CONTRATAPA

Mujeres, mujeres

 Por Juan Gelman

Englobar a todas las mujeres en la palabra mujer o su plural sería un empeño fútil, como dijera Juan Carlos Onetti. Es un hecho manifiesto que dimana de sus diferencias culturales, psicológicas, subjetivas y otras obvias. Pero hay parámetros sociales que permiten agruparlas bajo la etiqueta general, “la mujer”, “las mujeres”, en lo que hace a la discriminación, la desigualdad de los géneros y temas por demás urticantes.

La flamante Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Géneros y el Empoderamiento de la Mujer (UNW), que la Asamblea General, órgano máximo de la ONU, creó en julio del año pasado y que preside la ex presidenta chilena Michelle Bachelet, acaba de dar a conocer su primer informe sobre la situación de la mujer en todo el mundo (//progess.un women.org, junio de 2011). El estudio guarda objetividad, señala los progresos en la materia que se vienen dando desde comienzos del siglo XX y, a la vez, despliega un panorama en el que la desigualdad de géneros persiste tenazmente. Se podrá decir que se trata de una verdad perogrullesca, pero la investigación de UNW precisa detalladamente sus contornos.

En 117 países rigen leyes que garantizan la igualdad de salario de los géneros por el mismo trabajo, pero el promedio global indica que la mujer recibe del 10 al 30 por ciento menos que el hombre en todas las regiones y sectores. Ese desnivel alcanza el 23 por ciento en EE.UU., donde se acentúa para las afroamericanas (39 por ciento) y las latinas (48 por ciento). La discriminación racial agrava la económica.

El informe aborda la presencia de la mujer en las instituciones y anota avances: la presencia femenina en el Congreso de EE.UU. aumentó del 11 por ciento en 1997 al 17 por ciento en 2010, mientras que en Ruanda asciende al 51 por ciento y en seis países de América Latina y el Caribe –Argentina, Bolivia, Costa Rica, Cuba, Ecuador y Guyana– cumple o excede el 30 por ciento fijado como meta mínima a nivel internacional. Las mujeres desempeñan un tercio de los cargos ministeriales estadounidenses, el doble del promedio mundial, y cuatro ocupan la presidencia (en Argentina, Brasil, Costa Rica y Trinidad Tobago).

Hay fenómenos nuevos, como la promulgación en Nepal de leyes que aseguran a la mujer la igualdad de derechos hereditarios, y otros que no cesan: la violencia hogareña, la violación dentro y fuera del matrimonio no cuenta con una verdadera protección legal y padece una condena social tácita. El informe de la UNW registra que las mujeres de todo el mundo denuncian más los robos que las violaciones: los resultados obtenidos en 57 países revelan que sólo el 11 por ciento del total acude a la Justicia en el primer caso, contra el 38 por ciento en el último. “La evidencia muestra –apunta– que en EE.UU. los jurados son especialmente proclives a cuestionar la credibilidad de las mujeres afroamericanas y latinas en los casos de violación.”

Esta lenidad o insolvencia judicial se repite en el Viejo Continente: un estudio de 2009 detectó que sólo un 14 por ciento de las denuncias por violación presentadas en países europeos desembocó en una condena del culpable y en alguno, apenas el 5 por ciento (//tigerbeatdown.com, 7-7-1). En Sudáfrica únicamente uno de cada seis casos llega a los tribunales y el 94 por ciento de los acusados sale indemne. Las mujeres indígenas de varios países latinoamericanos sufren una triple discriminación en las cortes por razones étnicas, de pobreza y de género. Pocas hablan español o portugués y los servicios de traducción son casi inexistentes. El acceso igualitario de la mujer a la justicia está en veremos todavía.

El estudio de la UNW centra su atención en el tema de la violencia marital contra la mujer, es decir, el de “la mujer golpeada”. El ordenamiento interno de 125 naciones ilegaliza la violencia doméstica, pero según encuestas que se realizaron en 20 países de Europa, del 8 al 35 por ciento de las mujeres la sufría en el hogar. En EE.UU., un 22 por ciento. Casi un 50 por ciento en Sri Lanka, 33 por ciento en Jordania y así de seguido. A la vez, se observa un suceso verdaderamente extraño: los niveles de consentimiento del maltrato.

Mentes occidentales prejuiciosas tal vez no se sorprendan de que el 30 por ciento de los interrogados y las interrogadas en Sri Lanka, más del 50 por ciento en Malasia y el 65 por ciento en Tailandia hayan manifestado que es aceptable a veces que un hombre le pegue a la mujer. Qué han de pensar cuando se enteren de que esa proporción es del 16 por ciento en EE.UU. El mito del machismo latinoamericano parece en decadencia: el 85 por ciento de los encuestados en siete países de la región opinó que es inadmisible pegarle a su mujer.

Los derechos de la mujer mucho adelantaron en el mundo desde que por primera vez se ejerció el voto femenino, en Nueva Jersey, en 1776, abolido 30 años después, y es evidente que ello se debe sobre todo a las luchas por la igualdad de las mujeres mismas. El informe de la UNW descubre hasta qué punto, dados los disímiles paisajes del mundo, hombres y mujeres no han llegado aún al cabo de la calle.

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