeñó como psicólogo en la reserva naval (www.dallasnews.com, 8/11/09). Rafid Hamas, tío de Hassan, declaró a la AP que veía lágrimas en sus ojos cuando hablaba de algunos de sus pacientes. En la décima versión del clásico Kaplan and Sadock’s Synopsis of Psychiatry (Lippincot Williams & Wilkins, Filadelfia, 2007) se establece que, entre los médicos, los psiquiatras son más propensos a intentar el suicidio.
Obama enfrentaba un dilema para la nueva definición oficial del caso. Decir que “es un hecho aislado” producto del impulso irracional de un psiquiatra compasivo y fatigado de escuchar historias pavorosas. O atribuirlo a Al Qaida. Si lo primero, subrayaría los estragos mentales que la guerra causa en los veteranos estadounidenses que la sobreviven. Si lo último, podría servirle para justificar el envío de tropas a Afganistán, pero surgirían otras preguntas: ¿Al Qaida opera nuevamente en EE.UU.? ¿Para qué sirven, entonces, tantas medidas de seguridad que recortan los derechos civiles de los estadounidenses?
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